30.3.10

Una brisa

Un lujito de Spinetta y Herrero, ensayando una canción que cualquier crítico de música en el país, con un bagaje ancho de experiencia y sonido, podría catalogar como una canción de la reputísima madre. En la videoteca.

Todavía no pasó nada pero hay que darle tiempo




Los científicos han logrado hoy, por primera vez, la colisión de haces de protones en el gran acelerador de la Organización Europea de Investigación Nuclear (CERN) a una energía de 7 TeV (teraelectronvoltios), en un paso clave para desvelar los misterios de la creación de nuestro Universo.

Este resultado, que se obtuvo después de dos intentos fallidos, abre las puertas a una nueva fase de la física moderna, pues permitirá dar respuestas a numerosas incógnitas del Universo y la materia, según los científicos del CERN.

Pocos minutos después de las 13.00 hora local (11.00 GMT), los cuatro detectores gigantes del Gran Colisionador de Hadrones (LHC) -el Atlas, Alice, CMA y LHCb, repartidos en distintos puntos del túnel de 27 kilómetros de largo que forma el acelerador- fueron registrando los choques de los haces de partículas inyectados en sentido opuesto.

El director general del CERN, Rolf Heuer, expresó su gran alegría y excitación por lo que calificó de "principio de una nueva era para la física moderna", en declaraciones transmitidas por videoconferencia desde Japón, donde se encuentra de visita.

"Con esta experiencia se abre una ventana para obtener nuevos conocimientos del Universo y del microcosmos, aunque esto no será inmediato", señaló el director general.

La alegría de los científicos en las salas de control de los cuatro detectores era palpable.

"Es impresionante que el detector pueda ver las colisiones, pero también mostrarlas en cuestión de segundos", dijo a Efe el español Juan Alcaraz, investigador del CIMAT (Centro para la Investigación Interdisciplinaria Avanzada en Ciencias de los Materiales), y uno de los coordinadores del detector CMS.

"Sabíamos que podía registrarlo, pero verlo es magnífico. Ahora lo que nos preocupa es que la máquina funcione correctamente y eso lo veremos en los próximos días", añadió en referencia a que comenzará la recogida de datos e informaciones proporcionadas por el mini Big Bang recreado con los choques de partículas.

"Después de casi 20 años, ahora vamos a explorar un nuevo territorio", dijo el científico sueco Erik Johansson, al explicar que acelerando y chocando los protones a esa energía esperan resolver secretos como la materia oscura, que forma la mayor parte del Universo, descubrir la antimateria o el famoso bosón de Higgs.

La existencia de esa partícula, que debe su nombre al científico que hace 30 años predijo su realidad, se considera indispensable para explicar por qué las partículas elementales tienen masa y por qué las masas son tan diferentes entre sí.

Fin. El objetivo a corto-medio plazo de esta nueva experiencia es lograr, en dos años, "hacer colisionar unos 2.800 haces en cada sentido, para provocar millones de choques, tras lo cual habrá una parada técnica de un año", explicó el científico Michael Barnett.

Siete TeV es la mitad de la potencia calculada del acelerador, y sólo después de esa larga pausa, cuando se haya revisado minuciosamente todo el engranaje, se intentará alcanzar la velocidad de 14 TeV, una energía aún más cercana a la de la creación del Universo.

* * * * *

Esta noticia es de La Voz del Interior en su versión Web. Quiero decir que hay dos cosas que me enorgullecen, además del funcionamiento de la máquina. La primera es que los redactores del diario hayan optado por la palabra ""Fin" en estos últimos párrafos, en vez de haber puesto "Objetivo", o "Lo que viene". Se ve que somo varios los que nos rascamos el culo cuando pasan estas cositas. Y lo otro es un pequeño triunfo de la imaginación: en el cuento Hadrones, del libro del mismo nombre (Recovecos, 2009), el narrador detalla el panorama en la sala de controles del CERN de la siguiente manera:

"Un reloj contador apareció en un extremo de la pantalla. Faltando menos de media hora comenzaron a emitir imágenes en directo desde el lugar donde estaba emplazado el Colisionador. Mostraron las instalaciones del CERN y un gran centro de mandos, con mostradores similares a los de la Nasa en las películas del espacio, donde cientos de científicos de todo el mundo controlaban los últimos detalles. La imagen era mucho más real y relajada que en las películas. Aparecían personas festejando y estrechándose las manos."

Miro las fotos de acá arriba y me emociono. ¡Gracias, ciencia! ¡Todos la tenemos adentro!

