28.10.09

Un recuerdo conciso de una noche amena


(No hay más fotos del evento. Así que aprovecho para agradecer la presencia de todos los que fueron ese 15 de octubre, porque supieron desparramar una energía benévola, una buena onda común. Y todos lo notaron. Así que gracias.)

26.10.09

Ya viene

El experimento más ambicioso de la historia volvería a ponerse en marcha a mitad de noviembre

La resurreción de la máquina de Dios

El acelerador de partículas que busca indagar en los orígenes del universo había sido estrenado en septiembre, pero por una falla debió entrar en reparaciones. Ahora, sin grandes anuncios, va por la revancha.


Después de una inauguración fallida y un año de preparativos, el gran acelerador de partículas LHC –más conocido como la máquina de Dios–, está listo para ponerse en marcha a mediados de noviembre.
El ambicioso artefacto científico, que pretende emular el big bang a pequeña escala, tiene como uno de sus objetivos explicar los orígenes del universo. Los expertos del Centro de Investigación Nuclear de la Organización Europea (CERN), ubicado en la frontera entre Suiza y Francia planean hacer chocar partículas para recrear el evento que dio inicio al cosmos.
El 10 de septiembre de 2008 se ponía en funcionamiento la maquinaria con gran expectativa en el ámbito mundial. En aquel momento, el director general de CERN, Robert Aymar, se refirió a un “día histórico” para la humanidad, que “quiere saber de dónde viene y si el universo tiene un fin”. Sin embargo, el 19 de septiembre, sólo diez días después, la máquina de Dios falló. Según explicaron los creadores de la bestia, el error estuvo en un supuesto apresuramiento en el lanzamiento.
El accidente destruyó un sector de este aparato, por lo que los técnicos y especialistas debieron trabajar en su recuperación. El plan de puesta en marcha se llevará a cabo sin ningún festejo previo. Esta vez, los científicos sólo irán probando todos los sectores de la máquina y aumentarán la energía en la medida de que no se comprueben fallas. El físico alemán Michael Hauschild, que trabaja en el CERN, admitió que lejos de ser perfecta estaban previstos los errores. “Todos los que trabajamos con el LHC siempre tuvimos claro que podrían surgir problemas”, sostuvo el físico.
El proyecto lleva más de veinte años de trabajo de 10.000 científicos y 4.000 millones de euros invertidos. Las colisiones de protones que se generarán en el interior de la máquina producirán brevemente una temperatura 100.000 veces superior a la del Sol y deberían permitir detectar partículas elementales que no se pudieron observar hasta hoy. De esta forma, las altísimas energías aplicadas permitirán recrear el nacimiento del universo hace 13.700 millones de años.
Tras el accidente del año pasado, los expertos del CERN no sólo repararon y cambiaron los imanes afectados, sino que también instalaron nuevos sistemas de seguridad que impiden que se repita un cortocircuito como el del año pasado. Sin embargo, uno de los nuevos sistemas de seguridad ideados no será instalado hasta el año que viene.
La participación argentina en la vanguardia de la investigación está a cargo del ingeniero Mario Benedetti y su equipo del Laboratorio de Instrumentación y Control (LIC), en la Universidad de Mar del Plata.
El LIC colabora en el diseño y la construcción de dos nuevos aceleradores de partículas, el LINAC4 y el SPL, que tendrán como objetivo aumentar la intensidad del haz de partículas que alimentarán al LHC.
Otros tres equipos de investigadores argentinos trabajan en el proyecto: dos grupos de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), dirigidos por el ingeniero Carlos Christensen y la doctora María Teresa Dova, y un equipo de la Universidad de Buenos Aires dirigido por el doctor Ricardo Piegaia.


(Crítica Digital, 26 de octubre de 2006)

21.10.09

Texto leído por Alejo Carbonell en la presentación de Hadrones

Hadrón: tipo de partícula subatómica caracterizada por una interacción fuerte. Esa es la definición de la Real Academia Española y entonces los que ya conocen el libro, los que lo leerán luego, encontrarán un título ajustado, preciso, para un libro también ajustado, para un cuento preciso.

