25.4.12

Los albañiles me gustan

llegan en bandada, un día,
al terreno baldío, al gran hueco,
con su música de cuarteto
en las radios
llegan gritando, llegan
puteando al trompa,
codiciándole la mujer que nunca vieron,
llegan para lastimarse,
para caerse de los andamios,
para romperse la médula jugando
a los angelitos,
llegan para ponerle el hombro
al asunto

y el asunto es acarrear tierra,
arena, agua, cemento,
el asunto,
lo que los cogotudos de la zona
dirían business, es
hacerlo 8, 10, 12 horas seguidas,
con el sol bravo de la siesta,
hacerlo, con el viento sur
del invierno,
hacerlo cansados, poner
ladrillo sobre ladrillo,
sin llorar histéricos por ninguna
cuestión metafísica, porque el tiempo
que les sobra del día
-y siempre son miguitas-
hay que usarlo
para comer,
para bañarse,
para hacerle el amor a la mujer y mirar
cómo crecen los hijos

me gustan, los albañiles,
me gustan
porque todavía tienen tiempo
de gritarnos obscenidades a las mujeres,
de sonreírnos en la vía pública,
de hacernos saber que nos ven,
que nos escuchan el taconeo,
que se fijaron
en el brillo del pelo

me gustan porque cuando se van,
donde había un vacío,
de pronto hay una casa,
una casa armoniosa y a prueba
de tormentas,
es justo recordar de quién fueron las manos,
es justo





(Hermoso poema de Elena Anníbali, a quien agradezco por cómo escribe y por mandármelo)

22.4.12

Lanata, el pateta

Como el amor, la muerte y la música, el patetismo ha demostrado ser un verdadero misterio. Como el burócrata o el esteta, el pateta (que podría llamar patético pero no, porque así sólo marcaría una adjetivación, su condición involuntaria, algo que no maneja, y el pateta, en el fondo, sí lo maneja) ejecuta una serie de actos y de palabras con una convicción cada vez más sólida a medida que aumenta su patetismo. Para decirlo llanamente: el pateta sabe lo que hay en el fondo de las cosas, intuye el descalabro que ejecuta ante el observador que no lo puede creer, y así y todo, o por eso mismo, cree más: da forma a lo realmente inexplicable, situaciones que parecen correr al lado de la razón. Es domingo, ahora, por la noche. En el Canal 13 de Buenos Aires, Jorge Lanata intenta con muy muy poco resultado ejecutar un número de Stand Up. Jorge Lanata, aquél de Día D, el cuestionador intelectualoide, el escritor lúcido anti-corrupción, formador de periodistas, habla en la pantalla de Canal 13 burlándose de Carlos Méndez porque afirmó que votará a favor de la nacionalización de YPF. A ver, para que no se escape: Lanata, en abril de 2012, se burla de Méndez en la pantalla de Canal 13, e intenta desenmascarar algo evidente. Hacía rato que no nos chocábamos con un pateta tan inconmensurable. Lanata, que frente a la dominación política del Kirchnerismo salió a renombrar críticamente estos años con la frase "Ojo que volvieron los noventa", el domingo pasado entrevistó a MARIO PERGOLINI en su programa de Canal 13. Le preguntó si era feliz, si iba a reconciliarse con su padre, si pensaba en la muerte, con la displicencia patética que siempre ejecutó. Y mientras tanto, ¡fumaba! ¡Lanata, en Canal 13, denunciando el regreso de los noventa, fumando en cámara sin tragar el humo, un pucho atrás del otro, entrevistando, como postre de su primer programa, en el primetime del domingo, a Mario Pergolini! Ahora, en este preciso momento, en su número de Stand Up, se burla y critica a Méndez porque va a votar por la nacionalización de YPF. Qué pateta, por el amor de la patria. ¿Es Méndez un pateta, en este mismo contexto? Por supuesto que no: Méndez es un hijo de recontra mil putas, viejo Montgomery Burns de mierda, impune hijo de puta, inteligente de la peor manera. Méndez no actúa con convicción de pateta: Méndez resbala, surfea y ofrece excusas patéticas con la certeza de la coyuntura, una certeza que sostiene con sus hombros endebles sólo esperando que caiga para transar con otras certezas. El pateta Lanata cree hacer uso de la coyuntura, mientras la gente que lo observa se muerde el labio inferior. Lanata fuma creyendo que sigue distinguiéndose por sucumbir ante el cigarrillo, como sus viejos maestros norteamericanos. Lanata cree, cada vez con mayor potencia, hacer preguntas de ostensible espesor y ofrecer argumentos originales y brillantes. Jorge Lanata, el hombre que ha abandonado todo, que ha dejado todo a mitad de camino, que ha escapado de todos sus proyectos como una rata ególatra que pierde el gusto por las golosinas, habla, en estos días, desde Canal 13, con la fuerza misteriosa del pateta. Habla en el fondo sabiendo tener una clave, ejercita uno de los grandes misterios del mundo. Habla con anteojos de carey, y fuma, sabiendo lo van a multar, mientras se regodea con su clave, y fuma, y vale la pena, mucho, mirar la escena que reproduce, sobre todo para quienes comprábamos sus libros y creíamos en sus virtudes con la palabra y la mente. Prueben. Es como mirar a un hombre deforme y no poder sacarle los ojos del cuerpo.   