17.3.10

ríos y casas

(…)

VI

Recibo noticas de un amigo.
Me dicen que está bien,
ha dejado su lugar
de nacimiento
y me pregunto si eso
es posible.
¿O no es verdad
que uno es un lugar
arrastrándose
por todas partes, dejando
su rastro de baba por ahí,
comparándose con calles, casas?
Pasaron veinte años
y tendría que haber dos,
tres ideas que representen algo.

(…)

(Fragmento de “La pasión del novelista”, de Damián Ríos. En el libro del mismo nombre, Ediciones del Diego, 1998)



Tratando de sepultar

Tratando de sepultar la narración de nuestros padres
se va la adolescencia.
Después pagamos para que la recopilen
y nos digan que podemos ser mejores.
¿Por qué sueño con perros?
¿Por qué me aburren las tardes
y no puedo hablar con mis amigos?
Mientras tanto, la mujer cocina
y el marido se masturba en el baño.
La dicha se engendra
en el corazón de lo trivial
y a veces alguien muere,
a oscuras, en un cine.


Despertarte

Despertarte a mitad de la noche
y ver en el otro lado de tu cama
a tu mujer llorando
es una experiencia importante.
Quiere decir, entre otras cosas,
que mientras paseabas por los cuartos
iluminados de tu cerebro
algo se estaba gestando cerca tuyo.
Un error con el cual mantenés
una particular relación de intimidad.
Porque aunque no firmemos nada,
ni corramos apurados bajo la lluvia de arroz
pensamos que es para toda la vida
y así seguimos.
Botes, que durante la noche,
quedan amarrados al muelle,
golpeándose entre sí,
según el viento.


Pogo

Sentados los cuatro, frente a platos calientes,
necesitamos avanzar. ¿Es esto
lo que quería decir?
El balcón, a tus espaldas,
da sobre un corazón de manzana
donde la luna ilumina techos y cables.
Sacudida por el viento,
la ropa colgada produce aplausos secos
para nadie.
¡Los pensamientos brotan de mi cabeza
Como el sudor!
Bajo el cálido cono de luz,
el brillo de los cubiertos
y el tintinear de vasos y botellas
cometimos la estupidez
de recurrir al mito para ordenar el mundo.
“Lo único que podemos hacer
-dice él- es superar a nuestros padres”.
Y yo digo “sí, sí” y mastico
un pedazo de carne seca.
Nos podemos tensos. ¿Y ella?
Devorada por el perro de la maternidad
ya no puede articular palabra.
Deberíamos irnos, pero no podemos.
Pienso en la rutina de los parques,
los besos, los paseos al aire libre,
la oscuridad del cuarto
en el que mis viejos se convirtieron en hermanos.
Los días se apilaron entre algodones
como pastillas en un frasco.
¿Nos van a venir a visitar más seguido?
¿La pasaron bien? ¿No te molestó
que te dijera esas cosas?
“No”, digo. El violín finísimo
de un mosquito orbita en mi cabeza.
¿Cómo pudo escapar del invierno?
¿Cómo podremos alguna vez
escapar de este cuadro?
Distribuimos nuestro tiempo
entre el miedo a la muerte y el miedo
a los demás; la gramática
incomprensible de una reunión de amigos.
Pongámonos los sacos,
saludémonos, deseémonos suerte
y salgamos a la calle
bajo el abrigo confortable de la psicología.

(Poemas de Fabián Casas, del libro El Salmón, Mansalva, 2007)

Copia agradecimiento a Casas

Esta noche he decidido
curarme el dolor de cabeza
con libros tuyos.
Como indica un lugar común-cool,
para curarse hay que copiar a alguien.
Hay tres murmullos, alguna novela de Pol-Ka
suena en el aire, y las polillas tintinean
como afirmás a cada rato.
No voy a soñar con mi madre,
todavía no la puedo matar.
Mi hermano repele toda curva
del lenguaje y mi padre
se las guarda para sí.
Justifico este agradecimiento y espero
haberte citado con respeto.
Matar, así, es lavarse.
Tengo uñas suficientes para desvestir el código
de la culpa en la piel de las tarjetas
de teléfono, y aún no sé elegir. Casi nada.
Vengo lento para esto.
El día que pueda afirmar lo contrario
voy a tener tu pelada,
y quizás vos estés bajando un whisky
con tu mamá
hablando de la quietud de los abatidos.

8.3.10

De soretes y ciervos y gatos que hablan

Aquí voy con dos episodios que me trajo este lunes 8 marzo, día internacional de la mujer y por lo tanto, cumpleaños de mi amigo el Chicho cordobés (en este caso, sin duda, una cosa lleva a la otra).

