5.12.13

Transformers

Pensamiento de no-cordobés: una de las cosas más llamativas de cada episodio “histórico”, traumático, trágico o que simplemente excede el umbral de la “noticia común” (ese umbral que casi siempre es determinado por el “alcance” o la “trascendencia” a nivel nacional y continental, que por supuesto nada tiene que ver con la muerte de las personas) es el derrotero de reflexiones, ideas, conclusiones y lamentos que se producen sobre “lo cordobés”. Sobre la (id)entidad “Córdoba” (estoy usando muchas comillas porque Facebook no permite el uso de itálicas). Cada vez que una tragedia toma dimensiones que exceden los hilos de la provincia, brota en todo el abanico ideológico (todas las teclas del piano, todas: blancas y negras, desde la primera de la izquierda a la última de la derecha, o al revés) la necesidad de sacar conclusiones, una vez más, sobre lo cordobés, sobre Córdoba, sobre la concepción de mundo de los cordobeses, sobre la forma de vivir de cada cordobés, sobre el ethos cordobés, sobre el pathos cordobés, encerrando cualquier arista de análisis, cualquier dimensión del suceso, cualquier elemento (en el sentido más material del término) bajo la humanización concreta: Córdoba como una persona, formada por cada una de las personas. Córdoba tratada como un individuo que recoge la identidad del todo. Cada vez que un suceso trágico o nunca antes visto explota, y llega “más allá”, todos se sacan los pelos a través de opiniones y enojos y búsquedas por mostrar lo que no se ve, o condenando las injusticias, pero casi siempre bajo la misma lente: hablar de lo cordobés, de la tristeza que produce ver así a Córdoba, de la indignación que produce el hecho de que Córdoba se comporte como se comporta, ya sea a través de la especulación de sus trabajadores, o de la impunidad de sus delincuentes y gobernantes y fuerzas del orden, o de lo que carajo sea. Lo que nadie cambia es el grosor, la fantasía de la bolsa común (no es azarosa la elección de esta “imagen”, claro): un espacio que todos definen por igual, como si fuera un ser humano con sentimientos, una persona imperfecta, o perfecta, u orgullosa, o frágil, en fin: Córdoba como individuo. Casi todos buscando explicaciones desde ahí. Como si no estuviera claro que las cosas que se desnudan, en medio de semejantes teatros del absurdo, montados en pocas horas e intensos como el calor del verano, con sus redundancias y sus aporías a cuestas, son de corte estructural. Cada vez que se escarba, se llega a la perversión de un sistema (de procesos, mecanismos, rutinas, intereses, sectores dominantes, sectores dominados, y otras tantas dinámicas que, como dice el oxímoron preferido de mi amigo Casarin, desconocemos perfectamente) que viene rompiendo todo desde hace mucho mucho rato. Siempre se llega al núcleo estructural que subyace a cada explosión de estas magnitudes: eso es lo que los gobernantes no mencionan ni abordan, y lo que la cotidianeidad descarga con furia, minuto a minuto, sobre cada hombre y mujer de trabajo, de sueldo, de tierra, de especulación. Sobre cada familia desvalida u ostentosa. La cuestión estructural. 

Pero entre todas las quejas y denuncias que leí, estando lejos, sobre lo que pasó ayer y anteayer, y que siempre me llama la atención, es el aire que todos respiramos por igual, a lo largo de las ocho octavas del teclado ideológico: Córdoba tratada como persona. Igual que, llamativamente, hacen los medios de prensa con el “Mercado”, que siempre se pone nervioso y hace bajar o subir las acciones y tasas, o que pierde “confianza” o “seguridad” frente a alguna medida de gobierno. Casi todos los comentarios que pude leer remiten a la tristeza de ver a Córdoba así, a la resignación de entender que Córdoba es “esto”, o que Córdoba es “esto otro”, tan dispar. Y como no-cordobés, siempre me pregunté por qué. 

No estoy del todo seguro, porque no me dedico a investigar en la vereda del conflicto social como muchos de mis amigos, pero no sé si en otros sitios de la Argentina, igual de inmersos en la falla estructural que subyace a todo esto, tratan a sus provincias como una persona que les gusta, los enorgullece o les da vergüenza, y hacen de la suma de todas las almas y conciencias y responsabilidades de cada cerebro que vive allí un Transformer demencial que encierra absolutamente todo lo que remita a la identidad, como un espíritu universal (en su particularidad) que merece ser explicado con cada revuelta. No sé si los tucumanos, cada vez que se arman esos bardos de antología en Tucumán, se ponen así porque Tucumán no cumple las expectativas, o los requisitos de decencia, integridad y sensatez. No sé si los jujeños o salteños también se ponen así de tristes, y reniegan de sus provincias-humano. En Buenos Aires no pasa, seguro. En Neuquén tampoco. En Río Negro menos que en Neuquén, quizás porque, como todas las provincias patagónicas, son híbridas de origen. No sé cómo será en Santiago, en Entre Ríos o en Santa Fe: ¿esas provincias ponen tanto énfasis en definir, frente a cada episodio revelador del modo de vida perverso y general que nos recorre a todos, las cualidades o miserias del Transformer-paradigma que les hace mirar el mundo? Me gustaría saber si los santafesinos tienen esa misma épica venida a menos que se reproduce en muchas voces ridículas o hiperlúcidas de Córdoba, frente a “lo cordobés”, a la injerencia de la “persona Córdoba” en el mundo, más allá de que sea un punto más en el mapa del sistema, el mapa todo resquebrajado que, de verdad, parece en las últimas. ¿Por qué tanta insistencia en el Transformer? ¿Quién lo alimenta? Y ¿por qué todos los que lo conformamos, que incluso estamos en veredas opuestas, nos preocupamos tanto por las cualidades del Transformer? ¿Qué explica, en definitiva, el Transformer? ¿Qué necesita explicar? 

