24.2.12

Vicente Federico Luy (1951-2012)


Ayer murió Vicente Federico Luy, poeta cordobés incómodo, al que todos a partir de ahora homenajearán y reivindicarán como un poeta "de otro mundo". No lo conocí: siempre lo escuché de lejos. Posiblemente se produzca la situación conocida de fabricar un mito humilde, limitado, en torno a su persona, a lo que supo ser, a lo que no supo solucionar, pero ante todo un mito de sus fugas: parece que Luy tenía la virtud de decir o hacer lo del costado, lo que nadie esperaba, con el condimento extra de que sus dichos o acciones generaban, además de sorpresa, cierto rechazo o cansancio, y una posterior huida de quien se cansaba o del cansador. Eso me lleva a pensar en el efecto de la noticia. Luy murió en Salta, no en Córdoba. Parece haber cansado a todos, pasó los últimos años mal, pero algunas personas lo bancaron dentro de sus posibilidades. Habría que quedarse con esa intención. La de quienes conocían la esencia del poeta y asimismo hicieron lo posible para no fugarse ante su presencia. Algunos pocos, me da la impresión, lo vieron fugarse a él. Otros muchos se fugaron antes, cuando aparecía el olor del conflicto. Ahora ya no hay posibilidad de conflicto, porque murió: una idea que no sorprendía anteayer porque estaba supuestamente loco, una realidad que sorprende hoy porque está muerto. 
Luy no era de otro mundo, era de éste. Quizás podía ver, como dice mi amiga Elisa, las letras verdes cayendo, el código del fondo del mundo. Por lo pronto, es evidente que no le encontró la vuelta a lo que él pretendía como condiciones necesarias para mantener el sentido de las cosas. Y bueno, eso le pasa a tanta gente, le ha pasado a tanta gente que por qué no podía pasarle a él. Si de hecho podría pasarnos a nosotros de acá a un tiempo.
Gente que lo frecuentó me ha contado que una de sus rutinas era intentar suicidarse pero con aviso previo. Así lo han salvado, según me contaron, varias veces. Eso generó cinismos de todos colores. Sé de escritores que tienen sus libros porque alguna vez, en medio de algún intento de suicidio, fueron a su casa y se los llevaron, así de simple. Personas que lo tuvieron cerca, de casualidad, en algún momento, y que escucharon de su boca "quemen todo lo mío", o "llévense lo que quieran", o lo que fuere, y cumplieron: se llevaron sus libros callados, pensándolos como mercancías, disfrutando de la oportunidad. La única vez que vi y toqué su libro La vida en Córdoba, fue porque me lo mostró un escritor que lo había sacado de la casa de Luy. Había un aire de satisfacción en la escena, recuerdo incluso sonrisas de triunfo, porque se trataba de una mercancía, no de un libro único e histórico, de un poeta "enfermo". Se trataba de un libro de otro mundo por lo único de la oportunidad: imposible de reeditar tal cual fue pensado, imposible de comprar si hubiera estado en una librería, se trataba de un botín, un elemento del mercado. Un libro de plástica o de  fotoperiodismo pero hecho por Luy con los restos de su herencia y obtenido de su propia casa, como en un robo consensuado. Un libro transformado en mercancía no por su autor, ni por su editor, sino por sus lectores. Repique de redoblantes y platillo final, por favor.
Copio una nota-despedida de Emanuel Rodríguez publicada esta mañana. La nota es simple y buena, con los poemas que él eligió para despedirlo. 

Llueve y alguien está diciendo “llueve”.
Si me equivoco contradígame con amor, porque con amor digo.
Si erro póngame maestros, que luego yo les enseño, porque con amor hago.
O ustedes, ¿Por qué creen que llueve; porque hace falta? ¿creen que llueve porque sí? ¿por qué carajo creen que llueve?
Llueve; y no solo eso; la verdad es que hay un monton de gente diciendo “llueve”.
De a uno empiezan a notarlo, y no lo pueden evitar; simplemente dicen “llueve”.
Porque llueve.
Si me equivoco contradígame con amor, porque
con amor digo.
(De No le pidan peras a Cúper, 2003)
Quería volver a casa y lo decía, lo repetía con la insistencia y la desesperación de quien no es escuchado. Vicente Federico Luy, poeta, agregó a su biografía el jueves por la mañana una nueva muerte, esta vez con certificado de defunción. Sus restos serán cremados en Salta y luego trasladados a Córdoba, donde serán depositados junto a los de su abuelo, el poeta español Juan Larrea.
Algunas otras veces, partes de él se habían ido de este mundo en el que conoció los extremos de la felicidad, la locura y la tristeza y sobre cuya superficie ya no quería caminar sin ser amado del mismo modo en el que él mismo había amado: muy a fondo, muy sin que nada más importe, muy para siempre, siempre.
Eso es una pollera; eso es una mujer. Una mujer con un cigarrillo en la mano. Tiene las uñas pintadas y toma un té. Parece bonita. No me interesa ninguna otra cosa en el mundo. (De La vida en Córdoba, 1999)

¿Quién fue Vicente Luy?Un poeta. ¿Qué es la poesía? “En teoría, la única ciencia que se ocupa del problema”. Anecdóticamente hablando se lo recordará como miembro fundador de los Verbonautas, como editor y autor de un libro colosal en el que invirtió gran parte de su herencia, La vida en Córdoba. Se lo recordará por eventos de ligero escándalo social, como la vez que empapeló Córdoba con afiches con gente desnuda y la frase “lo esencial es invisible a los ojos”. O como la vez que armó un sitio de apuestas on line en la prehistoria de internet e intentó publicitarlo en Página/12 con un cartel que decía “apuesto 100 a que el Papa muere antes de fin de año”. No lo dejaron, y entonces empapeló Córdoba denunciando al diario por censura. O como la vez que descubrió que otro poeta, Alejandro Schmidt, había perdido a su madre en el mismo accidente aéreo en el que murieron sus padres, cuando Vicente tenía un año de edad. Y no sólo eso: Schmidt y Luy habían nacido el mismo día.
Anecdóticamente hablando, fue autor de una poesía confesional, de tono pedagógico en algunos casos, pero de una pedagogía divinamente perversa.

