26.6.09

Acerca de la suficiencia de pija

Quiero compartir aquí la suerte de respuesta que tuvo Javier Quintá, colega y amigo, para con la nota publicada ayer en el Suplemento Cultura de La Voz del Interior, firmada por Flavio Lo Presti. Y además agregar algunas cositas. La nota se titula "Juntitos es mejor" y hace referencia a la bola de antologías de "nuevos narradores" que comenzó en Buenos Aires hace algunos años, y que llegó a Córdoba hace meses, con Es lo que hay, a cargo de Lilia Lardone, y 10 Bajistas, a cargo de Alejo Carbonell.
Lo primero que quiero decir es que Quintá tiene razón en su planteo cuando dice que Lo Presti probablemente no haya leído los libros. Pero también puede estar equivocado. En ese caso, las palabras del crítico serían aún más desafortunadas, porque los casos que Quintá expone en su blog (ya que se busca la existencia literaria, vamos a darle algo de existencia a estos blogs de mierda tomándolos para lo poco que sirven: discutir) son elocuentes: Lo Presti se pasó por encima varios nombres más que interesantes de la fauna de boludos que hoy nos dedicamos a escribir en Córdoba. Y si lo hizo por no leer los libros, bueno, es una lástima. Y si lo hizo con las dos lecturas encima, bueno, debo decir que su intento de "nuevo canon cordobés" tiene tan poco valor como el lugar que pretende ocupar desde su voz crítica.

Copia Quintá este párrafo de Lo Presti:

"En una medida mayor que en las antologías "metropolitanas", se nota la distancia entre algunas escrituras definidas por proyectos personales "en estado avanzado" (más allá de gustos personales: Luciano Lamberti, Emanuel Rodríguez, Cuqui, Federico Falco) y escrituras vacilantes, que complican la lectura completa del volumen".

Para luego exponer los casos que, a su criterio (Quintá), el crítico se olvidó de mencionar, más allá de su gusto personal (que trataré en un ratito): gente que tiene un "proyecto personal" o, dicho de otro modo, mucho más adecuado para mí, gente que NO tiene una escritura vacilante, y que demuestra estar dedicándose a esto. Santiago Ramírez, Adrián Savino, Hernán Tejerina, David Voloj, Pablo Natale, Pablo Dema.

Bien. Lo que quiero decir es, quizás, una mezcla de lo que me han producido los libros y una mezcla de las sensaciones que estas críticas me generan.

En primer término, creo que Lo Presti tiene razón cuando critica el autobombo que muchos ejecutan alrededor del clima actual, principalmente los jóvenes escritores. Se puede ver, se puede oler y leer, que a muchos les interesa figurar. Estar ahí, construirse como autores cuando la obra propia todavía no los soporta. Pero esta misma razón ya relativiza hasta a los autores que él mismo coloca como "diferenciados", porque más allá de que nadie dudaría de la capacidad y del trabajo coherente y valioso que vienen llevando a cabo tipos como Falco y Lamberti, o la potencia brutal de lo que hace Cuqui, ninguno de ellos tiene una obra atrás que, hoy, les permita separarse marcadamente de tipos como Tejerina o Savino, o de escrituras como la de Pablo Dema o Sebastián Pons (quizás una de las prosas más trabajadas que leí entre nosotros: y hablo de trabajo, de búsqueda, no de gusto). Así, Lo Presti no hizo más que, otra vez, como he leído varias veces, camuflar su gusto entre los filamentos de su prosa y su consideración distante: podría ser más simple y, en vez de buscar la CONMOCIÓN en textos antologados y dispares como la gran puta (ahí estoy de acuerdo nuevamente), decir: a mí me gustan Luciano Lamberti, Emanuel Rodríguez, Federido Falco, Cuqui y, sobre todo, Sergio Gaiteri (que a su entender se mantuvo voluntariamente al margen de las antologías publicadas aquí, sin mencionar, por ejemplo, que el criterio de selección sostenido por Lardone para Es lo que hay dejó afuera a varios escritores por su edad).
Pero no.
Lo Presti publicó toda una columna sobre los escritores jóvenes de Córdoba para erigir una crítica que se sube arriba de la mesa a la hora de marcar los problemas de los libros, y se pone atrás de un biombo para decir, arbitrariamente, lo que a él gusta.
El problema, evidentemente, no es la crítica en sí. Me gusta que se digan las cosas como se piensan. Creo que el problema es desde dónde se para uno para decir eso: lo que piensa.