20.4.12

Para Diego

Hace un tiempo, mi amigo Alejandro Boglione, de Monte Buey, tuvo que atravesar unos meses del orto por culpa de una enfermedad extraña, hija de puta, que sin previo aviso y sin demasiadas explicaciones paraliza todo el cuerpo y provoca un riesgo importante si no se la agarra a tiempo. Por suerte Alejandro pudo recomponerse, después de un tiempo y con muchísimo trabajo, pero lo logró al punto de que hoy se encuentra como si no hubiese pasado nada. Digo esto, en realidad me lo digo a mí mismo, porque acá en Córdoba nos enteramos que al gran Diego Formía, gran amigo y colega de Río Cuarto, le agarró lo mismo, y ahora está pasando por los momentos más complicados del proceso. Por suerte, también, está muy bien cuidado y controlado por amigos y médicos, así que sólo resta que pase un poco el tiempo para que Diego pueda recomponerse totalmente. Eso es lo que va a pasar. Escribo esto, en definitiva, para mandarle la mejor desde acá al gran Diego, decirle que ya va a pasar y también para compartir un poco de música con él, música que ayude a pasar un poco la mala. 

Así que acá, Diego, dejo unos rocanroles. El primero es éste, como para ir arrancando así, tranca:


Acá te dejo un poco de Luis Alberto:


Y al final el final:



Abrazo grande y aguante para allá, de todos los de acá.

18.4.12

Estar de pie


Confines

Alguien viaja todavía
en trenes difuntos en el campo.
Alguien alambra el agua.


El cielo atraviesa la laguna, tras otro cielo
y una sortija inmensa
de luz, vacío y lluvia desterrada
perfora el planeta.


Hay casas por ahí. Pobres hasta el hueso.


Más al fondo,
donde uno comienza a perder la tonada,
aúllan
el coirón en los eriales
y en los álamos de Neuquén
                      las horas quietas.


No hay quien vuelva de allí.


Un viejo refucilo
acorrala al hombre
descarga los ojos de los animales
y fulmina la frontera.


Después
-si es que hay después-
de la nada
         nace
            la nieve
y de un relámpago la cordillera.




Leopoldo Castilla (Salta, 1947), Coirón, Ediciones del Zorrito, Buenos Aires, 2011