Lo que está mal está mal.
Pero lo que está bien
también está mal.
Charlalo con tus padres.-
(De Vicente habla al pueblo, 2007)

Su primer libro tiene un título clarísimo respecto de su diagnóstico de muerte: Caricatura de un enfermo de amor.

Inconscientemente vamos por un camino, y concientemente
nos ponemos a buscar otro camino, en vez de hacer
conciente el camino por el que vamos.-
(De Caricatura de un enfermo de amor, 1991).

Después incluyó fotos y recortes de diario y dibujos de sus novias enLa vida en Córdoba, un libro gigantesco y vitalista, un salto de entusiasmo después de una orgía. No se hacían esas cosas en Córdoba, y él las hacía.

¿Por qué los secuestradores prosperan?
¿Por qué sonríen los diputados?
Tienen plan.
Vos no tenés plan.
(De La vida en Córdoba, 1999)
En ese tiempo fue anfitrión de fiestas delirantes en su casa de Salsipuedes, una vieja casona de campo convertida en búnker: Vicente le había mandado a Carlos Telleldín, procesado en el juicio de la Amia, un poema acusándolo de una violación. Cuando Telledín salió en libertad, Vicente temió por su vida e instaló vidrios blindados. Decía que esa casa tenía, además, un refugio antiatómico en el sótano.
Por esa época publicó Aviones y No le pidan peras a Cúper, libros de “poesía exprés” al calor de los acontecimientos sociales. Comenzó a desarrollar un estilo de aforismo poderoso: “Si va a morir gente, votemos quiénes”. Dos años más tarde reunió lo mejor de su poesía en La sexualidad de Gabriela Sabatini.

¿Venderle el alma al diablo? Sí, pero cara.
Y si se puede, venderle también otras cosas.
Y venderle a Dios lo que el diablo no compre.-
(De No le pidan peras a Cúper, 2003)
Hubo algo ahí, un cambio en su vida: sin posibilidad de disponer de tanto dinero, se vio obligado a dejar el tenis y los taxis a Córdoba. Solía contar que ir a terapia le había destapado recuerdos terribles de su infancia. Perdió peso y cinismo, y había un gesto suyo de cuando una idea venía a su mente, que ya no tenía la misma frecuencia ni la potencia de otras épocas. Se le ocurrió invertir en un proyecto digital y perdió mucho dinero, se peleó con sus amigos, comenzó a sentirse cada vez más perseguido.
Entre 2 tablitas de la persiana de la habitación de la casa que alquilo en Argañaraz y Murguia y San Carlos no cabe un marlo de choclo, pero sí una mirada asesina.
Por eso estoy paranoico. 
(De Aviones, 2002).
Siguió editando poesía: Vicente habla al pueblo¡Qué campo ni campo! y más tarde Poesía popular argentina, su última antología y, decía, el primer libro que no debió pagar.
Sus últimos años fueron de miseria y sufrimiento: pasó una temporada internado en el Borda en Buenos Aires, y después de fugarse intentó reconstruirse en un departamento de Alberdi. Escribió un poema sobre un intento de volver a casa:

¿Qué sentí mientras esperaba dormirme?
Que ni estaba más lúcido ni más en contacto.
El desinterés cósmico; eso sentí.
(De ¡Qué campo ni campo!, 2008)
Le había puesto todas las fichas a vivir de la poesía, pero las cosas salieron mal, a pesar de que su obra marcó a una generación en Córdoba y comenzaba, de una manera cruelmente lenta, a ser reconocida fuera de la provincia. Se sentía “mental, sexual y tenísticamente disminuido”, y estuvo a merced de la sobremedicación durante varias temporadas.

Rataplán Eduardo no era el perro más fino del barrio,
pero era mío y lo pisó un tractor.
Yo no vi que lo pisara un tractor, pero lo pisó un
tractor. En la esquina de Ricchieri y la casa del
flaco Silva. Y casi no me dolió.
Yo sólo pensaba en Dios, y vivía en consecuencia.
No tenía mujer, tenía paciencia.
Pero Dios no vino a mí.
Agradecido, puto; realmente agradecido.
(De La vida en Córdoba, 1999)
En el último año había recuperado cierta rapidez para el chiste y había vuelto a escribir. Flaquito, tembloroso, tenía el aspecto de un pajarito después de millones de tormentas. No fui un buen amigo, pero él me siguió escribiendo: un día antes de su muerte me pidió que me hiciera cargo de sus últimos poemas, que los publique. El último mensaje en verso que me escribó lleva como título las iniciales de abuelo: JL. Dice:

Abuelo, abuelo Juan, me complicaste, pero a nadie amé en la vida como a vos.
Llevo 30 años sin poder hacer el duelo.
Es probable que el mundo sea más benévolo con él, ahora que ya no podemos darle la espalda. Tenía 50 años y dejó una obra conmovedora e inteligente, una de esas cosas que si no te ayudan a entender más el mundo al menos provocan que te pares en él de un modo diferente. Que prestes atención a determinadas cosas. Que ames para siempre, siempre.

¿Tus palabras no atraviesan las paredes?
Modifica tus palabras.
(De No le pidan peras a Cúper, 2003)
Provocó y no escuchó respuesta, o acaso no había respuesta posible para lo que Vicente pedía. Mantenía el humor en los peores momentos, se reía de la vida y de la muerte, y era generoso con todo lo bueno que producía. Uno de sus mails dice: “Fui a Pare de Sufrir/ y me dijeron que vuelva en Mayo/. Si llega a ser un gag, es mi regalo para vos”. Agradecido, puto. Realmente agradecido.-

Nota de esta mañana del 24 de febrero de 2012, publicada acá.

