28.6.12

Un correo de mi padre sobre el post anterior


Diego: Leí tu relato acerca del sueño (pesadilla). Me movió a comentar algo a través del blog. Lo pensé, traté de resumirlo, extractarlo, concentrarlo, pero me resultó imposible.
El relato me conmovió y me hizo recordar algunos sueños que siempre tuve, pero donde yo no estaba en el punto del penal, sin piernas, sino parado en la línea del arco, con las piernas endurecidas y sin poder mover las manos!, sometido, disminuido, con todas las de perder, a que me patearan un penal. Escuchaba, a lo lejos, como en la realidad al estar dentro de una cancha de fútbol con mucho público, el lejano murmullo de los hinchas. Nunca atajé esos penales de mis sueños, pero tampoco me los llegaron a patear. Siempre me desperté antes del grito de gol o de la exclamación de alegría de los hinchas propios por haberlo atajado.
Fuera del sueño, y con respecto a tu comentario acerca de los personajes reales, te agrego algunos detalles respecto del “bicho” Flotta.  Es verdad que hemos compartido algunos años en las inferiores de Racing (bastaría con consultar los archivos de la AFA). Pero, nobleza obliga, al bicho no se lo puede desligar, o desagregar, o desvincular, de su hermano “el fino”. Ambos fueron integrantes de aquella 5ta. División del Racing (glorioso) de esos años. Son mellizos, no gemelos. Por eso uno es bastante más alto que el otro.  El bicho, un típico “ocho” antiguo. Estratégico, bien ubicado y eficiente. Si te gusta, tipo Pizzutti. El fino, “wing izquierdo puro”, haciendo honor a su apodo, sutil, hábil, escurridizo. Una mariposa. Si te gusta, tipo Belén. Ambos, grandes seres humanos.
Finalmente, el que te saludaba, tratando de reubicar la tapa del baúl del glorioso y amado Senda, no era yo. Estoy casi seguro que era el que me lo compró. 

22.6.12

Zielinski dijo tal y tal

Voy con más alimento balanceado para la gilada corte red social, bitácora, ilusión de sentido. Otro sueño. Hace cuestión de momento, nomás, soñé que jugaba en Belgrano. No era un partido oficial sino un entrenamiento, y no reconocí a muchos jugadores de la primera: podrán preguntarse, ¿pero era Belgrano, realmente? Y sí, era porque uno de los protagonistas del momento era Ricardo Zielinski. Mi mente emite algún tipo de conexión con Zielinski: algo de su ser me atrae, quizás su zezeo al hablar, porque parece que le sucede algo en la boca; quizás su tranquilidad al presentarse en público, una presencia ultra porteña de la familia del fulbo, con chaqueta de cuero, cuello de la camisa abierto y cadenitas; quizás es su coyuntura capilar, bastante pelado pero gringo y por tanto medianamente pelado. O quizás sea su ayudante de campo, Rubén el Bicho Flotta, que forma parte de "la historia oficial" de mi relación eterna con el fútbol porque mi padre jugó con él varios años en las inferiores de Racing, y lo he sentido nombrar muchas veces. Pero se nota que algo de la figura de Zielinski llama mi atención. Estaba, entonces, Zielinski en el sueño dirigiendo el entrenamiento, y por tanto me dirigía. Yo jugué de ocho. Mis pensamientos y certezas dentro del sueño giraron en torno a: a) la vivencia explícita de que estaba jugando en Belgrano a los 30 años, en este momento particular del tiempo de vigilia; es decir, en el momento en que me paso los días anclado frente a esta computadora. Sentí un extrañamiento exagerado respecto al campo de juego, como si nunca en mi vida hubiese ocupado una posición en una cancha de once. b) La certeza preocupante de estar jugando con unas zapatillitas tipo Converse, sin medias, y el miedo atroz a que Zielinski lo notara, porque, no