Me pregunto por qué veo esto, por qué lo siento también, me pregunto si es una percepción equivocada. Y cuando me hago las preguntas, me encuentro después con noticias como la que comparto aquí a continuación. Apenas unas horas después de semejante tierra de nadie vivida en la ciudad, que tuvo tanta “repercusión”, aparece en el medio de prensa paradigmático esta noticia que comparto. 


Cuando vuelve la calma que tan bien definió Demian Orosz, esto es lo que importa. Apenas horas después de semejante tierra de nadie, de un descontrol avasallante que se vivió en la ciudad que habitamos, esto es lo que el medio paradigmático (porque esa es la posta, el adjetivo verdadero) destaca en estas horas como INTERESANTE, según su misma rotulación. Todo muy trágico, muy desestabilizador, sí, pero esto es lo que importa. Muchas voces se han preguntado qué quedará de todo esto. Si “Córdoba”, después del caos, bailará en el cuartetódromo: ¿qué somos, entonces?. Si De la Sota, después de esto, sigue haciendo esa campaña en vano, insuficiente, que intenta desde el año 1999 y que seguirá intentando porque todavía no se dio cuenta que jamás podrá ser presidente, aunque termine por destruir a “nuestra Córdoba”, y sigue tirando bijouterie para tapar los negociados y los delitos que gestiona como funcionario de sus grupos económicos, ¿qué será de nosotros, de nuestro voto? Qué papelitos de aval le pondremos en los bolsillos al individuo Córdoba. Preguntas que se adhieren a todas las teclas del piano, las blancas y las negras, a izquierda y derecha, pero en el fondo, o mejor dicho, bien en la superficie que vemos cada cinco minutos con la compu, o en el papel todas las mañanas, lo que verdaderamente importa es lo que aparece en la noticia. Esto es lo que siempre discutimos lateralmente, o sea nunca. Nos quejamos del medio hegemónico, pero respetamos el paradigma. Miramos a través de lo que allí se dice, y de lo que replican en consecuencia los canales de televisión, dentro del mismo paradigma. Dentro del miedo, dentro del consumo de las discusiones entre “nación y Córdoba”, dentro de cada puto sintagma de cada puto discurso que De la Sota pone a rodar en estos medios. Tanto nos hemos burlado del cordobesismo, y el tipo (¿sólo él?) dio en la tecla. ¿Sólo De la Sota supo dar en la tecla justa, porque dio en todas las teclas? ¿Qué actores coinciden con la vehiculización de esa marca en el alma que une a todos? No lo podemos ver, porque al paradigma no se lo ve. La noción de cordobesismo nos puso el traje perfecto, porque, por noticias como ésta, da lo mismo si se lo critica o se lo ignora o se lo defiende: todas las teclas del piano creen, de fondo, en lo mismo. La personificación de Córdoba es para todos. Y ése es el paradigma, y el gran triunfo: la imposibilidad de ponerse a discutir qué es lo que realmente subyace a todo esto, en vez de ponerse a discutir la silueta del cordobesismo, quiénes dañan más al Transformer, cómo lo tenemos que reprogramar. Todos festejamos las sentencias contra Clarín: ¿para qué? El texto de Pablo Daniel Ramos es preciso: él saltó. Quiso soltar su bronca saltando por encima del robot. Pero no todos logramos hacerlo: esperamos la palabra del gobernador en conferencia de prensa como se espera un alimento, para discutir lo que ya sabemos que dirá, pero todos hombréandonos dentro de la misma bolsa a la que han puesto el nombre justo. La bolsa en la que cabe tanto la indiferencia, como el orgullo, o la indignación, y a la que los medios paradigmáticos reproducen con una alegría que ni percibimos, porque nos colma. Todos mirando por la misma lente, como si la solución estuviera sólo en sanar al multihombre-Córdoba. 