El primero de ellos es realmente emotivo. Resulta que alguna vez, en este mismo sitio pusilánime, en esta sandwichera de palabras, en esta escobilla de baño de escritor que mantengo desde hace más de tres años, alguna vez escribí un texto muy importante para mí que lleva como título GROSOR, y que versa sobre uno de los temas que me apasionan: las vicisitudes del ir al baño, todo lo que gira en torno a cómo y qué caga las personas. El motivo de la realización de aquel texto había sido un sorete exponencial que alguna vez fabricó mi hermano, algo que parecía ubicado en una habitación paralela a la realidad, algo estremecedor de gordo. Pero al momento de narrar la aparición de ese sorete en mi casa del sur, cité algunos casos verídicos que me han marcado de por vida, y uno de ellos correspondía al de nuestro primo Carlitos, de Tandil. Carlitos era una máquina siniestra de tapar inodoros: el vengador de la loza. Resulta que hoy por la mañana recibí un mail de Carlitos, que tuvo acceso al texto y me escribió desde su razón institucional ("Ricco Neumáticos") un mail de reencuentro. La última vez que lo vi, supongo que habrá sido hace no menos de 15 años. Y hoy me escribió, y me alegró el día.
Carlitos me escribió para saludarme, para ponernos en contacto ahora que todos somos adultos, pero sobre todo para decirme que colocó un comentario en el post de Grosor. Así que por admiración y por nobleza, transcribo aquí mismo sus palabras.

Buenas y santas!! Si... soy yo, el famoso Carlitos!!!

Titi: sigo haciendo mal en baños propios y ajenos, es más, el otro dia en una casa de mi viejo que estamos arreglando para alquilar, tuve la necesidad imperiosa de acudir al baño. Debo aclarar que dicho baño está todo hecho a nuevo, y el inodoro es de primera calidad (Fv), y sin inaugurar por ningun cristiano. Por mi mente, tras levantar la tapa de ese flamante y lujoso inodoro, se cruzó un pensamiento nefasto que me ha acompañado todos estos 39 años de vida: ¿se tapará?
¿Sabes la respuesta, no...?
EFECTIVAMENTE... SE TAPÓ !!!!!!!!!
José (mi padre), tras los intentos vanos de destaparlo, arrojando baldes de agua sin conseguir su objetivo, optó directamente por desmontar dicho inodoro del suelo, y así poder acceder directamente al famoso (mal diseñado a mi forma de ver) codo, sifón o como mierda lo quieran llamar, ese que es el que impide que pase el sorete.
Mi conclusión: creo que los fabricantes de inodoros deberian contratarme para "CONTROL DE CALIDAD".

El segundo episodio tiene que ver con un sueño de mi querida Cecita Ruiz, socióloga patagónica pero residente en la capital del país. Transcribo con placer el diálogo que mantuvimos, no quiero ni meter mano en esto.

Cecita: Bueno pero cuestión que yo te escribía por el tema de un sueño que tuve.

Titi: Empezá.

Cecita: El sábado a la noche me acosté después de un embotellamiento, pero tampoco tan grande como para soñar lo siguiente: estábamos tirados en un lugar, supongo que era Chile, porque había playa pero montaña también, bien cerquita, todo el grupito viste, y nos quedábamos ahí tirados desde la tarde con sol, hasta que iba oscureciendo. En un momento aparecía niebla y se habían quedado todos dormidos, menos vos y yo, y yo te decia "Titi, mirá la niebla que hay que no nos vemos la cara". Y vos me decias “eso no es niebla, es merengue”.
Porque era muy densa la niebla, blanca, y después empezaba a salir la luna atrás de una montaña… ¿viste cuando se ve que va iluminando? La niebla se iba, y ahí ya se habían despertado todos menos Tito. Ahora viene lo mejor, ¿estás preparado? Fue el éxtasis del placer onírico…
Aparecen unos miniciervitos, como mucho todo el ciervito tendría 35, 40 centímetros…

Titi : Seguí, por favor.

Cecita: Y unos gatitos que hablan y se me tiran todos los animalitos esos y me empujan con el hocico; me hociquean ¿viste?
Y yo tirada ahí en el piso, chocha.

Titi: Esto es literatura pura.

Cecita: Quiero que sepas que los ciervitos tenían cuernos pero en una versión cactus.

Titi: ¿Cuernos que pinchaban?

Cecita: Nooooo…

Titi: Digo, ¿como agujitas?

Cecita: No no, se veían como cactus pero eran de piel.