sé porqué, me había olvidado de ejecutar la producción inferior del cuerpo: medias, vendas, botines. c) La certeza triste de haberme equivocado en muchos pases, casi lo único que me gusta hacer bien al jugar al fútbol: dar buenos pases, eso y pegarle bien al fulbo, hacer algún lindo gol siempre y cuando la pelota no ingrese por el medio del arco. d) Por último, el miedo hecho carne y lo de siempre, la frustración de vivir en pleno match la falta de piernas. No tenía piernas en el sueño. O sea, siendo un sueño, voy a la literalidad: tenía piernas, pero absolutamente cansadas, no las podía levantar del césped casi, aun en zapatillas livianas. Pero necesitaba que Zielinski entendiera mi deseo de despliegue, mis ganas de formar parte del plantel, cierta facilidad que en algún momento de mi vida tuve para pasar al ataque. Pero hacía un pase bien de tres. Y sobre un costado de la cancha estaba mi papá (su presencia puede comprenderse a partir de las conexiones con Flotta y Zielinski, o no) tratando de ponerle el baúl al Volkswagen Senda azul Bilbao que supo tener durante tantos años, y del que ya he emitido opinión. Como bien sabrá el lector, el baúl de un Senda es el clásico baúl de un sedán, horizontal con una leve caída, no es pequeño ni grande pero se trata de una pieza respetable. Bueno, mi papá había descubierto una forma de colocarlo al revés, es decir, primero desde el canto donde se encuentra la cerradura, donde traba, y después desde las bisagras. Esta última palabra, "bisagra", en ese momento no apareció, y lo bien que hizo: es verdaderamente imposible colocar ese baúl de ese modo. Lo cierto es que al momento de ejecutar un lateral sobre mi zona de acción (la franja derecha de la cancha) encontré a mi papá maniobrando con el baúl, distrayéndome para mostrarme eso. Le pregunté: ¿viene Damián al club después? No. ¿Vos vas y volvés? No. ¿Por qué? Los botines, le decía yo. Y seguía el juego. 
Hubo un penal. Creo que esto sucedió entre las 8:30 y las 8:50 de esta mañana, es decir, después del despertador. Ahora ya pasó un poco el tiempo de vigilia y brotan las dudas: creo que tuve que ver con la jugada, creo que lo provoqué, de hecho, y por esa razón me acerqué a mis compañeros para decirles que quería patearlo. El arco, ahora me doy cuenta, era muy muy similar al arco norte de la cancha del club santafesino de la ciudad de Neuquén: tenía el punto penal pelado y detrás canchas de tenis. Mis compañeros de equipo no me dejaban patear porque según ellos había shoteador asignado. Entonces, con lo poco de pierna que me quedaba, con lo último ya, deshice el terreno de juego y parte del club santafesino hasta la zona de parrillas y quinchos, donde Zielinski estaba jugando al truco con Flotta y otros. Me le arrimé por detrás al ruso, con sutileza, y le pregunté: ¿Quiénes patean penales, Ruso? ¿El Chiqui Pérez? ¿El que lo hizo nunca puede patearlo, ruso? ¿Hay lista, patea el Chiqui o quién? Zielinski nunca dejó de mirar las cartas. "Patean tal y tal", me dijo. ¿Y el que lo hizo? "Tal y tal", dijo. 
Volví corriendo al área, porque no quería perderme el penal a pesar de correr triste. Al pasar, sobre la izquierda esa vez, vi al Senda detenido y a mi papá jugando con el baúl, tranquilo, concentrado. Corrí sin dejar de mirar esa escena, torciendo la cabeza como un búho: finalmente estaba logrando colocarlo al revés, casi que pude sentir el click primero de la cerradura y luego un encastre final. Lo vi levantar la cabeza y una mano y saludarme en medio de un tránsito constante, como si mi trote cansado se hubiese convertido, finalmente, en un vagón de tren. 