A mí me toca estar lejos, y tuve que leer las informaciones y ver los videitos y todo el abanico demencial a través del medio paradigmático, que funciona, claro está, según la sensatez y el interés de siempre: por qué hacerlo de otro modo si así, con semejante estabilidad, la cosa funciona, para todos. Para todos. Y si somos sinceros, dejemos de joder con Facebook y Twitter y esa ilusión de libertad y de libre expresión que nos daría esto: no movemos la aguja pero ni a patadas voladoras. Sólo descargamos la rabia y el miedo entre nosotros, mientras nos oponemos: fachos versus zurdos, chorros versus personas, corruptos versus trabajadores, todos peleando a los gritos, a los tiros, y dando por hecho el cordobesismo, como si explicara todo. 

A todos nos conviene la Córdoba-individuo, porque es la máscara ideal para no pensar en lo que hay en todos lados. La idea de Córdoba como país, en el fondo, nos satisface a todos. Lo miedosos que soltamos el fascismo, avergonzándonos por los negros cordobeses sin remedio. Los progres más pelotudos, quizás, de la historia del supuesto progresismo social y político del país, llorando la hipocresía cordobesa. Sirve porque es la “distinción”, aún en medio de la vergüenza frente al qué dirán los demás, aún frente a la certeza de la autodestrucción. Es más grande, todo esto. Es más grande. Por eso es tan redituable el récord de visitas en los sitios que todos nos vemos obligados a leer, primero para tratar de acceder a una cobertura amplia, después para renegar y criticar y lavarnos. Sirve a todos el paradigma del cordobesismo. Pero es más grande la cosa. Por eso explota como una garrafa, donde carajo sea. Es más grande. No son sólo “negros de mierda” descargando su furia más profunda en el barrio de Nueva Córdoba, en la “Nueva Córdoba”. No son negros contra sojeros. Es más grande la cosa. Está en todos lados. Se puede ver en el oeste neuquino, en el recorrido oeste-este de la Ruta 22, en lo que me mostraron mis amigos del norte en Salta y Jujuy. En el conurbano bonaerense. Es más grande que Córdoba, la cosa. Lo pude ver en Chile, hace unos meses, en Santiago. Chile país modelo, y es lo mismo. Es más grande la cosa. No hay provincias especiales. Es mucho más grande la cosa. No hay siquiera países. Es más serio. Y es cierto, como es tan grande, hay que empezar por lo mínimo. Frente a lo grande, volver a lo mínimo, quizás. Ver al otro. Ver al otro. Ver al otro. Ir donde los Transformers no pueden entrar. Descreer del Transformer para ver al otro. Borrar los tatuajes para ver al otro. No sé, me fui al carajo con esto. Pero es un pensamiento a partir de un “récord de visitas”, después de un día en el que todas las personas de una ciudad inmensa debieron quedarse encerradas en sus casas, por el cagazo, mirando por las ventanas, y usando, claro, Internet para saber qué pasaba afuera. Récord de visitas. En este preciso momento, el diario paradigmático titula: “Lento regreso a la normalidad”.

14.11.13

Como cuando uno está mezclando naipes
creyendo que ha dominado el movimiento
y algo inexplicable ejerce una fuerza súbita
que destruye la cadencia y hace caer
los cartones en lluvia, y obliga a reordenar,
primero, las manos, para luego recomenzar
la búsqueda del autocontrol con la impotencia
de lo torpe en el aire, la vergüenza de la verdad,
aparecés en el pasillo, y te miro.
Y vos te mirás en el suelo.

3.11.13

Juarroz, PV XII, 15

Buscar una cosa
es siempre encontrar otra. 
Así, para hallar algo, 
hay que buscar lo que no es. 

Buscar al pájaro para encontrar a la rosa, 
buscar el amor para hallar el exilio, 
buscar la nada para descubrir un hombre, 
ir hacia atrás para ir hacia delante.

La clave del camino, 
más que en sus bifurcaciones, 
su sospechoso comienzo
o su dudoso final, 
está en el cáustico humor
de su doble sentido. 
Siempre se llega, 
pero a otra parte. 

Todo pasa. 
Pero a la inversa. 

27.10.13

Some said the end is near
but it is just one more year
living in model fear
they were all dissapeared
but i’d just like to say
since no one is here to stay
before i lose my breath

20.10.13

United Colors of Véneto

Nada dimensiona la rareza
pasillos que alternan con ríos
algas con piedras
mar con iglesias.
Las puertas dan al agua.

Cuando se busca tierra firme
surge un puente, y agua.
Cuando se buscan los extremos
surge el mar.
Garabateo esto en la cama,
boca abajo.
¿Estoy flotando? ¿Nado?
Por la noche, las aguas se calman
y reverdecen.
Todo se convierte en la piscina
de un arquitecto rebuscadísimo.
¿Se flota?
Por la noche, las ratas pasean
como mascotas de lo antepasado. 

¿Sobre qué se apoya cada mole
del cristianismo?
Quizás esta ciudad
es la idea que mejor explica
lo que no hay.