Sin embargo, como ocurre con casi todo, las palabras abren puertas distintas cada vez que se las lee, y a mí se me ocurrió pensar que la literatura de Diego está compuesta por hadrones, es decir, pequeñas, ínfimas partículas desplazándose por los territorios de la literatura, con una interacción fuerte, que las distinguirá de otras.

Pero no podría hablar de Hadrones, el libro de Diego, sin empezar hablando de él.

Somos amigos, he leído los cuentos que componen este libro a lo largo de todo el proceso, en diferentes versiones. No es que los cuentos, en esas diferentes versiones, hayan ido mejorando, en ese sentido de ascenso permanente tan vinculado a la economía capitalista, sino que fueron mutando a partir de lo que Diego quería discutir; con quién discutir, por qué discutir.

Diego tiene una intencionalidad, desde que lo conozco, hace unos años, cuando se publicó su primer libro Grises, verdes, de discutir sobre el campo literario a partir de lo que escribe. Es decir, armar un artefacto estético que desde sus propios resultados escanee el folclore de la narrativa contemporánea inmediata.

Hay tres premisas que los narradores de su generación, en su mayoría, tienen como caballito de batalla: el tic generacional, es decir, el intento de generar empatía rápidamente con el lector a partir de experiencias y recuerdos en común (sobre todo los de la infancia); el chiste fácil, descontracturado, que deja a los relatos en la superficie, a un click de mouse del olvido, y la preocupación por dominar todo lo que ocurre en las escenas, de modo de poder llegar a un final bien escrito sin sobresaltos. Estas tres premisas están ausentes en Hadrones.

Hablo, ahora sí, del libro que hoy presentamos, y entre la dedicatoria del autor y el epígrafe, perteneciente a una canción de Adriana Calcanhotto, aparecen las primeras claves de lectura.

El libro está dedicado al miedo y la última línea del epígrafe dice ¿canto para quién?

El miedo es una cosa vasta, infinita: el miedo de Clarín, el miedo de los vecinos ABC1 a la inseguridad, el miedo como reverso del amor que plantea Ricardo Romero en la contratapa, el miedo a la página en blanco de algunos escritores, el miedo de otros escritores a la página escrita. Efectivamente en estos cinco relatos aparece el miedo, no en la clásica forma de misterio o terror, no al futuro, ni al pasado, no un miedo tangible, consistente, ni siquiera en el cuento que titula el libro, en donde lo que reúne a un grupo de gente es, ni más ni menos, que la inminente desaparición del planeta.

Se trata, creo, de un miedo a lo que podemos ser, podemos hacer. En cada uno de los relatos, los personajes están a punto de ser atravesado por una situación de la que no podría regresar jamás.

En la novela Nadie nada nunca de Juan José Saer, se cuenta la experiencia de un bañero que, intentando romper el récord de permanencia en el agua, en pleno río, ve, en los últimos esfuerzos contra la fatiga, los rayos del sol despuntando y reflejándose en toda la masa de agua en movimiento, a la altura de sus ojos. Esa imagen lleva al nadador a la locura, y es lo que luego le permitirá obtener un puesto de bañero en una pequeña playa. Los personajes de Diego Vigna tienen en su comportamiento genético una familia entera de bañeros antes de tirarse al agua. Son relatos en donde los personajes se pueden salir del libreto, llevar al amigo en andas hasta el borde de una terraza y quedar suspendidos un instante, pedirle a la novia que se tire del balcón, dejar a un accidentado con las piernas quebradas y tomarle una foto; dejar, en definitiva, que el pulso y el carácter de los personajes sea el de los relatos, dejar que las historias sigan la necesidad de los personajes, y no al revés.