Titi: ¿Cuernos de piel?

Cecita: Pará. Busco una foto para que veas…

Titi: No, no, contameló, porque esto que estás narrando ya tiene forma de texto.

Cecita: La forma era de cactus pero no la textura: como con manitos, pero eran unos cuernos blandengues.

Titi: Ajá.

Cecita: Y los gatos que hablaban me hociqueaban también, y en eso aparece uno de los gatitos con una camiseta del chapulín colorado. Mini gatitos eran, ¿eh? Como siete. Y uno me dice que lo despertemos a Tito y nos cambiemos de lugar, porque estamos acostados en un camino y no hay luz, que “viene una moto”. Y yo estaba ahí tirada, no me podía mover de placer.
Y vos le decís al gato: “pero escuchame, ¿vos cómo sabes que viene una moto?”. Y Nico le decía: ¿pero vos cómo hablás?
Y yo pensaba: ¿pero estos ciervos cómo son tan chiquitos? ¿Y por qué tiene esos cuernos? Y pasó la moto nomás, y me desperté: no pisó a nadie, quedate tranquilo.

Titi: ¿Pero por dónde pasó? ¿Tito se despertó?

Cecita: Sí sí, ya estaba despierto, el gato decía cualquiera.

Titi: ¿Estaba drogado el gato? Es decir, ¿podría haber estado drogado?

Cecita: No eran así. Me desperté con una felicidad… era todo tan hermoso.

Titi: Qué hermoso sueño. Lo quiero mostrar. Me produjo paz.

Cecita: Lo que más me gustaba era los ciervitos que me hociqueaban…

Titi: ¿Y tenían la nariz mojada?

Cecita: Sí, pero no de moco: era humedad de hocico.

5.3.10

Sexo sin amor, de Sharon Olds (Estados Unidos, 1942)

¿Cómo hacen, los que tienen sexo

sin amor? Imperturbables como bailarines,

deslizándose el uno sobre el otro, como patinadores

sobre hielo, los dedos enlazados,

uno dentro del otro, las caras

rojas como un bife o como el vino, húmedos como

bebés recién nacidos cuyas madres

piensan abandonar. ¿Cómo es que acaban

Dios cómo es que acaban

por llegar a las aguas tranquilas, sin amar

al que hizo el recorrido junto a ellos, mientras que poco a poco

subía la temperatura, y un vapor emanaba

de sus pieles? Yo creo que ellos son

los religiosos de verdad, los puristas, los profesionales,

los que se negarían a creer

en un falso Mesías, o a amar al sacerdote

en vez de al Dios. Jamás confundirían

a quien tienen al lado con la fuente de su propio placer.

Son como los mejores corredores: saben que están a solas

con el camino y sus características,

con el frío y el viento, las particularidades

del calzado, su condición cardíaca: variables, nada más,

como el otro en la cama; no su verdad, que es

el cuerpo aislado, solo en el universo,

tratando de batir su propio récord.


(robado del blog Hablando del Asunto 3.0)

1.3.10

Pequeña reflexión diurna sobre serenatas sin rima

(Para la banda del Cabo Polonio)