12.10.13

Juarroz, PV IX, 24


Hay que vivir lo que no tenemos,
por ejemplo la desolada perfección de la palabra,
la sonrisa resistente de los muertos,
el mediodía neto de las medianoches,
los vericuetos desesperados de la espuma
o la rancia vejez de lo recién nacido.

Porque aunque tampoco tengamos
lo que tenemos,
lo que no tenemos
nos abre más la vida.

Desheredados del centro,
la única herencia que nos queda
está en lo descentrado.

1.10.13

El secreto está en la calidad del brinco

Bueno, mi hermano de sangre hace ya unos años que ingresó en el mundo de las milongas. Recuerdo sus primeros momentos, me recuerdo a mí mirándolo desde un costado, cuando lo acompañaba a las milongas semanales cerca del centro neuquino: el hombre (el médico, el profesional) un tanto dubitativo, reconociendo los quiebres y las cadencias con cierta cautela, como un ciego nuevo pero calmo. El tiempo hizo que, naturalmente, su habilidad creciera a la enésima, a la octava, a la décima potencia. Hoy es un Vigna que llega a la milonga con una botinera: se detiene en la periferia de la pista, se quita las zapatillas y se calza los zapatos sin dejar de mirar, nunca, a sus colegas actuando. Hoy es un Vigna con una cualidad que ningún otro Vigna del entorno inmediato tiene: domina el erotismo sutil de los movimientos, y ha logrado un prestigio invisible entre nosotros. 
Y esta foto lo demuestra. Un verdadero tanguero se cruza en la calle con verdaderos tangueros. Raúl Lavié, voz de quebracho, nariz a prueba de todo (me han contado que por esa fosa han subido kilos de escombros de estupefacientes, como en el revés de la construcción de un edificio atroz). Y digan que murió Rubén Juárez, porque sino ya tendría otra foto de mi hermano, delante de un local de quiniela, con un bandoneón blanco colgando de su hombro cual repasador de fuelle, cual gamuza de campeón.   


30.9.13


Porcelain

en la sociedad que cabe dentro de la línea punteada
la norma es piedra añosa y el amor su más violenta grieta
no me refiero a la intimidad del amor,
a su conciencia amable ni al mundo de las ideas
hablo de la grieta feroz donde lo transitorio espera
la nuca sólida de un rey sin control, sin plan, sin trabas.