17.2.12

Neuquén en la voz de Alfredo


Hola. Le han hecho una entrevista a mi querido Alfredo Jaramillo (ya retirado de la blogosfera) en un blog llamado Los caracteres. Como siempre, son tan lindas sus respuestas que decidí pegar no un pedazo, sino toda la entrevista, que se puede leer con foto del protagonista, acá. Un abrazo a la distancia al gran Piro querido, sabio hijo de puta, qué ganas de charlar, la puta madre. Y al Salvador, por supuesto, a quien la remera de Nirvana ya le debe haber quedado chica.
Hola Alfredo. ¿De dónde sos?
De Neuquén Capital, una ciudad donde lo único que crece es el rencor, y el río durante el verano. Yuyos bajos sobre montes polvorientos, rutas y mesetas. Noches frías donde los chicos no dejan de sacar sus autos o caminar para ir a comprar cerveza a los mercados que todavía escapan al control municipal. Una ciudad hermosa, si la sabés vivir. Una ciudad hermosa para desperdiciar tu vida en bardo y contemplación. Quizá llegue un momento en que estás como atascado en las cosas de siempre (el centro, los boliches de siempre, las charlas de siempre, las luces de siempre): es entonces cuando decís “ya fue” y te mudás, como me pasó a mí. 2007: me pagaban $900 mensuales para vivir la agonía de una ultravida académica en el Comahue, que no tenía ninguna razón de ser para mí. Estaba ahí paseando por pasillos beige en la universidad y nada, no había nada, sólo ilusiones y cadáveres de viejos profesores impregnados a la pared. Y mientras tanto: la vida paralela de vagar por internet y recibir amigos en el Bulo de la Muerte para encontrar inspiración. Recitales malos, caminatas tirando humito por la nariz, épocas de no comprar nada porque el dinero era algo que le pertenecía a otros. Y contemplación, contemplación. Mirar los días de tierra cómo se levantaba el polvo y tapaba el sol. Increíble. Por menos de eso evacuarían Buenos Aires. Pero para nosotros era el paisaje de casi todos los días, las trasnoches, los enemigos locales, las charlas con los viejos amigos acerca de adónde ir con los proyectos y la vida en general. Escribíamos, nos mostrábamos las cosas, nos robábamos ideas. No nos veía nadie, era genial. Pero nadie se banca cien años de soledad, así que me fui. Corté con todo, a otra cosa. Quería irme a España a trabajar de periodista, postulé a una beca, no me salió. Rechacé una oferta para trabajar investigando crímenes de lesa humanidad en el Batallón de Ingenieros de Montaña 6 porque quería venirme a esta fuckin ciudad porque sentía el latido de la Capital Federal en las paredes. Primero de Marzo de 2008 llegué a Retiro con un bolso roto por donde asomaba un zapato.
¿Te encontraste con algo muy diferente a lo que esperabas?
Ya conocía Buenos Aires, viajaba mucho. Año 2006 viajaba tres veces por mes. Compraba mi pasaje de Chevallier, iba y venía, dieciséis horas de bondi… Hay pocas cosas tan hermosas como ver el desierto iluminado por la luna a la altura de La Pampa, o parar a fumar en las terminales. Es muy lindo fumar en las terminales escuchando el motor de los colectivos. Llegué a la casa de mi amigo Ariel, un viejo compañero de colegio que trabajaba en Cancillería y era amigo de un montón de bolivianos y paraguayos radicalizados. Me tiraba un colchoncito en un living de Barrio Norte y yo de ahí pensaba Qué Hacer. Días muy locos donde yo pensaba en pegar un trabajo estable y lo único que hacía era darle de comer a los caballos en el establo. Por suerte los amigos recientes y buenos conocidos me dieron una mano y me permitieron flotar, gente buena, nunca dejaré de agradecerle íntimamente el rescate. La mayoría de los que me ayudaron eran viajeros como yo, eso es increíble. Y nunca pidieron nada a cambio por supuesto. Un viajero ayuda a otro y no espera vuelto porque hay que mantener el espíritu para los nuevos que llegan. La mejor manera de agradecer un gesto tan gigante es ayudar a otros a establecerse. Eso trato de hacer cada vez que me encuentro con alguien que está donde yo estaba tres años atrás.
¿Cambiaron mucho tus costumbres?
Bueno, alguien ató mi pie al acelerador y pasaron mil cosas. Conocí a mi queridísima Mercedes, tuvimos un hijo muy bello, me transformé en un “periodista”, y lo fascinante fue que no había nada verdaderamente deslumbrante en eso último. Quiero decir, vine acá pensando en que eso era lo que quería, pero en realidad lo que quería era ir en busca de nuevas sensaciones por supuesto. Me encanta el periodismo porque me divierte dar vueltas por la ciudad y ser testigo de cosas raras, pero no hay nada. No hay estrellato, ni en el periodismo, ni en la literatura, ni en el rock, ni en nada. Para un chico como yo que creció mirando las estrellas, llegar acá y darse cuenta que las estrellas estaban todas muertas fue una cosa muy educativa. De ahí en adelante, no sé qué me dediqué a hacer. Hago air guitar en la calle, pienso en libros de poesía, veo poquísimo a gente que antes venía un montón. Salgo menos (antes era una actividad fundamental… pistear la década con la vanidad de los veintitantos, me enamoraba de mí, cosas que sirven hasta ahí y después, pfff). De Neuquén bueno, extraño millones de cosas. El río, la barda, el cielo, la gente buena con la que tenés anécdotas que te recuerdan de dónde venís. Ahora recordando no quisiera ser tan naif de decir “ah, qué hermoso era” porque, como me recordó hace poco mi amigo Luchi por Facebook cuando yo recordaba una parte de mi pasado allá, él decía “recuerdo perfectamente cuando Alfredo quería irse de ahí”. La vida es demasiado misteriosa como para quedarse quieto en un lugar, pero Neuquén, muchos de mis amigos lo saben, es el principio y el final de todo.
¿Con qué frecuencia volvés de visita?
No vuelvo desde 2010. Viajé en invierno, a la chacra de mis queridos Santi y Jenny. Vi crecer al retoño de ellos, Felipe, y parece que me entusiasmé porque volví y Mercedes quedó embarazada. Nunca nos ponemos de acuerdo con respecto a cuál fue el momento, pero creo que volví con las energías renovadas. ¡Cuidado si van de camping al Valle! Tengo varios amigos y compañeros de colegio que se fueron de Neuquén y no volvieron más porque claro, el mundo es grande y diverso y potente, ¿para qué quedarse con una sola ciudad? Pero Neuquén siempre está ahí acompañando los trayectos de cada uno como escenario de las primeras fantasías.
¿Pensás en volver a vivir en Neuquén?
Hay un ánimo generalizado entre la gente que nació allá de terminar los días en la Gran Capital, haciendo asados en la costa del río y tocando las puertas del Movimiento Popular Neuquino para pegar un lugar en el Concejo Deliberante. Mal plan no es, pero a la vez estamos cada uno tirando de su propia cuerda y viviendo. Después de todo todavía somos jóvenes y podemos empezar de nuevo.
¿A qué amigo tuyo pensás que le gustaría vivir allá?
No sé, es difícil responder. Neuquén es una ciudad salvaje: allá todos primero disparan y después preguntan. No hay “sensibilidad”, en el sentido en el que todos en Buenos Aires hablan de “sensibilidad”. Allá se trata de de perforar la tierra para sacarle toda la mierda posible. Matan guanacos, la gente del campo todavía calienta agua sobre un fogón al que prenden con ramas. Pero lo dice la Biblia: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”.