“Soy feliz, soy un hombre feliz, y quiero que me perdonen, por este día, los muertos de mi felicidad”, escribió y cantó alguna vez Silvio Rodríguez, un domingo en el sillón de cuero de su living (un sillón viejito, individual, bajito y marrón clarito, para comenzar a introducir la rima como néctar de esta intervención). En realidad no sé si fue un domingo, pero quiero creer que sí, que era domingo por la mañana cuando Silvio escribió eso, en primer lugar porque hoy es domingo por la mañana (domingo 28 de febrero, diez horas) y también porque tenemos que ser ubicados: ¿qué otro día de la semana una persona puede levantarse y anotar semejante cosa? Un domingo. No otro. Todos tenemos nuestros muertos acumulados que dan olor, materia y textura a nuestras felicidades momentáneas; los muertos a los que se refiere esa hermosa canción funcionan como fondo de reserva de nuestro Banco Central de la Vida para sostener la parte brillante de las cosas, cuando la hay, eso sí. Y la hay. Ahora pienso que los gramos de felicidad que pesamos día a día no podrían brotar a la luz sin la certeza de nuestros muertos, los de cada uno; el volumen de la felicidad, en ese sentido, es convertible en su mayor dimensión y se desequilibra cuando esa convertibilidad se rompe. Así como alguna vez Carlos y Domingo estipularon la correspondencia entre dólares y pesos para la economía nacional, afirmando en su momento que dentro del Banco Central de la República Argentina había un dólar por cada peso circulando en la calle, nosotros debemos acumular la misma cantidad de muertos en nuestra conciencia para que la divisa circulante, el bien de cambio que utilizamos tanto en la calle como en los sueños como en la cama (la felicidad), se mantenga equilibrado. Gastamos mucha o poca felicidad según nos lo permiten nuestros muertos. Y así como a fines de los noventa nadie creía que dentro del Banco, allí en la calle Reconquista, en el microcentro porteño, había un dólar por cada peso que andaba la calle, a nosotros también se nos complica cuando esa paridad cambiaria no es creíble en el microcentro de las fibras íntimas. Pero como todo corolario de una primera reflexión, debo decir que yo no quería hablar específicamente de esto. Yo quiero hablar sobre este mismo mecanismo de la economía diaria pero aplicado al fútbol, donde los muertos de la felicidad son la materia flexible de las metáforas de la confrontación y también son su resultado, la materia impenetrable de la realidad objetiva. El hincha de fútbol no pide perdón por sus muertos pero los utiliza de igual modo, con igual fruición y necesidad, porque no podría avanzar en el sentimiento repetido de los domingos sin contar con los muertos que se oponen o bien a su resistencia para soportar las derrotas mientras canta (contento) en la tribuna, o bien a sus estados de euforia sonora, cuando los resultados deportivos acompañan y esos muertos configuran el centro de la burla. El hincha depende aún más de los muertos que despide el domingo, los propios y sobre todo los ajenos.

Estas palabras ponen el ojo en la letra de la canción a la que hace referencia el título, pero a partir de acá quiero detenerme en la idea de serenata sin rima. Hoy domingo quiero hacer algunos comentarios sobre las canciones de cancha, y particularmente sobre el talento y la originalidad oculta y poco valorada por la crítica que ostenta una de las hinchadas más importantes del fútbol cordobés (podría decir LA hinchada del fútbol cordobés): la del Club Atlético Belgrano de Córdoba. Cuando llegué a la ciudad, mis amistades tuvieron la posibilidad de fabricar un hincha más a su antojo, porque lo único que tenían que hacer era mostrarme el ambiente de cada cuadro local y allí yo podría decidir, tranquilo, a quien apoyar sin locura, porque ya tengo mi corazón partido al medio. Los primeros meses de mi vida en Córdoba tuve la posibilidad de ver a uno de mis cuadros, el que corresponde a mi aurícula y mi ventrículo derechos: el Club Cipolletti de Río Negro, jugando y perdiendo la final del Argentino A en el barrio de Nueva Italia contra el Racing del diablo Montserrat, la chanchita Albornoz y algún otro muerto vivo de esa época. Allí mismo quedaron sepultadas mis ganas de apoyar al homónimo cordobés de mi otro club del corazón, el Racing Club de Avellaneda. Entonces quedó fuera de discusión el resultado de esa primera experiencia: nunca le pondría un peso encima a los muertos de Racing de Córdoba. Luego, el padre de un amigo me invitó a ver un partido por la Copa Libertadores de América aquí en la ciudad (¡qué raro que suena eso hoy!), que jugaría Talleres contra el América de México: mierda, pedazo de oferta, pensé yo, que nunca me había imaginado semejante nivel de competencia en esta provincia, a cargo de un club supuestamente tan importante, sumado a que sólo conocía de cerca la Copa Libertadores por haber visto perder a Racing en 1997 contra Alianza Lima, en Perú, 4 a 1, dando verdadero asco. Todo por TV, por supuesto: la Copa Libertadores era para mí un producto mediático. Finalmente aquel programa de miércoles por la noche no prosperó porque se solaparon unos compromisos y no pudimos ir a la cancha, y lo bien que habré hecho en no insistir por otro lado, porque después no sólo tuve la posibilidad de ver la tribuna de Talleres desde lejos (como se deben ver las cosas, y más en el fútbol), sino que también puedo analizar el momento actual del club, que en estos días existe porque el aire es gratis y que tiene para rato (para rato en serio) en un torneo que conozco muy bien en su miseria constitutiva: el ya nombrado Argentino A. Con Instituto la experiencia fue negativa y corta (fui con mi cuñado a ver a Racing de Avellaneda, ganamos 1 a 0 con gol de Lisandro López de tijera y nos cagaron a botellazos de Pritty) y ya me queda por último el objeto de este texto, el club Belgrano. Otros amigos sí pudieron rubricar la invitación y me llevaron al estadio mundialista Chateau Carreras a ver un clásico cordobés. Lo interesante de esa primera invitación fue que me olvidé los anteojos, y que el Chateau es el estadio argentino que más lejos tiene las tribunas de la cancha. Una reverenda cagada. Por suerte salió 0 a 0 y me sirvió para mirar las dos hinchadas (estaba en la platea del costado). La de Talleres, una hermosa postal panorámica. La de Belgrano, una fiesta enloquecida del sufrimiento, la derrota afincada en el corazón como combustible de la alegría. La muerte como sangre de la vida. A partir de ese momento fue a ver algunos clásicos más que ganó Belgrano (justo agarró una de esas rachas, con muertos como Mariano Campodónico o el arquero Robinson Zapata alzándose como figuras) y terminé por elegirlos, hasta el momento en que me hicieron vivir el partido más impresionante que pude presenciar en mi vida: el 3 a 3 con Nueva Chicago, definitorio por el ascenso a la primera A que, por supuesto, en ese momento, no prosperó (lo haría unos días después, en Bahía Blanca, al ganar sorpresivamente la llave de la promoción contra Olimpo), aunque la gente terminó aplaudiendo a rabiar a un equipo exhausto y diezmado que había dejado, literalmente, todo en la cancha. Ese partido, en que el también grité y aplaudí, fue suficiente para entender la cosa. Y también me sirvió que uno de mis clubes, Racing, corriera el riesgo de perder la máxima categoría, porque justo le tocó jugar con Belgrano y en el partido de ida, en el Chateau, pude ver desde lejos, en panorámica, a la gente de Belgrano, y hasta pude putearlos, porque yo estaba en la popular de Racing. Así y todo, desde allí mismo, los puteaba como loco pero sentía el cariño que todos estos años de atención me imprimieron en el cuerpo. La hinchada de Belgrano es especial, como la de Racing, y esa noche de promoción lo pude sentir en perspectiva: las dos hinchadas gritaban como locas a pesar de que lo que se estaba jugando eran restos de basura. Finalmente Racing le ganó la llave a Belgrano, pero el espectáculo lo dieron las hinchadas, especialmente la pirata, que tenía más espacio en las tribunas. Por lo tanto, Racing y Belgrano comparten la esencia que les da ese empuje que nunca van a perder: viven de la muerte y convivirán con ella cada minuto que la pelota ruede.