Respecto de las antologías, yo creo, sinceramente, que el título Es lo que hay es una cagada, y que lamentablemente opera al revés del impulso original. Creo que es un título que, más allá del prólogo posterior, y más allá de quién haya tomado realmente la decisión, les juega en contra a los autores. Y creo que le falta mucho para ser un libro: ya escribí una gansada aquí mismo diciendo algo de eso. Pero respecto de los cuentos que se incluyen allí, puedo decir que Lamberti, Montes de Oca, Natale, Falco, Dema, Rabbia, Ramírez, Rizzi, Quintá, Voloj, y Pons no demuestran muchas vacilaciones a la hora de escribir. Vacilaciones de esas que "dificultan la lectura". Y si hago la suma, se trata de 10 (diez) casos. El gusto, es otra cosa. Y sí, también creo que hay gente que no soprende, que vacila un poco o que hizo cuentos feos feos para esa ocasión, y que Lardone optó por publicar. Pero esa antología, dispar, grandota y tan difundida, se sostiene en la escritura de esos diez tipos, casos más casos menos, porque seguramente me olvido de alguien. Y eso no se puede obviar.
10 bajistas, por su parte, tiene menos autores, pero ¿cómo atribuirle vacilaciones a cuentos como los de Tejerina, Savino o Fonseca (para no repetir)? ¿Cómo olvidarse voluntariamente de esos nombres, más allá del gusto? Termino este mini-repaso con una convicción, leyendo lo que yo mismo escribo: tampoco creo que haya que hacer un análisis pormenorizado de los libros; pero sí creo que hay que tener los mismos huevos puestos para bardear como para decir lo que a uno le gusta. Sabiendo que, en ese último caso, los criterios de selección son tan arbitrarios como en el primero.

Me voy, entonces, con el siguiente dato, irrefutable: es la gente de La Voz del Interior, editores o responsables del suplemento, la que decide titular "Fábricas de promesas" a una nota sobre los tipos que escriben en las antologías. Promesas, en la literatura, ¿dónde?: ¿quién carajo es promesa en el fango de la literatura, tan duro y flojo como para que todos se hundan, y más con gente que está empezando? Para que luego ese mismo plantel del diario, en este caso Flavio Lo Presti, responda desde el mismo medio con un "Juntitos es mejor" (¿juntitos quiénes, en nuestra ciudad? ¿Los escritores? ¿Los editores? ¿quiénes pretenden juntar a la gente?), evidente demostración "crítica" de que, como un traje que huele a placard y pucho pero calza bien, y aunque suene un poco feíto (no se me ocurre otra forma más trillada de decirlo, y lo digo con total respeto y sin insultar a nadie en particular), no hay poronga que les venga bien. Y cuando digo que no hay pija suficiente, me refiero fundamentalmente a la incapacidad -parece que voluntaria- de ponerse en el mismo nivel de. A la incapacidad de demostrarse imperfecto desde la crítica, algo así como hacerse cargo de lo que gusta, pese a las contradicciones que surjan. Criticar En Celo, De puntín, In fraganti, Uno a Uno, Buenos Aires escala..., por libros capitalistas y salvajes (libros bastante chotos, coincido, por lo menos los que pude leer), y luego criticar La erótica del relato por frustada respuesta desde la academia (coincido en la pelotudez de Los heraldos, situación que conozco aunque no leí el libro), y luego marcar la inmadurez o desequlibrio de los libros cordobeses (claro que sí, pero no muy distinto de lo porteño), es exactamente-lo-mismo que rescatar sólo a tres o cuatro nombres de treinta posibles, aquí en Córdoba. Es decir: la misma impunidad, vacilante, que sirve para matar y para construir un canon pelotudo.



9.6.09

La verdad es la acción.
Comienza adentro.
Y la piedad sólo existe después del miedo.
Mamándolo.
Eso es lo que quiero decir por ahora.

5.6.09

¿Qué te pasa Rojo, estás nervioso?