10.4.12

Zeri

En resumen, treinta. Ahora en un rato se cumplen con cierta precisión, sin contar las fallas del calendario gregoriano. Por los números en sí, ahora en un rato, en un toque, cumplo treinta. Dicen que nací al mediodía, en el momento exacto en que Galtieri dijo, desde el balcón, "si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla". Yo nací y pagué, y perdí, pero, pero, la placenta no se mancha. En ese momento, entonces, hace treinta, nací. Hoy a la madrugada, cuando cambió el día, sentí por primera vez un dejo de nostalgia: ya no voy a tener nunca más veintipico. Ya sé, los más viejos dicen "bueno, vas a ver a los cuarenta, a los cincuenta, a los sesenta", papá dice "abrís los ojos, los cerrás y tenés cincuenta", mamá dice que hay que disfrutar la juventud, todo bien, pero no creo en dios, no me cierra la idea de la reencarnación por una cuestión cuasi metodológica y entonces vale mi pensamiento, por qué no: ya no voy a tener nunca más veintipico. Y no es sólo eso. Es que los veintipico aún mantienen alguna cuerda o soga o piolín atada a un cierto ethos adolescente, livianón, impune. En resumen, ya no. Pero ojo: sonriamos porque viene la noche. Hermoso recuerdo: una tarde de hace un tiempo, estaba llegando el verano, pasé varias horas en la pileta del Holiday Inn, allá cerca del Orfeo, con mi hermano Nicolás y los músicos del Bahiano. Nos pasamos la tarde mirando las olitas de la pileta y tomando unos porrones, y hablando de éste guitarrista y de aquél otro, de tal o cual músico, de tal o cual mina, pelotudeces de todo tipo. Hasta que uno de los changos dijo: qué hermosa tarde que pasamos, hermosísima, y pensar que ya se acaba. Y otro de los músicos se le asomó desde atrás, con una sonrisa infantil, y le dijo: pero viene la noche. Claro: la noche es, para los músicos, lo que el Nesquik para los chicos. Pero viene la noche. A partir de ahora, supongo, salvo una planicie que durará parte de esta década, viene la noche, pero hay que sonreír: viene la noche. Hace un rato, hablando con mi amigo Gabriel Giannone, surgió el tema de cómo estábamos. De cómo uno se piensa a los treinta, cómo imagina llegar y cómo llega. Salvo los mechones que me faltan, creo que estoy bastante entero. Le dije al Gabi: soy como un VW Senda modelo 97, más o menos bien cuidado (este modelo no es una elección cualquiera, recuerden). Si lo arrancás te das cuenta que tiene unos años, pero desde afuera está enterito, con las llantas sin tanto rayar, los plásticos seudo-negros, las manijas intactas. Entonces empezamos a incorporarle cosas al Senda: una colita rutera, alguna huevadita colgada del espejo retrovisor, fundas para los asientos, grasadas varias. Pero que embellecen. La verdad que nunca me imaginé llegando tan niño de mente a los treinta años. Le vengo metiendo una resistencia importante, habilidosa, neurótica, con altos índices de alegría, miedo y trampa. De chico, cuando veía a un veintiañero, me parecía un adulto en la cresta de la ola, pero bien adulto. Cuando veía a un treintiañero directamente era un padre de familia, con la cabeza resuelta, con las dudas negociadas, con la paz enganchada del cinturón. Nunca me imaginé cómo carajo llegaría a los treinta. Sí debo mostrar mi gratitud para con el pelo: logré verme canas. Llegué a cierto número ínfimo pero notable de canas. A los dieciocho, cuando me di cuenta que se me empezaba a caer, después de haber pasado cuatro o cinco años con el pelo larguito y después de haber recibido elogios de todo tipo, e incluso consejos comerciales (a los quince me recomendaron dejarlo crecer y luego venderlo, por lo lacio y brilloso que me nacía), deseé fervientemente llegar a los treinta con algo de pelo. En resumen, acá, después de haber cortado la cinta de llegada, debo ser sincero y agradecerlo: llegué con un poco de pelo. Es más: llegué con una cantidad de pelo que otros envidiarían, así como envidiarían los treinta. Es verdad que le metí un toque de ayudita, nunca invasiva por supuesto: algún productito, alguna pastilla resultado del avance técnico en materia de medicina y belleza... algo hay. No lo voy a negar. Pero bueno, es el declive del mundo, queridos. Ahora joden con las células madre, parece que pueden imprimir un órgano, un riñón por ejemplo, con una impresora de células madre, para después trasplantar gente con sus propios órganos impresos en cautiverio, y resulta que no puedo tomar una pastillita del orto para que se frene un poco la alopecía androgenética. Éste no deja de ser otro detalle: jamás, en la reputa vida, me imaginé ser pelado. Pero esto no es de los treinta, es un proceso ya madurado de fracaso y aceptación. Mi viejo tiene más pelo que yo. Mi vieja tiene más pelo que yo. Mi hermano tiene mucho más pelo que yo. Está bien. Pero yo todavía tengo un poquito de pelo. Y no fui a ningún mercenario de ésos que operaron a Caruso Lombardi o a Luis Islas. Soy un Senda modelo 97, bordó, naftero, con alguna perilla rota y algún buje ruidoso, pero en marcha. 
Otra cosita. El miércoles pasado llegué a la cancha de River con un poco de fiebre, a ver a Foo Fighters. En el medio se largó una lluvia furibunda. Pensé que iba a ser una noche larga, con el Pez creímos que era un tanto garrón lo que estaba pasando: no tenía fuerzas para saltar, como siempre, y tomar temperatura entre la muchedumbre, y la lluvia no mermaba, y parecía algo negativo, un fuerte motivo de queja, pero llamativamente me sanó la música. Quiero resaltar esto porque lo intuyo, hacia delante, como una salvación posible, al margen de cualquier dios u obligación. El miércoles me sanó la música. Quedamos absolutamente empapados, probablemente con más fiebre que la inicial, pero cuando Dave Grohl se puso las pilas, todo cambió. Fui tomando fuerzas de a poco. Fuimos sonriendo cada vez más. Y terminamos el recital allá adelante, saltando lindo, casi pogueando. Los pieces hechos sopa, la ropa una lástima de agua: nos acostamos muy tarde y destemplados y el jueves, para sorpresa del universo, me levanté contento, sano, al tiempo, como dicen los norteños. Así que esto, en resumen, es la continuación de lo inimaginable. Pero si me tiene que salvar algo, que me salve la música. Que me cure. Que me crezca dentro. Un saludo a todos los que no me conocen. Un saludo a los que me conocen. A los que hace un tiempo que no hablo, estoy igual, sintiendo lo mismo, con las mismas dudas. A los que veo todos los días, esta semana hacemos algo. A los que siguen leyendo este blog, buenísimo, gracias, espero les guste toda esta mierda, es fruto de mi egolatría y también de mis ganas de no quedarme quieto, algo que, intuyo, tienen quienes entran acá a leer de vez en cuando, como quien se toma un aperitivo. Gracias por leer. Ojalá estés bien, vos. Que estés bien. Que estemos bien.