Pero vuelvo a la hinchada, y a las serenatas sin rima. Como bien saben ustedes, las canciones de cancha son un subgénero propio de la música popular, sostenido a partir de la adquisición y robo de temas compuestos por artistas populares (desde Donato y Estéfano a Sergio Denis, pasando por Gilda, Rodrigo, Los Redondos y Vilma Palma e Vampiros) y adaptados a los requerimientos de los que hablaba al principio: el aguante, la resistencia, la burla. Y todo ese mecanismo se ha expandido dentro y fuera de las fronteras nacionales a partir de la rima: algunas hinchadas hasta han forjado una suerte de academia para entrenar a simpatizantes extranjeros que quieran hacer negocios en sus respectivos países con el camuflaje de la pasión por su club, y así les enseñan melodías, tácticas de matonismo y el procedimiento de la rima. No pienso ponerme a contar las sílabas de cada verso para analizar la métrica precisa de las canciones de cancha porque es domingo por la mañana, y porque me guardo el tema por si continúo viviendo de la investigación de acá a unos años, pero sí quiero decir algunas cosas sobre esa cualidad elemental de las canciones de cancha que homogeneízan sus palabras clave para darles una entidad épica y poética al mismo tiempo: ser campeón porque se pone el corazón, poner huevos sin cesar porque esta noche tenemos que ganar, olé olé olé olá cada día te quiero más, oh, soy de Racing (por ejemplo), es un sentimiento (por ejemplo), no puedo parar. La rima es constitutiva de la sinrazón del fútbol, y por transitividad es constitutiva del deporte mismo, como forma de vida. Y por supuesto hay hinchadas ya industrializadas que son especiales por el aparato que han sabido construir, como las de los equipos grandes, pero también está la hinchada de Belgrano, que por cordobesa o por lo que carajo sea se distancia del resto. El jugador número 12, por ejemplo, también llamado hinchada xeneize o bostera, ha sabido escribir en el aire del aliento una de las canciones que más ganas contagia a quien la escucha, por más que no se simpatice con el club: “Vamo Boca vamo, hay que poner más huevo que ganamo, vamo a traer la Copa a la Argentina, la copa que perdieron las gallinas, las gallinas”, con música de Sergio Denis. O el dogma peronista, emotivo y nacional de la hinchada de Racing para cantar su himno: “Desde el este al oeste, y del norte hacia el sur, brillará blanca y celeste la academia el Racing Club. Y la acadé, y la acadé, y la acadé, y la acadé”, con música de Hugo del Carril. Otros ejemplos de rimas compartidas por todos nos atacan cuando se acerca ese mojón de la historia social, económica y política que es el Mundial de Fútbol de la FIFA, y nos hace colgarnos de los bíceps del pasado (exactamente igual que Ricardo Fort) para cantar “volveremo volveremo, volveremo otra vez, volveremo a ser campeones, como en el ochenta y seis”, o la canción que más recuerda y ejecuta el público femenino en días de Mundial, porque también anda en el aire y es fácil: “Vamos vamos, Argentina, vamos vamos, a ganar, que esta barra quilombera, no te deja no te deja de alentar”. Todas son potentes gracias a esa virtud pegadiza, que uno vuelve automática justamente porque ése es su cometido: naturalizar el discurso y memorizarlo, hacerlo una exhalación, un producto vocal de la ausencia de pensamiento.