No entiendo por qué no me hice peronista desde los siete, cuando decidí sufrir por el Racing Club de Avellaneda. Cuando el país comenzaba a explotar, allí por diciembre de 2001, yo creía llamativamente que estaba viviendo los mejores momentos como hincha: fuimos campeones en esos días de locura y yo salí por las calles de Neuquén a dar la vuelta olímpica (sí, en Neuquén la naturaleza permite, también, dar vueltas olímpicas). Ese día se terminaron las burlas que sufrí durante todo el secundario, y que pude amortiguar de una sola manera: estudiando fútbol, conociendo las contradicciones de cada uno, tratando de cagar a los de Boca o River. Luego, hace muy poco tiempo, bajo el Autotrol del Chateau Carreras, una noche de frío, rodeado de hinchas de Talleres (club que detesto, en oposición a Belgrano, que me cae muy simpático), pensé que allí mismo estaba viviendo mis peores momentos como hincha y amante del fútbol, sobre todo cuando algún pelotudo como Schaffer o Mercado jugó mal hacia atrás y Matías Gigli empató en uno lo que significaba el primer partido de la promoción (Belgrano-Racing) para no caer al Nacional.
Hoy el diario me despierta con la verdad de la vida, es decir, el punto medio entre una sensación y otra. Esta es la prueba de la felicidad.
En medio de un entrenamiento, bajó un helicóptero y quién nos fue a visitar: Néstor.
Viva el poder y la buena onda, y sobre todo, viva el próximo presidente hombre de nuestra Nación, si dios quiere y las señoras nos lo permiten: Ricado Caruso Lombardi.

(Allá al fondo el poder, acá adelante, pegado al margen izquierdo, el Heredero.)

4.6.09

El alma es lo que siento cuando no entiendo,
es evidente que existe.
Aparece en la luna, cuando esa luz tapa, o llena
un pequeño hueco, una de las lonjas alineadas
de mi cortina plástica.
El dormitorio y la noche, ese recorte horizontal.
Un adentro y un afuera.
Aparece con el deseo de mirar cachorros dorados
que giren dentro de una jaula comercial.
Conocerlos a través de un vidrio, verlos dormir y comer.
Y luego olvidar ese momento.
Mi alma brota en el insomnio, cuando escribo en la oscuridad.
Es evidente, arrastra la forma del tanteo ciego,
la reacción de las pelusas,
la letra imperfecta que se desnuda en la mañana.

3.6.09

Crónica sobre el esperado Match entre escritores, editores, imprenteros y dibujantes auspiciado por FULBAZO

(…) entonces por esa misma razón digo, y aprovecho el móvil gráfico, para qué carajo escribimos si no es para narrar las vergüenzas propias y las virtudes ajenas. El sábado 30 de mayo nos reunimos finalmente para el jugar al fútbol, en la previa de la presentación inaugural de los cuentos coleccionables FULBAZO, a cargo del gran Kike Bogni. La cita fue un rato antes del mediodía, en la cancha “externa” del Centro Vecinal Granadero Pringles. Terreno irregular, predominio de tierra por sobre gramilla y una tendencia microcefálica en la morfología del campo de batalla: el físico de la cancha, esto es, su cuerpo, no se correspondía con el tamaño de los arcos o, mejor dicho, los arcos se correspondían con una cancha de fútbol 5 y no con una cancha para jugar nueve contra nueve. Pero no importó, porque el estado del clima estuvo por encima de esos detalles. Nos recibió una jornada claramente radical, cielo encapotado y frío en las manos: daba más para un campeonato de truco que para un fulbo. Pero tampoco importó: todos los ingredientes se hicieron presentes y una pelota bastante liviana comenzó, de repente, a rodar.

De un lado, el anfitrión-escritor Bogni, el escritor Quintá, el escritor Barbieri, el Borro (dibujante de los cuentos Fulbazo), el poeta Arriaga (jugador más joven del encuentro) y quien les habla, entre otros. Podrán preguntarse por qué no nombro a todos. La respuesta es la siguiente: no todos hicieron cosas distintas adentro de la cancha.

Del otro lado, el equipo de los hermanos. Los hermanos-escritores Tejerina, los hermanos-editores Ferreyra, el escritor Savino, imprenteros, abogados, etcétera. Las razones para no nombrar a todos, llamativamente, es la misma que antes.

El partido lo perdimos por un gol. Eso es lo primero que debo decir. Así que paso directamente a los micro-resúmenes individuales:

Arriaga: jugó con gorro y barba, lo que le resultó notoriamente favorable para afrontar el frío y los problemas de aerodinamia. Su performance fue tan pareja y satisfactoria que terminó jugando para los dos equipos (empezó para los otros y terminó jugando a nuestro lado, aunque no le alcanzó para cambiar la historia). El puntaje correcto sería un 7 (siete), por su habilidad y voluntad.