9.2.12

Para Luis.

Luis, hoy es 8 de febrero del año 2012. Hace un par de semanas cumpliste años en un hospital de mierda, o una clínica mejor dicho. Nada más alejado de cualquier tipo de cumpleaños que vos podrías haber pasado, nada más inmerecido para un inquieto. Cómo vas a pasar un cumpleaños acostado, es ridículo. Te moriste hoy. Hoy, 8 de febrero, te fuiste, Luis Alberto querido del alma, cuerpo frágil de mente potentísima hasta el insomnio eterno, cuerpo elastizado y versátil de mente sólida y volátil, cuerpo de dedos virtuosos, de voz fina, blanca, amarilla, un tanto apagada cuando así lo necesitabas (te pedían, lo vi con mis propios ojos, que cantaras más cerca del micrófono; tus amigos se ponían contentos cuando cantabas bien cerca del micrófono), un tanto chillona cuando tu armonía extraterrestre lo requería, un tanto rabiosa cuando ponías bombas en las veredas odiosas de la realidad, voz rabiosa y guitarra saturada y rota cuando se te iba una mujer. Hoy te fuiste. Ayer fue un día difícil para mí. Los anteriores también, pero ayer 7 fue difícil, tuve un día dificilísimo, tuve el cuerpo pegajoso y la mente nublada por la humedad, por el cielo encapotado, por mis pensamientos. Y hoy te fuiste. Ayer a la madrugada llovió. Cayó un chaparrón como esos que caían en tu barrio cuando yo era chico y era verano, y pasaba las madrugadas despierto, en la calle Gándara, bajo el silencio más absoluto. Cayó ayer un chaparrón con relámpagos que barrió la pesadez de la última semana; disolvió, con humedad, toda la humedad que venía atormentándonos, como si un equilibrio contradictorio, mal parido, hubiese estallado, como si dos cosas de misma esencia chocaran para disolverse entre sí. Humedad absoluta mató a humedad casi total, opresiva. Hoy te fuiste. Estaba trabajando en el sillón, me quedé circunstancialmente dormido. Así, con esa palabra, para que la uses en alguna canción, para que titules un disco. Circunstancialmente. Cuando me desperté, fui a Internet. José Luis Comba, mi amigo, que te entiende pero aún no quiere caer del todo abrumado por lo que hiciste, había puesto un video tuyo, un video de la canción “famosa” que más joven escribiste, y puso sobre el video una sola cosa: amén. Se me cayó la cabeza, Luis. Pero en un punto estuvo bien que él me anoticiara de tu muerte, porque él tuvo que entender la muerte, y el “mañana es mejor”, y los silencios que siguen a la muerte, esos que van alimentando a la vida de a poco, como un motor que se detiene y después vuelve a arrancar. Él tuvo que entenderla mucho antes que varios de nosotros. Tuvo que entender la sensación de pérdida desde chiquito, porque se le murió el papá cuando lo menos recomendable es perder al padre. Hoy, a través de una palabra de José Luis, una palabra que significa “así sea”, me enteré que te moriste. Trato de pensar en todas las cosas que dijiste durante tantos años, en el mañana es mejor, en tu tendencia irrefrenable a ir hacia delante, trato de pensar en las figuras mágicas que trabajaste con el cuerpo y la voz para que creyéramos ir un poco más allá con el alma incluso entumecida, pero me cuesta ahora, me cuesta mucho, porque te acabás de morir y sinceramente no concibo la idea de que tu cerebro ya no viva más, que no produzca elementos del mundo, matería sonora, cósmica, frases, palabras como la que escribiste para todos cuando sabías que te estabas marchitando: “no panikeen”. No panikeen, dijiste. Inyectaste una jeringa de complicidad en cada uno de los que te quieren con una puta palabra, mientras te veías el cuerpo marchito. Eso, Luis. Frases. Ahora me cuesta, porque ¿cómo va a ser ahora? ¿Quién va a fabricar esas frases, esos recortes de canciones que materializan una revelación inútil? Yo no sé, todo bien con el mañana es mejor, no lo dudo, es la política que nos va a permitir recordarte con la posibilidad, aún, de generar deseo, pero vos sabés bien que la chance es una sola, que somos burbujas dijiste, y vos explotaste, la reputísima madre que me parió. Explotaste. Ya está, diría Damián, mi hermano. Está bien, hay que aceptar la derrota. Trabajaré para eso. En la eternidad buscando un paso en ti, amor. Pero Luis: vos, justamente vos, ¿ahora estás ahí? Vos, que la inundaste de vida, ¿ahora la tenés encima? ¿Cómo es ahí, Luis? ¿Qué hay? No me refiero a la gilada de que es como la nave del capitán Beto y todas esas asociaciones poéticas de mierda: todas las canciones hablan de vos ahora, yo lo que pregunto es cómo es ahí, Luis. Pienso en tu cerebro. En tu manera de respirar. En las posibilidades manejadas por la conciencia: la conciencia, Luis, tu arma impostergable. Tu metralleta abominable, la conciencia. Lo que permitió que nos apartáramos de la conciencia nuestra, a partir de la tuya. Pienso en las posibilidades que debés de haber manejado desde julio hasta hoy, en todo lo que debés de haber imaginado hasta hoy que te quedaste sin lenguaje. Hoy 8 de febrero te quedaste sin lenguaje. Ahora, en este preciso momento, tu cerebro se está endureciendo, la parte material, el órgano en sí. Pero la otra parte, Luis, vos, ¿dónde están? ¿Podés hacer música ahí? Entre esas posibilidades que uno maneja, la primera que me surgió a mí fue la más divertida y práctica, la más sincera. Pensaba, cuando chico, que para resistir a la muerte sólo había que mantener los ojos abiertos. Pensaba: si me mantengo así, sin pestañear, yo de acá no me voy. Luis Alberto, durante todos estos meses pensé que tu mente no iba a sucumbir ante la enfermedad; me parecía imposible, ridículo. Pensaba: esa mente, lo que carga, lo que renueva, no se va a ir así nomás de acá. No tiene que ver con tu forma de hacer las cosas, Luis. Pero hoy te moriste. Tu mente no sucumbió, tu alma menos, pero tu cuerpo sí. Hoy te moriste. Es lo que nombran en los diarios, en Internet, en la calle, en los velorios, como una “pérdida”. Infantilmente pequeña la palabra “pérdida”, Luis, para renombrarte. Pérdida es una palabra ingenua en algún punto, Luis. Hoy te moriste. Ahora sí te podés tocar el alma, y yo, sinceramente, no sé qué tocar, qué pensar, cómo unir mi conciencia, con tu peso encima, a mi cotidianeidad. Cada vez que salga de esta casa, y que vuelva a entrar, no vas a estar más. Cuando vuelva a dormir no vas a estar más, vos no vas a estar. Pero somos reproductores, Luis. Eso es verdad: somos reproductores. No puedo concebir que tu conciencia, tus ideas ahí, al toque, como un pase al pie, ya estén muertas, pero como reproductores que somos está en nosotros ahora ver si tenés razón, si mañana es mejor. Así que a no relajar la inquietud, las preguntas, el alerta perpetua. A todos nos hablo. Si somos reproductores, si mañana es mejor, a estar a la altura de la conciencia de Spinetta, entonces. El que se queda quieto, que se baje. Somos reproductores. Me comprometo desde mi lugarcito a seguir moviéndome, en agradecimiento a vos. Voy a tratar de estar a la altura de las circunstancias. Ahora, lo que más destruye, es el protocolo negro, las esquirlas de tu muerte. Ver los diarios llenos de vos, los suplementos llenos de vos, las fotos, los homenajes. Eso ahora me mata porque sé que los voy a leer a todos, en silencio. 