8.9.13

Ahí va la Negra

Mataron a la Negra. Parece que tres perros la acorralaron, cerca de la reja de la casa, en Cipolletti, y la hirieron de muerte. No sé mucho, pero me dolió escuchar lo que escuché, en la voz de su verdadera dueña, mi madre. La Negra era la gata más vieja que hubo en la casa de buena parte de mi adolescencia; el animal que marcó la agenda desde que nos mudamos a las orillas del río Neuquén. No fue la primera gata, pero sí la segunda, madre de la tercera, y la jefa de la casa. Fue adoptada por la familia después de haberla visto pasar, casi todas las tardes, por el trayecto que unía nuestra casa con el lecho del río. Nunca supimos su edad. Se veía relativamente joven, pero mayor a la gata que ya habitaba la casa. Y quizás por eso (quizás no) lo que más se veía y se palpaba en su rostro era su sabiduría de calle. Qué pedazo de animal, por favor. Antes de vivir con nosotros pasaba, casi todas las tardes, con su paso cansino, por entre los arbustos y los árboles que vestían el lecho del río. Cuando el agua bajaba, ella hacía del lecho su bosque inconmensurable. El suelo frágil, húmedo o seco pero siempre movido, y sorpresivo: los troncos de los árboles distribuidos por el azar, los arbustos podridos y secos al mismo tiempo que buscaban crecer para llegar a la luz, y ella siempre camuflada por el color que le dio la naturaleza, siempre paciente, siempre midiendo el entorno. Disparando rayos por los ojos. Porque acá mismo pueden ver el poder que se escondía en los ojos de esa gata. ¡Por favor! La mirada: si hubiesen visto esa mirada, en sus años de moza. Dos filos de fuego, emitiendo un calor autónomo al calor de su cuerpo. Y digo filos porque difícilmente uno podía verla con los ojos completamente abiertos: sólo lo hacía (al contrario del sentido común) cuando estaba bañada por la confianza, sobre la falda de sus dueños, o cuando intuía la presencia del atún. Sólo en esos momentos uno podía disfrutar la redondez de sus ojos, y la sugerencia de sus pupilas contraídas. Porque claro, imagínense lo que era este animal por las noches: era la nada misma emitiendo calor, cobijada por un silencio aún más sutil que la nada (un silencio aún más sutil que su espectro), y los ojos bien abiertos pero, naturalmente, negros: las noches hacían de la Negra una sombra más hábil que la luz, una bestia contenida en frasco chico con los ojos absolutamente abiertos pero absolutamente negros, las pupilas forzadas y apenas un minúsculo contorno dorado, lo único que permitía a un humano comprender el umbral, de noche, entre sus ojos y sus pelos. Qué animal, por favor. Qué discreción. A diferencia de las otras gatas, ella sabía todo. Y no se confundan: que la hayan herido de muerte tres perros no quiere decir que la Negra haya olvidado, sino que su cuerpo, quizás, ya no respondía como antes. El cuerpo traicionó, no lo dudo, su costumbre de altanería y provocación. Porque la Negra los provocaba. Como sabía todo, los provocaba. He visto perros desorientados frente a su calma, ladrando como hienas vestidas de domesticidad. He visto perros que no se animaban a comérsela en soledad. Mano a mano, no podían avanzar. También la he visto, naturalmente, en la huida: su paso cansino se transformaba en la habilidad más desarrollada de una pantera, cuando la cosa se le ponía densa y tenía que escalar algún tronco para que no la arrebataran. Era extremadamente ágil. Sí, como todos los gatos. Pero la agilidad y la calle hacían de ella una gata aún más ágil. La agilidad no deja de ser una valoración: miramos los programas de National Geographic, miramos a cazadores y a presas correr y evaluamos el mundo: ese animal es ágil, decimos cuando la chita alcanza al venado. Sí. Una cualidad demostrable. Pero conocer el cuerpo y además la mente de un animal también permite ampliar la valoración. La Negra era más hábil que cualquier otro gato que conocí. ¿Por qué? Porque he tenido que salir corriendo, varias veces, al núcleo de los disturbios para espantar perros. Y en esas corridas la he visto forzar su cuerpo para salvarse. Y en medio de esos arrebatos de tensión la he mirado, luego de la tormenta, para putearla, para preguntarle, mirando la copa de algún árbol, “por qué me hacés pasar por esto, Negra”, y ella respondía con una calma de otro planeta, sin una gota de alarma, conociendo cada gaje de su oficio. Ella sabía perfectamente lo que implicaba ser una gata de la calle, y haber crecido en el lecho de un río, entre animales que superaban a los perros. Ella conocía su capital: el silencio y la calma. Aún cuando necesitaba el cuerpo en su máximo potencial. 
 Vieran qué gata era. Cuando chico, cuando el tiempo sobraba, les sacaba fotos a las gatas de la casa, con la cámara que heredé y que aún utilizo, mi mejor rifle. Les sacaba fotos mientras descansaban. Tres gatas durmiendo en la pasividad de las tardes patagónicas, a salvo del frío o por fuera del calor, rodeadas por la estepa árida, como cada uno de nosotros. Tres animales dejando pasar algo. Las fotos nunca salían con el mismo tono: cada animal soltaba su impronta, su indecibilidad. Como pueden ver en esta foto, la Negra hacía de cada toma un verdadero evento visual. Un momento de sumisión humana ante el aura de la bestia. Yo lo sabía: apretaba el gatillo para todas las gatas, pero al llevarlas a revelar esperaba el encuentro con los filos de fuego. Ésta que comparto es la última foto que le saqué con la máquina analógica. Ella dormía, con los ojos herméticos, y por lo tanto sólo era una lengua negra, sin matices, sobre un acolchado rojo (sólo el sol le daba relieve). Me detuve minutos y minutos, en esa tarde, esperando ver el fuego. Lo recuerdo. Esperé mucho. Y nunca abrió los ojos. Hasta que le dije: “dale, Negra”. Y ella hizo eso. Y ahí hice click. 
Ustedes lo pueden ver. Eso que está allí, es lo que era. Un halo de misterio en la ausencia total de color. Un halo de misterio hirviendo párpados adentro. La mataron, pero no importa. No lo merecía, pero podría haber muerto de esa manera mucho tiempo (muchas veces) antes. Sólo me duele en el alma pensar que sufrió. Pero ella sabía sufrir. Sabía todo, ya lo dije. Sabía todo. Estaba vieja, superaba los 15 años, el cuerpo se le había comenzado a caer. Su hija, la Grisi, siempre tuvo una simpatía desmesurada, y heredó parte de su misterio, pero nunca pudo superarla, en ningún sentido. Y todos, en la casa, lo vimos y lo aceptamos. La Grisi siempre será su hija, porque además de hija era su segunda. Más allá de lo filial. Nunca marcó la agenda como su madre. Nunca aprendió de su sabiduría. A la Negra la mataron tres perros en torno a su morada, pero yo les quiero decir que los perros se le abrían paso. Qué animal se fue, por favor: ¡los perros se abrían paso ante su paso cansino, creyéndola una pantera! Ante los perros era una pantera. La miraban pasar, en cámara lenta. Esos tres que le quitaron la vida deben sentir el orgullo de haber matado una bestia salvaje, con los ojos llenos de soledad y fuego. No es poco, para una jauría, matar una pantera. 
Si existen las almas, la Negra ahora debe estar atravesando minuciosamente el lecho del río Neuquén. Debe haber caminado desde Cipolletti hasta el río, con velocidad, y al llegar al lecho habrá aminorado el paso, como quien llega a las líneas de su mano, a los caminos primordiales. Si existen las almas de los seres vivos, ahora la Negra debe estar avanzando con una precisión oriental (las almohadas de sus patas apenas rozando la tierra) por entre los troncos de los árboles, sorteando en la lentitud los desniveles y los pequeños restos de agua, barriendo con sus bigotes las telarañas rotas, buscando eso que siempre encontraba por las tardes, cuando se caía el sol y el frío se separaba del agua como una piel. La pequeña pantera disparando con los ojos, aceptando y ocultándolo todo: ahí va, mírenla, ya sé que no la ven, pero yo sí.