¿Canto para quién?, dice el epígrafe, aunque no parece ser una pregunta sin respuesta para el autor; más que un interrogante, es un pedido de explicaciones para una generación de escritores produciendo para escritores.

Hace unos días vi en la TV un documental sobre la obra de Cándido López. En particular se hablaba de las maravillosas pinturas que realizó en relación a la guerra de la triple alianza. En esos cuadros, Cándido López desarrolla unas panorámicas desde miradores imposibles cambiando la escala de los seres y objetos, por otra que le permitiera mostrar todo lo que le interesaba sin importar la distancia; una especie de falla óptica alterando la escala hasta cierta naturalización. Explicaban que ese procedimiento ejecutado por el artista se llama “abatimiento del plano”. Qué definición precisa para el procedimiento literario, ahora, de Diego Vigna: abatimiento de las formas para poder relatar la guerra.

Texto leído por Marcelo Casarin en la presentación de Hadrones

Siempre pensé que las presentaciones de libros son incómodamente necesarias. Y ahora tengo miedo de repetir, una vez más, lo que ya dije otras veces cuando me han pedido que presente un libro. Por ejemplo, que es un gesto inútil éste de comentar un libro que, todavía, nadie leyó: en estos casos, la mejor estrategia suele ser llamar la atención sobre algún rasgo particular del libro, leer un fragmento, decir algo agudo, inteligente o quizá brillante.
No me gustan los presentadores de libros que con tanto afán de lucimiento, con tanta frase elaborada, con tanta escritura, terminan por opacar el objeto de la presentación que pasa, muy descortésmente, a segundo plano.
Cuando Vigna me propuso ser presentador de su libro no pude negarme, aunque hubiese preferido que no me lo propusiera… porque entonces estaría tan pancho como ustedes viendo qué dice ese tipo o qué dirán esos tipos sobre ese libro que no leí. ¿Se tomarán mucho tiempo? ¿Cuándo empezará la prometida música, cuándo la bebida?, etcétera.
El libro es muy bueno y estuve merodeando la redacción de varios de los textos que lo constituyen. ¿Y? Bueno. No sólo leí el libro y me dejé llevar por sus extrañas narraciones, algunas de las cuales leí en su versión dactilográfica; además debí releerlo para decir algo en esta circunstancia.
Viví, por supuesto, o, mejor, reviví la experiencia reveladora de que leer un libro no es lo mismo que leer un conjunto de relatos dactilografiados (tipiados, como se dice) en una hoja A4; ni hablar de leer en una pantalla. Recibí de manos del autor unos de los primeros ejemplares que autografió. Gracias, pero me di cuenta que el privilegio me vino porque tenía que hacer mi tarea.
Como dije, he estado muy cerca de la redacción de estos textos y bastante también del proceso de edición. ¿Y si él se hubiese sentido obligado a pedirme que comente-presente su libro? Sospeché eso y no me animé a decírselo. Pero por qué me eligió a mí, por qué, me decía. En estas cavilaciones estaba cuado me vino una idea. Genial, creo. Una idea que sin dudas estaba destinada a romper la tradición del género (del género “presentación de libro”, claro). Voy a pedirle a Diego que escriba algo para que yo lo lea, me dije. ¿Cómo? Sí, le pediré que escriba un par de cuartillas acerca de lo que… ahí vacilé un poco: qué le pediría que escriba: a) lo que le gustaría que digan de su libro, b) lo que cree que su libro dice, es decir, lo que considerase que podría agregar a lo que los propios textos dicen. Pensé que lo mejor era hacerle la propuesta bífida y que él decidiera. Ensayé varias introducciones; alguna ligera: no sé, escribí cualquier cosa, lo que recuerdes de los textos, alguna interpretación; eso: una interpretación de los cuentos. Lástima que no sea un libro de poemas, se facilitarían las cosas, porque de la poesía se puede desencadenar un sinnúmero de interpretaciones. Pero no: ese libro es de cuentos. Narraciones algunas muy breves, otras no tanto, que no necesitan ninguna explicación subsidiaria. Bueno, puede ofrecerse a los lectores alguna clave de lectura o, lo que es más interesante: revelar los vasos comunicantes que conectan los distintos relatos. Ahí me detuve: con tantas advertencias estaría condicionando su comentario, su texto crítico sobre su libro.
No me animé. Pensé que él –20 años más joven que yo– diría –o pensaría–que esta propuesta, lejos de ser revolucionaria, era ni más ni menos una chambonada. Nada que ver, pensaba: si supiera, si yo pudiera hacerle saber que lo importante no era quién escribía la crítica sino, quién la leyera esa noche –qué poco convincente suena. No me animé a pedirle que hiciéramos eso y me doy cuenta de que los he privado a ustedes de algo que difícilmente está a la mano de los lectores: la crítica de los textos por su propio autor. Ustedes saben que es muy frecuente, sobre todo en provincias, que los propios autores del libro escriban la contratapa del libro. Por qué un autor –de provincias, hecho en Neuquén, como reza la solapa del libro– no escribiría la presentación de su libro, como se escribe un prólogo. Muchos autores prologan sus libros.
Los días pasaban, esta noche se acercaba y encontré una solución a mi dilema: si no podía pedirle, por pudor, que escribiera el comentario de su libro, al menos podía yo imaginarlo y me decidí por eso. (He estado muy atento a los acontecimientos recientes y me felicito de haber tomado esta decisión, porque esta mañana nuestro matutino nos sorprendió con una entrevista al susodicho autor que habla de su libro). Entonces, ahí va. Lo que creo que cree él de su libro.