¿Qué empieza ahora, Luis? ¿Qué es lo que empieza cuando todos los diarios saquen sus suplementos, los canales transmitan tu cremación, hagan alguna nota a Pomo, a Machi, a Emilio, al Mono (las pelotas le harán una nota a Fontana) y después sigan haciendo girar la máquina? Algo tiene que empezar para vos. Es una cosa atrás de la otra, siempre lo hiciste así. Así que algo tiene que empezar. Tu conciencia, Luis, tiene que estar en algún lado. No puedo ni quiero pensar otra cosa. Podría decir lo que dicen todos. Tu imaginación desbordante, la libertad de pensamiento, el surrealismo que supiste canalizar, la poesía del rock, sí, todo lo que quieran, pero lo que me hace llorar a mí es la pérdida de tu conciencia, como me hicieron cagar todas las conciencias que se fueron esfumando. Lo insoportable esta noche, Luis, es eso. La ridiculez, adolescente si querés, desmesurada, cursi, de llorar tu conciencia, como si fueras un padrastro, un guía espiritual, una deidad. Pedir por tu lenguaje. Pedir por tus armonías. Pedirte por lo que nadie se anima a reproducir de lo que hiciste. Mi hermano dice que por lo menos te fuiste tranquilo, nos mandamos unos mensajes. Los medios dicen que estabas rodeado por tus hijos. Pero no se puede ni prender la tele: justo antes de que termine el día, un noticiero mostró una morguera verde apuntando de culata contra la puerta de tu estudio, para sacar tu cuerpo de ahí. Podrán sacarte el cuerpo, podrán mañana quemarte hasta volverte ceniza (eso también es inconcebible, Luis: te va a comer el fuego. Tu rostro flaquito, tu materia, será comida por el fuego. No sé si eso está bien o mal, si es consecuente o no. Sinceramente ahora no lo puedo saber), pero ahí dentro deben haber quedado cosas, ¿no? Si vos ya sabías que te morías, algo dejaste. Algo, ahí, dejaste. 
Si ya sabías que te morías, ¿qué pensaste cuando todas estas noches caminabas a oscuras por el estudio apagado, sereno? ¿Qué pensabas cuando acariciabas, solo, la consola de tu diosa salvaje, rozando las perillas como quien se despide de una mascota? ¿Qué pensabas, Luis? Dale. Decilo de alguna forma. Decilo. Decilo, la concha de tu madre, decilo. Ni tu mamá se murió, Luis, y vos sí. Decilo. Algo dejaste. Me juego el forro de mis dos huevos. Alguna instrucción diste. A alguien, o al aire. Hoy me quiero dormir pensando en eso. Mañana será otro día, veremos. Pasado será otro, ya veremos dónde aparecerás diciendo, en qué momento, transmutado en qué silencio, prefigurado en qué vuelo. 
Tal vez mañana despiertes sobre el mar. El mar.
Hoy todas las guitarras están de luto
La mía, que tendría que haberse puesto a repasar zambas
sólo puede pensar en la tuya,
tal vez porque el barro
tal vez porque este balcón donde te vi
casi por última vez
mira una nube de la forma y el color
de esas eléctricas con las que soñábamos de chicos
Este balcón que se quedó esperando una charla
unas palabras o un abrazo
más
que yá no llegará
Luto también en las palabras
habituadas como estaban a que les pusieras
cascabeles
guirnaldas asonantes
o ruedas de tren apocalíptico
caleidoscópicos ojos de fertil papel
de tu prolífica pluma
que suma y resta sílabas
del metro patrón de las esferas
apenas solas
a solas penas
Adiós que sea A-Dios
a sus brazos
a ese rincón de magia
que seguramente Él guardará
para los que se animan a jugar
con los bloques con los que ha construido el mundo
haciendo pequeños nuevos mundos de cuatro minutos
donde el corazón se muestra
y baila desafiando al vacio
Adiós
Mientras me duele el pecho
te imagino en viaje
por inmensidades más vastas que las del Capitán
pero a diferencia de él
sé que tendrás todos los tangos silbados al oído
y nunca faltará un mate
ni perfume a malvones
En todos nosotros se queda un pedacito tuyo
serás inspiración multiplicada por millares
a lo largo de los años
y lo ancho de las geografías
Cambiaste nuestras vidas
abriendole camino a la imaginación
cantándole salvaje o dulcemente
a los misterios que nos habitan
al misterio que somos
Adiós
No me resigno a tener que decirlo
Adiós
mensajero del infinito

Pedro Aznar

ROCK: MÚSICA DURA. LA SUICIDADA POR LA SOCIEDAD




Son tantos los matices que comprenden la actitud creativa de la música local –entendiendo que en esa actitud existe un compromiso con el momento cósmico humano–, son tantos los pasos que sucesivamente deforman los proyectos, incluso los más elementales como ser mostrar una música, reunir mentes libres en un recital, producir en suma algún sonido entre la maraña complaciente y sobremuda que:

EL QUE RECIBE DEBE COMPRENDER DEFINITIVAMENTE QUE LOS PROYECTOS EN MATERIA DE ROCK ARGENTINO NACEN DE UN INSTINTO.