Quintá: intentó vomitar dentro de nuestro arco, pero no pudo. Esa es, quizás, la mejor radiografía de su actuación. No pudo hacer nada. Quiso tocar, y casi no pudo. Quiso desbordar por la derecha, y perdió la pelota en reiteradas ocasiones. Quiso explotar un lateral en ataque y cuando tomó la pelota, la encontró untada en caca. Quiso vomitar, reitero, por su pésimo estado físico, y ni siquiera pudo hacer eso.
La explicación del fracaso, en Quintá, sin duda va ligada a una de sus rodillas: si mi memoria no falla, específicamente a su rodilla izquierda. Quintá ostenta allí una cicatriz de guerra, o algo parecido a eso, pero una marca sencillamente demencial, increíble. Alguna vez (jugando a un deporte innombrable, de esos que juega la gente gorda sólo para sentirse a gusto con su cuerpo y su entorno social) se rompió lo ligamentos y cayó en el quirófano, y allí fue víctima del mal gusto de un carnicero devenido en médico: digo mal gusto porque hasta un faenador hubiese sido más prolijo con su carne y su articulación.
Quintá tiene una cicatriz en su rodilla de unos doce o catorce centímetros de largo, por uno y medio de ancho. Como si hubiesen querido practicarle un by-pass coronario desde allí mismo, para no romperle el esternón. En definitiva, es un hombre (ya un padre de familia) que no puede hacer demasiado en una cancha, y quizás por eso intentó vomitar su tristeza, su nostalgia de tiempos pasados, su carga emocional. Pero no pudo. Un 3 (tres) para él.

Bogni: prolijo, ordenado en posición de tres, peinado acorde a los tiempos de hoy, generoso con la pelota. Voló al campo contrario cuando pudo; no recuerdo si hizo goles, pero debería haberlos hecho, porque fue lo más parecido a un profesional que tuvimos de nuestro lado. La alegría del evento en general nos brindó su simpatía en la cancha, y su clase para tocar. Sin él la cuestión podría haber sido mucho peor. Otro 7 (siete).

Barbieri: otro punto destacado del equipo. Ofreció su voluntad y sus pocos restos de habilidad para intentar el éxito, y brindo por ello. Se movió de delantero y volante ofensivo, llegó al gol, buscó las puntas, nunca perdió la energía y las ganas. Y tiene barba, Barbieri. Si, es medio pelotudo esto, pero quizás eso lo ayudó a regular la temperatura facial, y en consecuencia a poder mover la boca para pedir la pelota, y para gritar. Un 6 (seis) me deja tranquilo como cronista.

Borro: la figura de la cancha. Pero no por su despliegue, que fue real, ni por su empuje, que también lo fue, sino por su enorme capacidad para hacerse notar y molestar a todos: un poquito a sus compañeros, muchísimo a sus rivales. Borro se presentó con ropa de fajina, pelo largo y (otra vez) barba frondosa, demostrando estar al tanto de las coordenadas climáticas. Y se cansó de gritar, arengar y luchar por lo nuestro. Voló y cayó al suelo más de quince veces y lo hizo arriesgadamente. Podría haberse roto en distintos lugares y situaciones del partido. Pero su cuerpo parece comportarse como el de un bebé malo, una suerte de duende siniestro: un gnomo de las sierras, coherente y tercermundista. Sus huesos deben ser mucho más cartilaginosos que los de la gente común, aunque esto suene a contradicción: hueso cartilaginoso. Y con su flexibilidad y empuje gritón nos llevó varias veces a creernos que podíamos ganar el partido. Evidentemente no lo hicimos, pero su figura retumbó hasta horas de la tarde. El aliento de borro quedó allí, flotando, hasta un nuevo encuentro. Tiene un 6 (seis) por mi parte.

Vigna: qué decir sobre mi actuación. Me vi varias veces con arcadas, atorado por mis propios mocos. Si el partido hubiese transcurrido durante un año, se podría decir que pasé casi dos estaciones atornillado en el arco. Otoño e invierno, por ejemplo. Facundo Ferreyra casi me arranca la cabeza con una volea sorpresiva y artera, que por supuesto terminó en gol. Me atribuyeron luego un gol olímpico, sólo por haber pateado un córner: la pelota ingresó a la valla contraria gracias a la impericia de los Tejerina (cuándo no: especialmente de Lucas). En síntesis, un 3 (tres) para mí. Ojalá algún día pueda demostrar que eso fue sólo una cara oscura de mi pasado como volante.