6.9.13

Bergoglio miraba el fuego

Soñé con el Papa. Estaba en el Vaticano y veía llegar la comitiva; era un espacio mitad abierto mitad cerrado, como la entrada a la Basílica de San Pietro, y desde un costado aparecían filas de giles de la Guardia Suiza y atrás filas de cardenales, o lo que fueran, y atrás el Papa éste, el argentino. Todos los saludaban con la reverencia, y la verdad es que a mí también me dieron ganas de saludarlo. Me dije, en el sueño: reverencia no, pero lo saludo como un tipo normal, si él se muestra así. Así que después de saludar a todos los que estaban por ahí (incluido un amigo mío, que nunca le pude ver la cara pero que estaba allí), ni siquiera fui yo el que se acercó a saludarlo, sino que fue él, como si tuviera el deber (moral, siempre) de saludar a cada rostro de su perímetro inmediato. Se me acercó rengueando, como aparece en la tele. Le tendí la mano y le dije: “mire Jorge, yo la verdad que no creo en nada pero sinceramente quería saludarlo, no sé”. Bergoglio sonrió y me dijo “me di cuenta, todo bien”. Hubo un corte en los circuitos de mi cerebro, y aparecimos en un recinto cerrado, alfombrado, pero amplio. Algo que, ahora que lo pienso, podría haber sido una mezcla de una sala del Palacio de Versalles y alguna otra sala de la Basílica, que desconozco. 
Lo pintoresco de esta última escena del sueño con el Papa es que la sala estaba toda alfombrada, y que también estaba mi amigo ayudándome, y algunos amigos del papa, como en un encuentro descontracturado en medio de la contractura general. El Papa estaba vestido de Papa, pero sumido en la percepción humana: no podía dejar de mirar el fuego. Sobre la alfombra de la sala, cerca de una esquina, había dos chapas en el suelo y yo estaba preparando un  asado, con la ayuda de mi amigo (que no sé quién es, repito). Pero vieran el asado que estaba haciendo. Bergoglio miraba el fuego. Y lo último que recuerdo fue algo que dije en voz alta, un pensamiento-agradecimiento, mientras sacaba un poco de brasas para poner debajo de la parrilla. Dije: “Yo la verdad que nunca hubiese imaginado hacer un asadito acá, se puede hacer sin ningún tipo de problemas”. Recuerdo algunos planos detalle de la alfombra. Quizás haya estado un poco preocupado por si saltaba alguna brasa a la alfombra. Quizás no. Pero la alfombra tenía un entramado complejo, original, no era de alto tránsito. Tenía la trama de un producto italiano. Ni la toqué con las brasas. Y me repetí, en voz bien baja: “Se puede hacer un asado sin ningún tipo de problemas”. Lo cual era cierto. Porque ni rocé la alfombra con alguna brasa. Pero ni la rocé. Ni una astilla de ceniza, cayó. Lo vi muy en detalle, mis ojos funcionaban mucho mejor que en la vigilia. Lo recuerdo. Ni la toqué, a la alfombra. Era cierto.

2.8.13

¿Y si pasamos por encima del dolor?
así como se cruza una cinta plástica de caution
así como se cruza un alambre
en la humedad posterior a la tormenta.
Ya sé: cuesta que las cosas salgan.
¿Pero y si pasamos por encima del dolor?
No a lo búfalo:
primero un pie, después otro,
el equilibrio discutido, los ojos tímidos,
la sonrisa dañada, la voz intacta.
Abajo el pasto recibe a los pies.
Cuando el pie toca el pasto, nacés.