Por lo tanto: el Rock no le concierne a ciertas músicas que aparentemente INTUIDAS POR LAS NATURALEZAS DE QUIENES LAS EJECUTAN siguen guardando una actitud paternalista, tradicional en el sentido enfermo de la tradición, formulista, mitómana, y en la última floración de esta contaminación, sencillamente “facha”.

Sólo en la muerte muere el instinto.
Por lo tanto, si éste se mantiene invariable, adjunto a la condición humana a la que necesitamos modificar para reiluminarnos masivamente, quiere decir que tal instinto es la vida.

El Rock no es solamente una forma determinada de ritmo o melodía.
Es el impulso natural de dilucidar a través de una liberación total los conocimientos profundos a los cuales, dada la represión, el hombre cualquiera no tiene acceso.

El Rock muere sólo para aquellos que intentaron siempre reemplazar ese instinto por expresiones de lo superficial, por lo tanto lo que proviene de ellos sigue manteniendo represiones, con lo cual sólo estimulan “EL CAMBIO” exterior y contrarrevolucionario.
Y no hay cambio posible entre opciones que taponan la opción de la liberación interior.

El Rock no ha muerto.

En todo caso, cierta estereotipación en los gustos de los músicos debería liberarse y alcanzar otra luz. El instinto muere en la muerte, repito. El Rock es el instinto de vivir y en ese descaro y en ese compromiso. Si se habla de muerte se habla de muerte, si se habla de vivir, VIDA.


Más vale que los rockeros, cualesquiera sean sus tendencias (entre las cuales dentro de lo que se entiende por instinto de Rock no hay mayores contradicciones) jamás se topen con los personajes hijos de puta demonios colaterales del gran estupefaciente de la represión que pretende conducirnos por el camino de la profesionalidad.

Porque en esa profesionalidad se establece –y aquí entran a tallar todas las infinitas contusiones por las que se debe pasar hasta llegar a dar un juego que contradice a la liberación, que pudre el instinto, que modifica como un cáncer incontenible la piel original de la idea creada hasta hacerla, en algunos casos, pasar a través de un tamiz en el que la energía totalizadora de ese nuevo lenguaje abandona la sustancia integral que el músico dispuso por instinto en su momento de crear, y luego esa abortación está presente en los escenarios, en la afinación, hasta en la imagen exterior del mensaje cuando por fin se hace posible verlo.

Tengo conciencia de que el público ve esta debilidad y no se libera: sufre.
Luego esta ausencia de totalidad, esa parcialidad, es el negocio del Rock.
El negocio del cual viven muchos a costa de los músicos, poetas, autores, y hombres creativos en general.


O sea, esta difamación de proyectos sólo adquiere relieve en esa “ganancia” que representa haber ejecutado el negocio, y solamente en ese nivel hay una aparente eficacia.


Es la parcialidad de pretender que algo que es de todos termina en definidas cuentas en manos de aquellos bastardos de siempre.

Este mal, por último rebote, cae nuevamente en la nuca de los músicos, y los hace pelota.


Luego de participar del juego, son muy pocos los que aun permanecen con fuerzas para impedir la trampa al repetir una y otra vez el juego mediante el cual expresarse, o simplemente arriesgar en el precipicio de la deformación un mensaje que por instintivo es puro y debería llegar al que lo recibe tal cual nació.


Este juego pareciera ser el único posible (hay mentalidades que nos fuerzan a que sea así).


Lo importante es que hay otros caminos.

Luego de haber caído tantas veces antes de ejecutar esa caída final, parábola definitiva en la que se cierran los cerebros para no amar ni dar, hay muy pocos músicos que pueden seguir conservando ese instinto.
DENUNCIO SIN EL LIMITE DE LA DENUNCIA
A LO QUE NO RECIBE DENUNCIA
A LO QUE LA DENUNCIA TRASPASA
A ALGO PEOR QUE LA DENUNCIA.

Denuncio a los representantes y productores en general, y los merodeadores de éstos sin excepción, por indefinición ideológica y especulación comercial.

Ya que estos no se diferencian de los patrones de empresa que resultan explotadores de sus obreros.
O sea, por ser los engranajes de un pensamiento de liberación a quienes no les interesa que toda la pieza se mueva, dado que al producirse el más mínimo movimiento, serían los primeros en auto reprimirse y dejarían por tanto de participar en la cosa.

Denuncio a ciertas agrupaciones musicales que se alimentan con esas mentalidades no libres, a pesar de contar con el apoyo del público de mente libre.

Denuncio a otros grupos musicales por repetitivos y parasitarios, por atentar contra la música amplia y desprejuiciada, estableciendo mitos con imágenes calcadas de otras músicas que son tan importantes como las que ellos no se atreven a crear ni sentir.

Denuncio a los tildadores de lo extranjerizante, porque reprimen la información necesaria de músicas y actitudes creativas que se dan en otras partes del planeta, y porque consideran que los músicos argentinos no pueden identificarse con sentimientos hoy día universales.
Además es de prever que si estos señores desconocen que la Argentina provee a su música nuevos contenidos nativos, ellos mismos están minimizando la riqueza de una creación local apenas florecida.

Denuncio a otras mentalidades por elitistas y pronosticadoras del suceso de la muerte de algo que por instintivo no puede morir antes de la vida misma.
Denuncio a las editoriales “fachas” por distribuir información falsa en sí misma, y por deformar la información verdadera para hacerla coincidir con las otras mentalidades a las que denuncio.