“Primero tengo que reproducir el protocolo: escribir sobre un libro es una consigna en algún punto incómoda y difícil, y más cuando se trata de historias como éstas. Así que, en el comienzo, puedo limitarme a mirar el libro. La tapa es confusa, la interpretación de la foto depende de la distancia, y eso se adecua perfectamente a las cosas que viven dentro de las historias del libro. La tapa, desde lejos, no se sabe si es una explosión de rojo, una explosión de gases, humo, o alguna otra sustancia en algún tipo de aire (o de vacío). Y hasta puede llegar a ser la mitad precaria de un corazón. La mitad de un corazón irregular, sin contornos. Ahora bien: de cerca, ese volumen de rojo, todo eso que no se entiende mucho pero que se mueve, se convierte en el pelo muy enrulado de una persona, y lo que aparece nítidamente es un perfil. Las líneas de un perfil. Una nariz, una boca, un mentón, y un punto de luz, sobre todo eso, que refleja una pupila. Como afirma una de las historias del libro, un punto que hace brillar lo que generalmente no brilla: lo negro del centro de los ojos.”

Efectivamente, ahora vuelvo a hablar yo, lo que acabo de leer es típico del que empieza los libros por los detalles exteriores. El autor se demora en la superficie, en la tapa.

“Después, en el libro, comienza a aparecer el contenido textual: lo que lo convierte, en definitiva, en un libro. Se presenta una contratapa que propone una tesis interesante: dedicar el libro al miedo, por parte del autor, para no tener que dedicárselo al amor. Una vez abierto, efectivamente aparece una dedicatoria al miedo y nada más; y a continuación un epígrafe que cita un fragmento de canción de Belchior, tal como dice ahí, exaltada en la voz de Adriana Calcanhotto. El epígrafe corresponde a la canción titulada ‘Esquadros’.”

Ahí está. Perfecto. Primero la tapa, después el epígrafe. Detenerse en el epígrafe.

