18.8.09

Conquistadores del desierto

Está claro que ahí afuera deberían estar reptando dos líneas continuas. Pero yo apenas veo la luz de las ópticas, y en el centro una balacera. Un punto mudo que esta noche me nace entre los ojos, se astilla y vuela por debajo del auto, y pierde el sentido detrás de mi nuca. Se aleja atravesándome la espalda. Pero el amarillo, es lo que me pregunto. Eso que ahora falta como la única forma posible del peligro. Ahí está el problema. Una recta no es así: ¿qué es, ahora, una recta?

Puedo decir: una intermitencia blanca, el latido de la ruta que me quiere hacer dormir.
O puedo pensar: una lluvia sola y vertical y plana.

Me estoy moviendo a tres mil quinientas revoluciones por minuto en una recta de trescientos kilómetros de largo que me lleva directo hacia el oeste, y nada, en lo muy poco que puedo ver, es amarillo.
Está bien, alguien me había avisado que un viaje por este lugar, de noche, es como conocer al mundo en la previa de su nacimiento. Ver el mundo antes de que sea mundo. Y tienen razón. Viajo solo, la oscuridad es total y el auto es mío. Nada más haría falta. Qué es esto sino el espacio.

Entonces digo: así, ni siquiera importa si soy feliz cuando viajo.
Y pregunto: ¿cuál es, así, la distancia entre lo que puedo decir y lo que pienso?

De a poco acelero, suelto el volante, apago las luces, sólo el motor queda. Ahora sí floto en la pulpa más tibia de la oscuridad, y saco el pie del pedal porque el blanco es un sitio mucho más cómodo que cualquier negrura, o que cualquier forma de amarillo. Pero si busco algo lo tengo que probar, y por eso vuelvo, y por eso acelero.
Pero el reflejo en las manos. Vuelvo al volante. Enciendo las luces.
La ceguera me había corrido hacia el centro de la ruta, en vez de buscar la rispidez de la banquina. Y faltan más de doscientos kilómetros para que nazca alguna línea amarilla.

Puedo decir lo que esta cabina esté dispuesta a escuchar, porque esto, no sé si alguien se dio cuenta, habla de la soledad.
Puedo pensar lo que hay, lo que soy, y no otra cosa.

Si freno de a poco, así, lento, y me detengo en la ruta, la línea punteada deja de moverse. Una recta partida al medio. Y es el silencio más hondo si apago el motor, y es el negro origen de todo, si abandono esta butaca y salgo.
Respirar. Ejercer el respiro. Me acuesto delante del auto, los metales de la trompa asustan, no puedo saber si cruzo una porción de la línea blanca, pero estoy en el centro. Miro el cielo, separo las piernas, los brazos, la nuca en la cosquilla del asfalto.
Cargo en la espalda el grosor de la tierra, y no hay tibieza en el camino. La noche ya quitó los recuerdos de la vida que deja el sol. Hay un calor que surge del motor, de lo que es este viaje. El calor del movimiento y sus restos.

Puedo decir: soy parte de esto. Estoy quieto. Si me tienen que pisar, que me pise mi auto.
O puedo, por último, cerrar los ojos y no pensar en nada, porque alguien tendrá que pasar por acá, para demostrar que este desierto no tiene medida. Alguien tendrá que acercarse como una luz, como un ruido, creer en lo que no ve, frenar a destiempo.

1 comentario:

Alejandro Arriaga dijo...

el blanco es un sitio mucho más cómodo que cualquier negrura

Alguien tendrá que acercarse como una luz

o alguna luz se tendra que prender dentro.

hacia lo blanco.