Pero la hinchada de Belgrano es distinta, como son distintos los tipos que se sientan a escribir canciones priorizando el sentido por sobre la forma, el fruto del intelecto y la emoción del pensar por sobre la técnica, el hecho estético en sí, complejo, inasible, como proceso, por sobre los cánones de las estetización, es decir, el hecho estético de la búsqueda por sobre la noción flaca de lo lindo o lo feo, lo simpático o lo divertido. El hincha de Belgrano, individual o colectivo, también suscribe a este modo de pararse sobre la tierra y enfrentar las vicisitudes cotidianas: el hincha de Belgrano (como el de Racing Club pero cordobés y ocurrente) prioriza la búsqueda del sentido por sobre el resultado final, y metaboliza la experiencia de apoyar a un equipo que no sabe triunfar de verdad por sobre la noción de éxito en sí, tan flaca como la discusión posmoderna popular sobre lo bello. La hinchada de Belgrano es distinta y ha sabido madurar el knock-out repetido sencillamente porque prescinde de la rima. No necesita que las canciones vuelen por el verde césped con la forma esférica de una burbuja de jabón que nace del dispositivo que ofrece un vendedor ambulante, ni necesita que los jugadores que visten la camiseta (los que tienen que transpirar) recuerden la letra como quien recuerda un rezo. Algunas veces sí, pero no hace falta todo el tiempo. Los hacedores del Club Belgrano no necesitan la hegemonía de lo pop, porque son, en el fondo, cantautores: incomprendidos por las cáscaras del mercado de lo bien hecho, autores de culto para los que se alimentan de la tristeza, detractores de la eficacia como noción troncal de la vida. El hincha de Belgrano, suelto como una bandera, canta desde la tribuna una construcción compleja de sentido, que abandona la lógica de la transitividad irracional y en cambio la reemplaza por el rebote de lo denso: “En Jardín Espinosa, viven los puto e Taiere, que a Alberdi, nunca van, porque les tiembla la pera; ahhh, ay ay ay, vo corré como corre Central; ahhh, ay ay ay, sos amigo de la Federal”. A primera vista o sonido nos encontramos con una pieza tradicional, rimada y sin sorpresas, pero ojo: ¿qué pasa con los primeros versos? ¿Se los puede dejar pasar así como así? No. En Jardín Espinosa viven los putos de Talleres, que a Alberdi nunca van porque les tiembla la pera. Esto es más que una declaración, porque incluye, ante todo, la cuestión geo-política: delimitar los barrios es delimitar las fronteras de la dignidad y la militancia, y eso basta, en esta ciudad, para comprender que en Jardín Espinosa la gente no sólo tiene para comer, sino que también tiene para ostentar, mientras que en Alberdi el orden de la cotidianeidad se basa en sacar la silla de tela (antiguas reposeras) a la vereda para ver caer la tarde y saludar a los vecinos. Son dos formas de vida que si intentaran comunicarse a través de dos vasos de plástico, cortarían el hilo. Y luego, por supuesto, la presencia del miedo: según los manuales de composición canónicos, la demostración del miedo podría caber fácilmente en aseveraciones como “van a correr”, o “sos cagón”, o alcahueterías como “ser amigo de la yuta o la Federal”. Sin embargo los cantautores de la hinchada de Belgrano eligen una imagen: el temblar de la pera. La resonancia no se circunscribe a un tiempo en particular: el temblar de la pera comunica escenas de la infancia con íconos de la ficción, los procedimientos de los dibujos animados y los cómics en diálogo con la tragedia, o la pérdida del control del cuerpo. Entonces después sí, se le puede dar a la masa lo que la masa quiere: una rima. Pero antes la convicción se despacha con un engranaje extraordinario, un signo de la diferencia.

