6.9.13

Bergoglio miraba el fuego

Soñé con el Papa. Estaba en el Vaticano y veía llegar la comitiva; era un espacio mitad abierto mitad cerrado, como la entrada a la Basílica de San Pietro, y desde un costado aparecían filas de giles de la Guardia Suiza y atrás filas de cardenales, o lo que fueran, y atrás el Papa éste, el argentino. Todos los saludaban con la reverencia, y la verdad es que a mí también me dieron ganas de saludarlo. Me dije, en el sueño: reverencia no, pero lo saludo como un tipo normal, si él se muestra así. Así que después de saludar a todos los que estaban por ahí (incluido un amigo mío, que nunca le pude ver la cara pero que estaba allí), ni siquiera fui yo el que se acercó a saludarlo, sino que fue él, como si tuviera el deber (moral, siempre) de saludar a cada rostro de su perímetro inmediato. Se me acercó rengueando, como aparece en la tele. Le tendí la mano y le dije: “mire Jorge, yo la verdad que no creo en nada pero sinceramente quería saludarlo, no sé”. Bergoglio sonrió y me dijo “me di cuenta, todo bien”. Hubo un corte en los circuitos de mi cerebro, y aparecimos en un recinto cerrado, alfombrado, pero amplio. Algo que, ahora que lo pienso, podría haber sido una mezcla de una sala del Palacio de Versalles y alguna otra sala de la Basílica, que desconozco. 
Lo pintoresco de esta última escena del sueño con el Papa es que la sala estaba toda alfombrada, y que también estaba mi amigo ayudándome, y algunos amigos del papa, como en un encuentro descontracturado en medio de la contractura general. El Papa estaba vestido de Papa, pero sumido en la percepción humana: no podía dejar de mirar el fuego. Sobre la alfombra de la sala, cerca de una esquina, había dos chapas en el suelo y yo estaba preparando un  asado, con la ayuda de mi amigo (que no sé quién es, repito). Pero vieran el asado que estaba haciendo. Bergoglio miraba el fuego. Y lo último que recuerdo fue algo que dije en voz alta, un pensamiento-agradecimiento, mientras sacaba un poco de brasas para poner debajo de la parrilla. Dije: “Yo la verdad que nunca hubiese imaginado hacer un asadito acá, se puede hacer sin ningún tipo de problemas”. Recuerdo algunos planos detalle de la alfombra. Quizás haya estado un poco preocupado por si saltaba alguna brasa a la alfombra. Quizás no. Pero la alfombra tenía un entramado complejo, original, no era de alto tránsito. Tenía la trama de un producto italiano. Ni la toqué con las brasas. Y me repetí, en voz bien baja: “Se puede hacer un asado sin ningún tipo de problemas”. Lo cual era cierto. Porque ni rocé la alfombra con alguna brasa. Pero ni la rocé. Ni una astilla de ceniza, cayó. Lo vi muy en detalle, mis ojos funcionaban mucho mejor que en la vigilia. Lo recuerdo. Ni la toqué, a la alfombra. Era cierto.

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