Los contrarios

Hermanos Tejerina: como toda entidad que subsiste a partir de opuestos, uno bien y el otro mal. Hernán descolló como arquero, se raspó las piernas (medias bien altas, cual Ángel David Comizzo, cual paquita de XUXA) y detuvo tres o cuatro disparos certeros de nuestra parte. En la cancha su rendimiento disminuyó un poco. Si Hernán, entonces, fue el cátodo de la hermandad tejerinesca, naturalmente Lucas fue (repito, naturalmente) el ánodo. Con la literalidad que ello implica. Corrió, metió, quiso entenderse con los hermanos F, nunca pudo hacerlo. Puteó, jugó con gorro y lentes, desperdició infinitas situaciones de gol, no supo, en resumen, si ser chicha o ser limonada (y no hablo de bebidas saborizadas). Terminó siendo una especie de Diego Latorre un poco más querible pero igual de mediocre y bocón. Mis puntajes son 5,5 (cinco coma cinco) para Hernán, 4 (cuatro) para Lucas.

Hermanos Ferreyra: y claro, así no se puede. Calladitos, los tipos, entraron a jugar, Carlos por la derecha, Facundo por la izquierda, haciéndose los boludos (ajá, mirá vos, qué lindo todo esto, pero mirá qué pintoresco), hasta que tocaron la pelota. Y a la mierda. Primera situación: pelotazo frontal, recibe uno con el taco, toca de primera a su hermano; éste desborda por izquierda, devuelve la gentileza, y el primero, el original, remata con violencia por sobre el travesaño. Uf. El primer comentario de la defensa fue, como habrán de imaginarse, el siguiente: “eh, culeados, era en chiste el partido”. Corrieron los primeros veinte minutos sin disminuir el ritmo. Yo empecé a expulsar flemas, Quintá quiso vomitar, y esta dupla seguía corriendo como si de ello dependiera su alimentación para el resto de la vida. En un parate, me acerqué a uno de ellos: “Che pero ustedes juegan seguido, no?”

“Si, un poquito”, respondió el más viejo. “Todos los miércoles, desde hace DIEZ AÑOS”

DIEZ AÑOS. Para qué seguir, entonces, con esto. Tocaron de primera, crearon peligro, nos cagaron a goles, se reputearon entre ellos; ahí estuvo la clave de todo. Dos hermanos que se putean en una cancha, son dos hermanos que se conocen. Y que pretenden cogerse a todo el equipo contrario. Y algo así hicieron. Nos cogieron un poquito, así calladitos como llegaron: especialmente Facundo, que según el relevo periodístico sólo emitió veintitrés palabras a lo largo del partido. Mis puntajes es catorce, 7 (siete) y 7 (siete), respectivamente.

Savino: otra rodilla rota, refuerzo de neoprene azul para que no moleste de más. Savino ostentó un apósito de neoprene de esos que les recetan a las tías cuando ya no les dan más las muñecas; cuando no pueden ni sacar las monedas del monedero para pagar dos tiras de pan mignon. Así y todo, fue un defensor voluntarioso y llegó al ataque, calladito, también. Disciplina táctica y sostén defensivo. Ejecutó la lógica del Yo-Yo: fue y volvió, fue y volvió, sin hacer más ruido que el de un hilo soltándose y enrollándose. Creo que se merece un 6 (seis) (ya estoy un poco cansado de escribir esta mierda)

Y hubo un abogado pelado que jugó bien, en defensa para ellos (como gran parte de los abogados), y hubo imprenteros varios boyando por la cancha que también nos rompieron las bolas con ataques sucesivos.

La figura del partido, para mí, fue un chico de remera blanca y vivos verdes que la movía muy lindo y, con sonrisas para todos lados, nos metió un pesto rico rico. No me acuerdo el nombre ni la cara, pero fue el mejor. Un 8 (ocho) para él, si me está escuchando. Adelante estudios y que se vayan todos a la recalcada concha de su madre, Víctor Hugo: cuando haya revancha hablamos.