Y hay un poco más: la otra noche, en la preferencial que da la espalda a la avenida Colón, en el barrio de Alberdi de la ciudad de Córdoba, mientras Atlético Rafaela metía un poco de presión sobre la defensa celeste, pude cerciorarme de que el ejemplo que acabo de mencionar no es un brillo flotando en el aire, la excepción a la regla: sin duda estamos frente a una política discursiva que se sostendrá por tiempo indefinido, una posición sólida y persistente como el hormigón de las tribunas que se alimenta de todo tipo de estrofas. Con la música de Víctor Heredia, un pilar de la canción popular y, podríamos decir, una bestia salvaje de la entonación, en un momento la hinchada cantó “somos de la gloriosa banda de los piratas, la que va a todas partes, se aguanta los quilombos” y yo casi me caigo de orto, primero por la emoción y la revelación de lo que estaba escuchando, y segundo porque el zaguero izquierdo de Rafaela había metido un cabezazo en el travesaño que obligó a fruncir las válvulas del cuerpo (anos, vulvas, uretras, bocas, ombligos) a todos los presentes. No creo que se trate de una casualidad el hecho de que la melodía en cuestión se titule originalmente “Todavía cantamos”; la premisa es evidente y apunta a permanecer en el tiempo todo lo que el ritual lo permita. Algunos cerebros de la hinchada celeste, en algún sillón cuarteado y marroncito similar al que durante años habrán achatado los integrantes de la trova cubana en casa de Silvio, decidieron en su momento no reemplazar, sino reescribir la letra de una himno de la gente como “Todavía cantamos” para ofrecer en su lugar la potencia avasallante de lo incondicional. Y otra vez la prioridad fue el sentido por sobre la musicalidad: erigir la fibra medular de la resistencia a partir de su trenzado con los filamentos del lugar común. Este último fragmento que menciono juegan a mezclar (coser con palabras) un delgado hilo dorado entre agujas de paja. La construcción, por ejemplo, que gira en torno a la “gloriosa banda” ya ha sido utilizada por infinidad de hinchadas y se constituye sin duda como un cliché, al igual que la noción de “quilombo” y la del movimiento libre que prefigura el fixture: “ir a todas partes”. Pero la receta que lograron con esos ingredientes tan comunes (un menú gourmet, cocina de autor, a partir de la combinación de minutas) se sale del marco: la hinchada que va a todas partes y se aguanta los quilombos no necesita de rankings de canciones pegadizas como los que alguna vez organizaban algunos programas deportivos para expresar la sensación que los une: la incondicionalidad absoluta, a caballo de la fantasía del ascenso. El mensaje es claro: la memoria de todas las batallas juntas, trasladada al presente, exige la prosa fuerte por sobre la dulce presencia de la rima. Al igual que aquellas aristas teóricas que han organizado los hechos de la vida cotidiana en torno a la noción de relato, la hinchada de Belgrano no sólo se escapa de toda fórmula para emitir reflexiones sobre las miserias de los adversarios, sino que también elige contar el devenir de su amor a partir de las coordenadas espacio-temporales de las que nadie escapa. En este sentido, transitar por la vida se puede pensar como el desarrollo incesante de un relato que no augura un final previsible, y según como se organice dicho relato, cualquier intérprete podrá, cuando así lo requiera, recuperar la naturaleza de lo atravesado. En virtud de la producción intelectual de la hinchada celeste, el recorrido que quiero compartir con ustedes en mis pocos años de experiencia reúne el valor suficiente como para dejar sentada esta conclusión: los cantautores del fútbol se asientan en la ciudad de Córdoba.

Ya es hora de que las playas y los fogones aislados en las orillas del continente puedan recoger estas producciones sin necesidad de dar explicaciones a cuanto hippie se halle presente. Ahora no sólo sonarán los clásicos de Serrat, Serrano, Sabina, Rodríguez, Milanés, Gabo Ferro y compañía en las guitarras de las noches estivales, con botellas de ron o vodka como adornos del relajo colectivo. Si otros se animan a seguir este camino de la experimentación (una banquina bien alisada), también habrá de aquí a un tiempo, en los arpegios del mundo sensible, algún indicio de los otros clásicos, los de la tribuna y su resistencia.


* Las negritas me corresponden (o eso quisiera).