13.7.13

Para qué acelerar si las plantas viven tranquilas

Queridos amigos, he venido a comunicarles que, pese a los deseos del clima de época, pese a los deseos o a las rutinas del cuerpo social colectivo, este sitio no está abandonado, no será abandonado en el corto plazo, no ha sido abandonado en la mente del administrador, y seguirá sobreviviendo a la fiebre de la superación de los formatos de publicación digital cuanto sea necesario. Como ustedes bien saben, el formato blog hoy se encuentra contenido dentro de ese concepto tan lúcido que el escritor español Vila-Matas enunció como "innovación anacrónica"; concepto que me produce sonrisas y una buena excusa para seguir ejerciendo una de mis tantas terquedades inútiles. Por esta razón, suscribo este, mi espacio, dentro de los soldados de la innovación anacrónica para asegurarles, con absoluta convicción, que pronto esta oveja silenciada volverá a ostentar publicaciones con su periodicidad habitual y con su también habitual régimen de estupideces muchas veces incomprensibles. Ponte una oveja no morirá a manos de su dueño, sepan eso. Hemos recorrido un largo camino como para sucumbir ante la mierda que quieren los otros. Así que brindemos por esto (el blog y quien les habla, por lo pronto), y sigamos mirando ese punto fijo y negro al que se dirige el destino de la percepción humana, y por supuesto el destino de la inteligencia. Han sucedido muchísimas cosas en estos últimos meses de merma en las publicaciones. Me he ganado una beca posdoctoral para seguir investigando la obra de Daniel Moyano en Francia. Me he quedado sin sueldo. He seguido alimentando la esperanza, mi verdadero alimento. Y todo seguirá así, como siempre en la vida, inclinando a veces la panza hacia el sector del sinsentido, inclinando luego esa misma panza hacia el sector del sol, de la sensación de futuro. 
Sigo teniendo una sensación de futuro a prueba de metralletas. Siento que mi trabajo con el lenguaje sigue mejorando, y por tanto que se vienen buenas páginas por delante, aunque todavía no pueda soltarlas, y aunque luego no gusten a nadie. Sigo sintiendo el placer de la escritura contenida, de las cosas que estoy por terminar; sé perfectamente que estoy postergando el final de dos novelas, pero sé también que se acerca el momento. Esto produce, como siempre, ansiedad y angustia, pero también rubrica una certeza a la que hoy pocos le ponen la firma: la certeza de que, dadas las circunstancias, lo mejor que puede dejar la literatura al mundo, hoy, es el egoísmo. El egoísmo como forma de humildad. 
El placer ha quedado restringido a la soledad, al golpeteo de teclas o a los firuletes de la pluma, desde uno a uno mismo. Y nada más. Pocas cosas que siguen a ese ejercicio primigenio han dejado de soltar una fragancia amable. 
Desde lejos, utilizaré este espacio para comunicar vicisitudes de la vida cotidiana; lo utilizaré más que ese hermano tonto y alegre que le ha nacido al blog, el nunca mal ponderado Facebook. Y ahora me despido, luego de respirar hondo. 
Repito: sigo teniendo una sensación de futuro a prueba de metralletas. Las cosas se siguen desenvolviendo; mis cosas, ergo, también. Va a estar todo bien. Este camino es largo, sé que tendré que hacer muchos esfuerzos y soportar la no-respuesta de preguntas importantes, pero va a estar todo bien, porque tengo ganas de amar. 
Así que ahora, como bien dijo alguna vez Fabián Casas, saludémonos, pongámonos los sacos, y salgamos a la calle bajo el abrigo de la psicología.

27.5.13

Un poco más

Recién vi a un extraño con un rostro familiar
ahora entiendo al resto cuando me mira mal
El del espejo soy yo
extraño animal

Alguien dijo que nacemos y que morimos solos
Yo que nací varias veces, suscribo todo
El hombre solo
sólo sueña con extraños
no cumple años.
El primer combatiente, de la primera trinchera
El que soñó ser eterno,
el que ahora quisiera
Quisiera qué
Ahora qué
Sólo quisiera:
Un poco más, para seguirla
Un poco más, para vivirla un poco más.
Habilitame, un poco más
Para sacarme
Para sacarme de ambiente.

Basta de pasado, de futuro y de presente
Futuro es muerte, pasado gente
Y el presente ¿qué?
El presente, nada más
Nada más.

De las tres rosas rojas queda una chamuscada
Ya que han muerto las otras, no sirve de nada
(El de las flores soy yo, el sentimental,
ruleta rusa andante gatillando el celular)
Como un disco rayado,
como un árbol moribundo
Tema del hombre solo,
cargando el mundo
a cambio de qué,
a cambio de qué:
quisiera un poco más
(¿A cambio de qué?)
Un poco más
(Y ahora ¿qué?)
Un poco más
(¿Y el presente, qué?)
Un poco más
Quisiera un poco más,
para sacarme de ambiente. Un poco más, para sacarme de ambiente. Un poco más. Para sacarme de ambiente.