“¿Pero qué relación tiene esto con la confusión inicial de la vista, y con la materia del libro, con las entrañas de estas cinco historias? Yo, Marcelo Casarin, me puse a buscar la letra completa de esta canción, y sin querer me encontré en medio de algunas sensaciones sobre la voz intérprete de Calcanhotto. El epígrafe de la canción dice que alguien anda por el mundo y que los autos corren ¿para qué? Y los chiquitos, ¿para dónde corren? Ese alguien, en el epígrafe, dice transitar dos lados de un mismo lado, dice gustar de los opuestos. Dice exponer su modo, dice mostrarse y, por último, se hace una pregunta: ¿para quién canto?”

(Creo que acá le faltó algo, una especie de didascalia que debió agregar: Casarin lee el epígrafe en portugués)

Para quién es el canto, se pregunta: diría Vigna tratando de hacerse el Casarin; entonces ahí se revela en esa traducción libre y sintomática: yo canto para quién, dice el texto.

“Resulta que en otros pasajes de la canción, ese alguien también se interroga, en su andar por el mundo, dónde están sus amigos. Se pregunta dónde está su alegría y su cansancio; dónde está su amor. Dónde están esas cosas de las que nadie, al final, puede despegarse, como la mismísima soledad: la certeza de que en muchos momentos no se tiene a nadie al lado.
El estribillo de “Esquadros” enumera el acto de mirar. Una pequeña lista de un ensimismamiento cotidiano. En el estribillo, alguien mira por la ventana de un auto, por la ventana de un cuarto, a través de una tela. Y en esa mirada concluye que todo tiene su escuadra: todo lo que se ve puede parecer encuadrado, aunque no se lo entienda.”

Fíjense que ya van varias líneas dedicadas primero a la tapa, después al epígrafe; luego a la relación entre la tapa, el texto de la contratapa y el epígrafe. Entonces, me digo, seguramente ahora volverá al texto de la contratapa. Dicho y hecho. Sigue él.

“Podría entonces hablar aquí, como ya ha dicho Ricardo Romero en la contratapa, de todas las cosas sin nombre que les suceden a los personajes de estos cuentos; cosas que brotan, en este caso, entre hombres y mujeres, entre amores y miedos, entre insultos y silencios. Y omisiones.”

Sospecho que no dirá nada de los textos, estoy casi seguro que no dirá nada de esos sugerentes títulos: “Una pequeña sonrisa de colores”, “El sueño de Monk”, “Pis”, “La mitad de ella”, “Hadrones”… Ahí sigue el comentario.

“Pero me quedo con las percepciones de la letra de una canción que nace en el epígrafe del libro, transita por todos los cuentos (como transita una gota entre filamentos sólidos) y termina en uno mismo, en este caso en mí, que recibí el impulso de conocer toda la letra de esta canción. En este libro hay personajes que miran por la ventana de un auto, o de un ómnibus; otros que miran por la ventana de un cuarto, de una azotea o de un bar, y hasta hay personajes que miran a través de una tela. Sin embargo, la escuadra de las cosas, y la presencia de las personas, como siempre, sigue siendo un misterio. Porque como sucede en la tapa, no siempre se reconocen los contornos.”

Genial. Fíjense. Mencionó apenas de nuevo el texto de la contratapa pero volvió a enlazarlo con el epígrafe y la imagen de la tapa y llegó a lo que todos los lectores esperamos: el hilo conductor de los relatos. La discreta unicidad de los relatos autónomos que dialogan entre ellos. Cómo.

“Para quién es el canto [en libre traducción], se pregunta alguien en la canción-epígrafe de este libro, y yo propongo que cada uno se haga responsable con su respuesta.”

Este podría ser un remate que un autor escriba en un comentario de su propio libro. Un pudoroso comentario de un libro que no requiere comentario, que necesita de ustedes, de nosotros, los lectores.