Denuncio a los participantes de toda forma de represión por represores y a la represión en sí por atañer a la destrucción de la especie.
Denuncio finalmente a mi yo enfermo por impedir que mi centro de energía esencial domine este lenguaje al punto que provoque una total transformación en mí y en quien se acerque a esto.

El rock, música dura, cambia y se modifica, en un instinto de transformación.


Luis Alberto Spinetta. Texto escrito en 1973, entregado a quienes fueron a la presentación de Artaud. 


8.2.12

Autodeterminación, el tema del verano

Comparto un video al que accedí por una noticia pelotuda de los diarios, como casi todos los días. El título original decía algo así como “brutal abucheo a José Luis Gioia en Chile”. Ingresé al sitio y vi lo que pasó, y me dieron ganas de escribir. Es un tema recurrente en mí la relación con los chilenos; crecí en una ciudad habitada por chilenos, y viví la parte más importante de mi vida cerca de Chile, por lo que, naturalmente, como cualquier criado cerca de la cordillera, me llené la boca de burlas y de insultos y de menosprecios durante muchos años. Acciones todas, además, sin un claro sustento empírico: no se puede hablar sobre lo que no se conoce, y en todo caso, acciones todas sin un sustento metodológico: no se puede hablar sobre un país a partir de lo que sólo algunos chilenos hacían y decían en una ciudad ajena a ellos. Entonces: recuperando el recelo con el que me crié, y teniendo todos esos ingredientes en la mochila de las opiniones, vi este video que comparto y me acordé de uno de los eventos más importantes y genuinos que fabricó Chile en la esfera de los “espectáculos”: el festival de Viña del Mar, ocasión en la que se tilda (ya es una tradición) al público como “monstruo” por la supuesta autoridad estética que “ejerce”, tanto para bien como para mal. Claro está que el mote de “monstruo” no aparece por críticas elogiosas: ante todo, al público de Viña del Mar lo llaman así por la virulencia con que castiga a los artistas que “no gustan”. 
Parece que en estos días se desarrolla un festival de luces y sonido en Iquique, bien al norte del territorio chileno, la anteúltima ciudad importante antes de la frontera con Perú. Y parece que los organizadores de dicho festival decidieron contratar a un poco feliz humorista argentino pero no así tan mal actor: José Luis Gioia. El video, como se puede ver, arranca con un chiste mediocre pero antes que eso ofensivo, comparando a los abogados con las prostitutas. En la previa al chiste, Gioia entró a escena como siempre entra a escena (parece estar duro como un zapato en el techo, sin concesiones) y sacó fotos a los presentadores, hizo movimientos exagerados, eufóricos, sin gracia, y se esforzó para hablar como chileno (toda persona que intenta hablar con gracia como alguien que no es queda para el orto). Al momento del chiste de abogados y prostitutas el público ya estaba gritando desaforadamente, haciendo señas que pedían por su cabeza, chiflando a más no poder. Gioia, que es, realmente, como humorista, un profesional mediocre, ordinario, que parece salido de la escuela de Jorge Corona sin ser tan desastroso como el tocayo de la cerveza, empezó a funcionar por instinto puro: trató de sobrellevar la situación, trató (en vano) de contar algún chiste más, pero la cabeza ya no le dio para más nada, porque la virulencia del público creció a más no poder. Entre la frustración y el enojo que creció en Gioia, y que filmaron en primer plano, también mecharon algunas escenas de la tribuna, con la gente haciendo gestos sobre la fealdad del “número”, haciendo algunas risas emparentadas con la burla y la displicencia. Gioia entonces ya no pudo más y cortó lo que no existía: el clima de “show”. Y empezó a dirigirse directamente al público. Pidió que lo escucharan, simplemente, y le gritaron más. Preguntó si querían que se fuera y le dijeron que sí, como en una súplica dirigida a un estúpido. Y entre las cosas que soltó en esos minutos, típicas de argentino, una me hizo pensar en estas líneas que escribo, y en el título del post, que apela claramente a la coyuntura nacional: la autodeterminación de un pueblo, a partir de qué. La primera cosa que dijo no me hizo pensar directamente en la autodeterminación, ya que fue pelotudísima (“van a tener que silbar mucho para aplacar 36 años de aplausos”: bueno, José Luis -le diría yo-, tampoco vos equipares una mala noche a una “carrera de éxitos”…), pero la segunda sí: “yo a ustedes no les falté el respeto”. Esto lo dijo en el momento justo en que aceptó la derrota, y entendió que no podría salir bien de ahí. Bueno, también podría haber recordado él mismo que dos minutos antes le había faltado el respeto a las prostitutas, como casi siempre hace en sus chistes con ellas y con otros trabajadores de la salud y la enfermedad, pero en eso tuvo razón. En Iquique, como año a año en Viña del Mar, al artista también se lo echa con violencia del escenario. Incluso Gioia les deslizó otra muy buena: “ustedes pagan por esto, si les parece malo por lo menos escuchen”. Pero nada. Guillotina para el que no entendió “el ánimo” del público. 
La palabra autodeterminación se me apareció en la cabeza a partir de estas mierdas que pude ver. Ya hablé de Gioia y de su mediocridad: ahora pienso en lo que los medios difunden como la “potencia del público chileno”. Es una verdadera pena que muchos, allá, se jacten de un cierto poder que ejercen a partir de estas pelotudeces. Nacen las preguntas: ¿podemos hablar de paladar negro, de un pueblo que, ante todo, ostenta una formación en artes superior a la de sus hermanos latinoamericanos, y que por la excelencia de su educación formal alcanza semejante grado de exigencia estética para con los artistas contratados? Por supuesto que no. Los chilenos son iguales en ese sentido a cualquier otro habitante del cono sur, e incluso podría decirse que el “volumen” de artistas que de allí surgieron, sobre todo en la música, no descolla demasiado (un sensato podría responder más simple a la pregunta: paladar negro no, sino no hubieran contratado a José Luis Gioia ni después a Juan Gabriel). ¿Podemos hablar, entonces, de una acción que nace en el público como respuesta a una agresión previa por parte del artista? Creo que tampoco: el artista puede agredirlos con una mala performance, pero ese nivel de agresión estética es ridículo en relación al nivel de agresión que el público ejerce sobre el artista, a pesar de que haya sido contratado para eso (agresión, esta última, que excede al artificio y es manifiesta, palpable al margen de una consideración, directa). ¿Podemos, entonces, hablar de que el público chileno aficionado a los espectáculos de luz y sonido sólo reclama por lo que paga? Bueno, esto, en todo caso, puede ser dudoso, acá no hay un No rotundo. Pensar en un público que toma la voz oficial para pedir por lo que es suyo, un público que reacciona inmediatamente ante la posibilidad de una estafa: esto no sorprende si lo pensamos desde la política y la economía, porque sabemos qué acciones apoyó el pueblo chileno durante más de cuarenta años y cuál es su “horizonte de bienestar”, social y económico, con tantas contradicciones a cuestas, como nosotros, pero con un grado de sumisión, en algunos aspectos, alarmante. Si esto fuera así, sin embargo, y todo fuera una reacción de clase, una reivindicación de cliente, por lo menos le permitirían al artista la posibilidad de mejorar, de autosuperarse en el escenario, de forzar su propio límite: incluso siendo esto un indicio de violencia. 
Pero no. Todo lo que hicieron y dijeron los presentadores cuando Gioia abandonó finalmente el escenario, después de cantar un aborto de bolero con un tono emotivo que nunca existió, intentando “hablar” a partir de la letra, como un típico cansautor argentino, fue lo que define el ethos de lo sucedido. La chica presentadora y el flaquito presentador le pusieron el moño a la situación, ostentando el nuevo nacimiento, es decir, un hermanito menor del monstruo de Viña del Mar. “Se las traen ustedes chiquillos, se las traen ah”, dijo la chica festejando. "Ha nacido el dragón", dijo, mientras el flaquito de traje hasta se permitió la burla sobre el mismo escenario, girando y diciendo “gracias José Luis”, y haciendo luego caritas y chistes de los que, parece, sí querían escuchar. 
Así como en los últimos días se viene hablando de la autodeterminación de los isleños, es una verdadera pena que me surja esta asociación ridícula, triste. Es una verdadera pena que parte del pueblo chileno, la parte que tiene la posibilidad de pagar una entrada para ver un espectáculo y que probablemente (esto no lo sé, es parte de mi enojo, de mi malicia) tenga un crédito eterno recién comenzado a pagar debajo de la almohada (es decir, la parte visible del modelo chileno, lo que ellos eligen mostrar) ostente su cualidad de monstruo, de dragón, y que eso sea, en algún punto, algo que los determina como chilenos, algo que los distingue de un resto: es decir, una virtud accesoria y patética, vivida como un triunfo del carácter, una actitud que nacería de su misma idiosincrasia. 
Como de este lado de la cordillera, casi todo allá parece contradictorio. Desde los medios, se trata de un país-ejemplo: de “socialidad”, de orden, de estabilidad económica, mientras los estudiantes ponen el cuerpo a los palos para desnudar un sistema sumiso ante ajenos y desigual como la gran puta, castrador, limitante. Desde mi experiencia, todos los chilenos y chilenas que pude conocer en profundidad me parecieron personas sensatas y sensibles. Y después entro a sacar mierda con estas cosas. Lo mismo debe suceder desde allá para acá: el impulso de autodeterminarse con maniobras irrelevantes, con bijouterie, nace de una inseguridad intrínseca, de un dolor: como dice Nico, es un pueblo que fue apaleado durante muchos años y, por tanto, es difícil quitar de un saque tanto veneno acumulado. 
No hay nada nuevo en esto, pero bueno, no deja de actualizarse la lástima. Desde los presentadores de un video cualquiera, festejándole a una ciudad desértica del norte chileno la gran performance que ejecutó violentando y echando a un tipo que ellos mismos contrataron. Desde el público mismo, que probablemente tuvo el reflejo de reaccionar así para copiar a sus compatriotas de Viña del Mar, demostrando que el país es uno solo, aunque la realidad lo ponga en duda porque en Chile, según hablé con los chilenos que conozco, no son muchos los que miran para arriba, salvo cuando hay que negociar los recursos naturales que allí extraen. Qué cagada no poder transmutar el recelo mutuo en algo constructivo, algo que reubique la falta: desde acá, definimos el color del futuro tratándolos de castrados, mientras discutimos si es mejor o peor una minera extranjera o una nacional. Desde allá, el color del futuro oscila entre las pinceladas de los estudiantes cagados a palos, modelados como el desorden nacional, y los trazos simpáticos, supuestamente dominantes de los que pagan para abuchear y agredir cuando un show no les mueve la aguja.