9.4.13

Los próceres. El comienzo


Queridos, con absoluta alegría, en la víspera de los 31, les comparto el lanzamiento de un nuevo libro. Los Próceres. Un libro especial por muchos motivos. Primero, que se trata de un libro sobre cómo se vive el fútbol en Argentina, y con lo fanático que soy, y que siempre he sido, eso tiene una carga y un gustito especial. Segundo, porque lo editó un gran amigo, en una editorial pequeña pero transparente, y ambos (editor y editorial) laburan con una alegría, una soltura y una transparencia que a muchos se les frunciría el ojete. Estoy hablando de Lucas Oliveira, y de la Editorial Funesiana. Tercero: algo también muy importante: la política y, por consiguiente, las condiciones de producción del libro. Como se sabe, la Funesiana es una editorial artesanal, que trabaja, además, en la transición de los soportes. Porque lo artesanal no sólo implica el papel (ya lo saben quienes conocen la editorial, ya lo sabrán quienes lean el libro). Acá presentamos la versión PDF del libro, en unos días estará lista en los formatos ePub y Mobi, y en un mes, más o menos, será editado con todas las chucherías, cada vez más finolis, de los libros de Lucas. ¿Dónde está la transparencia? En la propuesta. En empezar a joder desde la pasión misma por los libros de los nuevos, de nosotros. Un mes antes de que salga el libro editado en papel, el que quiera puede descargarlo en el formato que quiera. Y después, si les gustó, pueden acentuar el fetiche, y ver cómo será su forma-objeto. Después de pasarme cinco años indagando sobre la autonomía literaria, sobre la relación literatura-mercado, eso es como una birra helada. Es una verdadera alegría que pase todo esto. Hice este libro en medio de mi laburo de investigación, y lo hice con alegría, disfrutando de la escritura, descansando al escribir. Después de varios años, y con todos los proyectos de escritura de ficción ahí, en el freezer, inconclusos, vuelvo a las canchas con un libro adorable. Y Lucas editó este libro con igual alegría y puntillismo. Nos comunicamos, entre todo esto, corrigiendo y charlando, con absoluta alegría y tranquilidad. El libro está lleno de firuletes, de gambetas, y de pensamientos, y de jueguitos. Es un libro del Bicentenario, además. Y mañana es mi cumpleaños, en un mes y medio Lucas tendrá LA novedad. Qué más se puede pedir. 
Ah, sí, como siempre, se puede pedir algo más. Como reza la página de créditos del libro, se puede pedir que lo lean, quienes quieran (no sólo los que cargan testículos, es para todos claramente: de hecho, la primera persona que lo leyó, en la editorial, y se copó, fue Ángeles, colaboradora de Lucas), y que lo pasen, o lo copien, o lo impriman, siempre citando la fuente. Salute.

Y pronto les aviso cuando estén los otros formatos. 

5.4.13

Sonrían!


(Gracias a la preciosa dama azul que abre grandes los ojos y no pestañea nunca)

27.3.13


"Remontar el barrilete 
en esta tempestad
sólo hará entender 
que ayer no es hoy
que hoy es hoy, y que 
no soy actor de lo que fui."

9.3.13

La Défense


Esta foto es del 14 de diciembre de 2012, a las 14.30 horas, momentos después de haber defendido mi tesis de doctorado. Estaba feliz. La pongo acá por dos motivos: para informarles que este blog está más vivo que nunca, como su dueño, y porque tengo ganas de volver a disfrutar ese momento, algo que pensé que iba a ser imposible. Pero lo hice. Lo disfruté y se me ve feliz, lo debo reconocer. Por eso me gusta mucho la foto. Me rompí el orto para hacer mi doctorado. Escribí todo el texto durante 2012, y lo hice con dudas e integridad. Muchas personas me acompañaron, desde lejos y desde cerca. Mi vieja viajó a verme: estuvo 32 horas arriba de dos ómnibus (ida y vuelta) y 24 horas en Córdoba. La foto la sacó mi hermano del corazón, José Luis Comba. 
Esto pasó. Y fue hermoso. Tenía en mi mente la misma esperanza que cargo ahora. 
Ahora, lo que más deseo, es que lo que más quiero, se recupere. 
Porque todo se quiere en este mundo. Y eso lo aprendí de grande, pero a tiempo.  

10.2.13

La masacre del estilo


Militamos la excusa del control.
Alejarse es un asunto mental, dijo ella
mientras inflaba un neceser.
Buscaba una bolsa de nylon
para no mezclar la ropa sucia.
Hoy se cumplen tres meses de su partida.
Sus restos siguen intactos
como los últimos deseos de los muertos.

Esta mañana, al bañarme
tomé la esponja que dejó junto a los frascos.
El golpe del agua triplicó su peso y
frente al reflejo de cerrar el puño
una espuma vieja comenzó
a despertarse.
La realidad transmutada,
la fragancia esencial chorreando
de mi mano antes de diluirse
en el pequeño mar de los pies.
Me lavé la boca y devolví
la esponja a su lugar.
El sabor es la conjunción
de gusto y de olfato
otra militancia que crece como el vapor,
el eufemismo de la suma de los cuerpos.

23.1.13

63



Spinetta. Spinetta. Spinetta. Sesenta y tres veces. Infinitas veces. Spinetta y la posibilidad de incomodar la mente. Spinetta y la apertura de lo cerrado. Spinetta y las bifurcaciones. Spinetta como lo humano exacerbado. Feliz cumple, Luis Alberto Spinetta.