18.10.09

Las cosas en su lugar

Ahora que clasificamos para el mundial con el peor rendimiento que he visto en mi corta vida de un seleccionado argentino;
ahora que hemos podido atestiguar que Diego Armando Maradona no sabe nada acerca de cómo debe pararse un equipo entero en la cancha, acerca de cómo debe pararse un equipo en defensa, acerca de cómo trabajar intensamente para aceitar relevos y cambios de posiciones tácticas, acerca de cómo hacer para explotar las cualidades presentes en nuestros mejores hombres;
ahora que resulta prácticamente imposible ilusionarse con un buen mundial, porque esta selección de Maradona depende pura y exclusivamente de la lucidez, ubicación e inteligencia de TODOS los jugadores dentro del campo;
ahora que sabemos que probablemente ningún DT acompañe a Maradona en el tramo final, en la competencia de Sudáfrica;
y sobre todo, ahora que volvimos a vivir todos juntitos la prepotencia y el resentimiento de Diego, su incapacidad para ponerse en el mismo nivel que los otros, y su tremenda resistencia a pedir ayuda cuando intuye que no puede con algo,
ahora, ahora sí, creo que tenemos que recordar y revivir las cosas que era capaz de hacer este tipo con una pelota en los pies: es decir, mi manera de combatir todo esto que está pasando.

Ponerlo en el lugar de Diego Maradona, el que le pertenecerá por siempre, el que nos hizo adorarlo cuando había motivos reales para adorarlo. Esta es mi manera de responder a las mierdas que pasan, y ojalá alguien lo ayude para lo que viene. Aunque sean Dalma y Gianinna.

Pasen por la videoteca, ahí está Diego Maradona, su esencia.

9.10.09

Estela Figueroa (Santa Fe, 1946)

Un atardecer de abril después de una separación

Ya no tengo a quién esperar
De modo que para qué preocuparse
Por cambiar las sábanas
o barrer el patio.

Se hace lo imprescindible
regar las plantas
dar de comer a los gatos
¿qué culpa tienen?
Al crepúsculo salgo a la calle
en busca de cerveza.
Mi vecino homosexual me invita
a cenar este sábado en su casa.
Acepto.
Donde no hay sexo no hay problemas.

Estos encuentros
han llegado a ser mi único sentimiento.



Motivos

I

Al mediodía un amigo
me comunicó la muerte de otro amigo.
No reaccioné de inmediato.
Almorcé.
Luego tomé un ansiolítico
y pensé en dormir la siesta
tratando de hacerme a la idea
de que estas cosas suceden
cuando se tiene más
de cincuenta años.

Pero no pude dormir
y me largué a llorar.
El crepúsculo me encontró
en el dormitorio
acomodando un poco los libros
que estaban sobre la mesa de luz.
Cambiando las sábanas.
Sacando diarios viejos.
Colgando en el placard
la ropa que estaba aquí y allá.
Asustada todavía
y todavía lagrimeando
porque me sentía sin fuerzas.
Pero no vaya a ser que la
Indeseada llegue
y encuentre todo hecho un desquicio.


Con el dormitorio ordenado es
más fácil
tenderse en la cama
con un pañuelo mojado en
agua fría sobre los ojos
para no ver tanta destrucción.


II

Debemos soportar cuatro
sufrimientos esenciales:
el nacimiento
la vejez
la enfermedad
y la muerte.
A la vejez vamos entrando lentamente como
a una casa desconocida.
Queda la enfermedad
que nos habrá de abatir
con su tropel de médicos y enfermeras
su chirriar de camillas
y la Indeseada.

Sólo estamos aquí de paso
¿qué consuelo ofrecen los libros sagrados?
Ninguno.
Por eso lloro.



Los huesos de mi padre

Hace más de veinte años que murió
y no renovamos el derecho de sus huesos
a permanecer en el nicho.

De mi parte fue intencional.
A mi padre no le gustaba estar encerrado.

Ojalá un sepulturero los haya vendido
y haya comido algo especial con su mujer y sus hijos
o se haya tomado unos vinos
en rueda de amigos.

Y con esos huesos un joven estudie medicina
-esos huesos largos y bien formados-
sin pensar en la muerte.