3.2.12

Perfect Ten

En este año bisiesto y olímpico, me gustaría recordar un momento histórico del deporte mundial. Puede parecer una gilada pero la chiquita de 14 años que apareció en los juegos de Montreal '76 obligó a reformular la cartelería electrónica con la que evaluaban a los/las gimnastas (si a alguien le molesta la barra entre los artículos, y prefiere que ponga un @ o una X o una E, una verdadera pena). Nadia Comaneci se subió a las paralelas, hizo su rutina, y cuando tocó el suelo, y saludó y se fue a esperar la nota, recibió un 1.00. Fue tan perfecta en los movimientos que obligó a incorporar, a partir de esa instancia, un dígito a los carteles, porque sí, descubrieron que no se podía hacer mejor que eso. 



Y después se subió a otro lado e hizo lo mismo:


1.2.12

Y un día pasó


Y un día pasó. La noticia la publicó una de las peores y más divertidas páginas de espectáculos de la red, Exitoína. Parece que Tatou estuvo por San Telmo comiéndose un sanguchito. En qué barrio sino en ése. Con qué blusa insulsa sino ésa. Con qué pollera anacrónica, torpe, sino ésa. Con qué lentes. Un día pasó la fantasía de miles de argentinos, entre los que me incluyo. Después de ver Amélie una decena de veces, me pasé años jodiendo con la mente e imaginando encontrarla en alguna barra o garito de una ciudad con algo de París. Bueno, un día pasó: a alguien le pasó, supongo, alguien le sacó la foto al menos. Quién pudiera sentársele en la silla de al lado, apoyar los codos sobre la barra, mirar el espejo del fondo de la barra y suspirar. Y bajar la cabeza. Y decirle: quién pudiera sacarte esas gafas y esa ropa con la delicadeza y la calma de tu personaje. La delicadeza y la calma que no tendría el cirujano de un presidente. 

Borges

"La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético". (1950)

Lo leí acá.