8.6.12

Obsesionado por el arte roquero

Pablo Ramos, autor de grandes libros, entre los que elijo Cuando lo peor haya pasado y El origen de la tristeza, vive en La Paternal y está haciendo una película sin edición, sin efectos ni promoción, con su celular. La película versa sobre un bar del que es "habitué" (para recordar esa bella palabra que decíamos cuando chicos): Pito 4. No lo conozco, pero voy a tratar de ir cuando vaya para allá. Dejo acá una escena de la película, colgada como adelanto. Se titula "Obsesionado por el arte roquero",  tal como escribió Ramos en su blog: el protagonista es Pato y su musa el Carpo, héroe de Paternal.




2.6.12

Parte

Estoy con mucho trabajo. No vengo a pelotudear acá por eso mismo. Hay varias cosas que me gustaría escribir, quizás alguna después aparezca: todavía no conecté el calefactor a la pared, hace poco que tengo nueva casa. Esto puede llegar a convertirse en un problema, si llegara a acechar una nueva ola polar. Sí arreglé el calefón, eso es un verdadero alivio. He podido bañarme en paz, sin tener que salir cagando de la ducha porque se pone fría. Ha llegado, también, hace un tiempo, el timbre para la bicicleta que compré directamente a China, gracias al consejo de mi amigo Pitbull Andrada. Llegó intacto. Un dólar con noventa. Tiene detalles de terminación naturales, propios de los productos chinescos, pero anda. Tiene, debo decirlo, un sonido bastante opaco. Chino también, el sonido. Pero anda. Llegó en un sobre al trabajo. El sobre tenía estampillas y anotaciones en chino. La secretaria de la oficina, Celeste, me escribió un mail para que me acercara a su escritorio porque había llegado "un paquete sospechoso". Sí, un timbre, le dije. En ese momento se le iluminaron los ojos. Ella es una suerte de compradora bola de nieve: compra lo que los otros se compran, en una cadena que parece no terminar jamás. Por ejemplo: entré una mañana a la oficina y le dije que tenía una juguera nueva. Celeste tardó menos de quince días en encontrar una juguera idéntica, a menos de la mitad de lo que vale. La compró, me dijo que hizo un jugo y después ya no supo más que hacer. Entonces volví a entrar, tiempo después, para decirle que me había comprado una bicicleta plegable. Ahora espero novedades. El gran Marcelo Barchi estuvo surfeando en Brasil, y trajo una nueva técnica de copiado de fotografías. Es maravillosa. Hemos renovado el laboratorio de fotos, con esta nueva información. Cada vez sale mejor la cosa. Estamos sacando buenas fotos, y además estamos adquiriendo una muñeca interesante para copiarlas. Acá mismo estoy levantando la vista y mirando la última que hice, con al nueva técnica. Creo que podría integrar algún libro de fotos del mundo, no se cuál, uno tranca, medio pelo, pero podría estar ahí. Hay mucho por hacer. Marcelo volvió a pintar, e intuyo que para la segunda mitad del año se va a despachar con algo groso. También intuyo que para la segunda mitad del año podré terminar los escritos que tengo empezados. Por ahora, sólo trabajo y para despejar, fulbo y laboratorio. Estoy muy ansioso, casi no he registrado esta primera mitad del año, pero estoy bien igual. Estuve en Chile. Flasheé con Valparaíso. Qué ciudad preciosa, decadente, empinada. Una verdadera maravilla. Volveré, a estar y a sacar fotos. Saqué un par que se defienden. Perdí otras, por no estar atento arriba del auto: por ejemplo: una ventana de una casa. La ventana bastante ajada. Detrás, formando parte de una mitad de reflejo de otra cosa, un hombre en cueros, con una toalla chica colgando de un hombro, se afeita usando esos reflejos de la ventana como espejo. Delante, en el fragmento de tierra entre la vereda y la casa, un pequeño mástil: sí, un mástil pequeño, con una bandera chilena izada. Todo eso hubiese formado parte del encuadre. Y cuando lo vi, el gesto era la fotografía: esa es una de las maravillas de sacar fotos, cuando uno, ya medio acostumbrado a mirar, encuentra la fotografía naciendo en el gesto, y recién después naciendo en el encuadre. Esas, por el niño Messi, esas son las fotos que quedan para siempre, las atemporales, las que darán que hablar. El gesto del hombre era así: la cabeza un poco inclinada hacia atrás, pero no por el hecho de inclinarse él, sino por el hecho de haber estirado el cuello. ¿Se entiende? Las comisuras caídas, para estirar los cachetes. Y una mano ayudando a estirar todo, haciendo presión desde la pera, y la otra con la Track haciendo lo suyo. Perdí esa foto. Algo, sin embargo, me tranquiliza: la memoria. Ahora escribo esa foto y la estoy mirando. Pero la memoria durará menos que la estampa, si hubiera logrado gatillar. Algo, sin embargo, me tranquiliza: cuando pasa eso, quiere decir que la pulsión se ensancha. Hay tantas otras fotos ahí, esperando en el aire. Tantas como minutos restan.
Pronto intentaré escanear las fotos en blanco y negro para mostrarlas en el Flickr. Una de las que sí saqué, tiene un valor especial, que desarrollaré luego, cuando afloje un poco el laburo. En una de esas fotos estoy posando al lado de Pedro Lemebel. Ésa la sacó mi viejo. Estuvimos con Lemebel, en su casa, charlando un rato. Una semana antes de que lo operaran de su cáncer de laringe. Pero esto es importante, prefiero contarlo después. 
Finalmente, una idea: se me apareció una idea. Tiene que ver con el laboratorio de fotos, también. Y es para practicarla y luego para escribirla. No pienso contarlo acá, porque de contarlo estaría abandonando esta conducta infantil y narcisista que implica decir "tengo una idea" y no decir más que eso. Esto es un parte, un monólogo gil, un nuevo post para este diario éxtimo que llevo a cabo desde hace tanto tiempo. Diario éxtimo. Qué bella palabra, googléenla. Googléenla. Cuando estén en medio de esa búsqueda, podrán escribir algo mejor en el Facebook, o en el Twitter: googleándola. Googleándola. Facebook y Twitter, reinos de los gerundios. Si la gilada supiera todo todo todo lo que ha aprendido escribiendo, en sus "estados", en: "lo que está pensando", tantos  gerundios. Es tan perfecto, hostil y escurridizo el gerundio que se te mete como una sanguijuela en la mucosa: fíjense recién: "escribiendo", escribí, en medio de la burla. Facebook y Twitter: fábricas de gerundios. Estado de Rodrigo: "estudiando". Tuit de Gabi: "comiendo con las chicas". Estado de Nancy: "sacando los restos de comida del resumidero". Tuit de Blas: "cosiendo los agujeros de las medias". Estado de Tavo: "atando la bolsa de basura ya para sacarla". Tuit de Nilda: "raspando la asadera". Estado de Pitufina: "soplando la termocupla de mi Orbis". Tuit de Sanfilippo: "calentando la cera". 
Fin de espacio publicitario.