22.8.08

El amor en los tiempos de Córdoba


–¿Lo vas a mirar hasta que se oculte?
–Ya se ocultó.
Dos que acaban de limpiar el baño
y se quitaron los pantalones
por una razón particular: la lavandina.
Calzoncillo y bombacha sobre acolchado de plumas,
era verdad que todo en el Universo se movía,
salvo la caldera del departamento que comparten
la arreglarán por cien pesos a pesar del
relativo primer nivel del inmueble
con preeminencia de molduras en los vértices
madera donde las curvas no llegan.
Llenan de baba la cama, ni las bocas dan ganas de cerrar
en el piso diez de un aliento simultáneo que llora soja.
–Mirá, se me cayó una lágrima:
–Es baba.
El mundo así dura un mundo, creen.
No se van a tapar.

14.8.08

Filos de invierno (del libro Grises, verdes, 2004)

Es difícil, por eso de convivir con las explicaciones, pero ahora estoy sentado en una plazoleta y puedo ver todo, y así como lo veo también puedo explicarlo. Estoy con mis tres hijos en la avenida principal de una ciudad que no voy a nombrar, porque no creo que valga la pena, y en la vereda de enfrente hay un café, y en la puerta, sin que lo haya tocado, está estacionado mi auto. Adentro del café, a unos dos metros de la ventana, está mi mujer. Está sentada en una mesa con un tipo. Desde acá la miro con Galo, Juan Ignacio y Dolores, mi hija mayor.

En este mismo banco yo me sentaba antes de ir a bailar, cuando era adolescente. Mi mujer también se llama Dolores, y sonríe. El tipo que la divierte se llama Ricardo, y lo conoce –y lo conozco– desde esa época de los bailes. Fue su primer novio. Sé que lo quiso mucho.

–¿Qué hace mamá? –me pregunta Galo, el más chiquito.

–Me pidió el auto para visitar amigas –le digo.

–¿Y ese tipo quién es? –pregunta Dolores.

–Ricardo –respondo.

Ahora miro a mi mujer que está sentada en una silla de madera oscura, con su tapado de pana marrón, y pienso en todo lo que podría haber sido. Nosotros llegamos ayer de Córdoba, para visitar a los abuelos. Ordenamos el equipaje, pedimos algo de comida y nos acostamos por el cansancio del viaje. Hoy ella se levantó rápido y me dijo que quería aprovechar la mañana para visitar a las chicas. Para avisarles.

Estoy mirando como Ricardo le hace cosquillas en la cara con un sobrecito de azúcar y de golpe se me aparecen todas las tardes ventosas, las mañanas heladas, los locales de mi viejo, el monumento y la rotonda que lo abraza, las heladerías que cerraron y las que a pesar del frío aguantan. Ricardo le acaricia las orejas y yo vuelvo a comprar el primer monito peludo que le llevé de regalo, a los diecisiete años, y me acuerdo de mi mamá envuelta en su bata cuando me veía entrar a la casa con otras mujeres. Tenés que ser más franco, me decía. Pero no la escuchaba.

Mi mujer le toca el pelo con sus dedos finitos y yo me escapo hasta un lugar en la bardas, cerca del río, donde siempre me quedaba esperando que anocheciera. Es una puntilla en lo alto que deja ver la mezcla de nubes, rayos de sol y viento. Yo me sentaba en la arcilla seca y esperaba el momento justo. De vez en cuando llevaba amigos para que pudieran ver los colores. Después, cuando el sol desaparecía, caminaba rápido hasta mi casa. Si podía arrancaba un cactus para enterrarlo en mi sector del pasto.

–Tendríamos que entrar y decirle que la estamos mirando –dice Dolores.

–Ni en pedo –dicen los chicos.

Yo los abrazo. Están atentos a lo que pasa adentro. Cuando Ricardo se le acerca, ellos me aprietan las manos. Mi hija me mira desde la punta del banco. Los chiquitos ni siquiera cierran los ojos. Están por llorar del cansancio, por mantener los ojos abiertos. No por la tristeza. Acá, en este lugar, cuando el viento pega en los ojos dan ganas de llorar.

–Me gustaría escuchar lo que hablan –dice Galo.

–A mí me gustaría decirle a ese viejo puto que lo vamos a cagar a trompadas –dice Juan Ignacio.

–Ni se te ocurra –le digo-. Dejá que pase.

–¿Y no pensás reconquistarla? –dice Dolores–. Qué poco romántico.

Yo la miro y estiro un brazo para tocarla. Después me paro.

–Agachate, pá, que te van a ver –dice Galo.

Les digo que no se muevan del banco. Voy al quiosco a comprar golosinas, digo. Y empiezo a caminar.

Avanzo por la plazoleta hacia la diagonal 25 de Mayo. Cruzo la avenida y llego al quiosco Hugo. Cuando yo tenía que comprar chicles, antes de salir, veinte años atrás, iba a ese quiosco. Me atendía un colorado que nunca supe si era el dueño del local o un empleado. Ahora me atiende de nuevo. Está viejo, con muchas líneas en la piel y un tono anaranjado en el cuello. La costumbre le robó el color, pienso. Y lo saludo.

–Hola Hugo –le digo.

–Hola –dice–. ¿Lo conozco?

–Sí, me conoce. Pero no se acuerda.

–¿Necesita algo?

–Déme unos chicles y algunos caramelos. Déme unas DRF y un chocolate con almendras.

Hugo apoya la bolsa con chicles y caramelos sobre el vidrio y pregunta:

–¿Chocolates?

–DRF y chocolate con almendras.

–Diego –me dice con voz ronca–. Vos sos el pelotudo de Dieguito.

–Sí –le digo.

–Vos llevabas con almendras para una minita. Tu viejo era un santo, pero vos un pendejo hijo de puta –dice, y sonríe. Mueve el cuello hacia atrás y luego hacia delante, muchas veces, y se queda sonriendo.

Por esa combinación de sonrisa y movimiento siempre tuve que alejarme del mostrador en silencio. No había otra forma. Hugo todavía es de esas personas que no se acomodan con el tiempo.

–Hijo de mil putas –repite, y mueve el cuello.

Me alejo del quiosco y camino por la diagonal. Acá había un café que se llamaba Fedra, me digo en voz baja, y acá la empresa de turismo de papá.

Me paro en la puerta del local. Desde el primer piso yo siempre bajaba corriendo la escalera, cruzaba la calle, escalaba el monumento a San Martín y después me sentaba en ese banco donde ahora están mis chicos. Hace veinte años me sentaba en un banco donde ahora están mis hijos. Tres hijos. Mirando cómo desayuna su madre, sin que ella lo sepa. Dolores, mi mujer, en el medio de todo esto, esperándome en cada mesa de todas las confiterías posibles, acurrucada en los canteros filosos del invierno. Con el insulso de Ricardo. Y los chicos.

Cuando llego al banco los tres me miran, y no dicen nada. Entrego los chicles, los caramelos, las pastillas, y me guardo el chocolate en el bolsillo de la campera. Después les pido que hagan lugar. Galo y Juan Ignacio abren un espacio para que me siente. Dolores sigue en la punta del banco.

–Se dieron un beso –dice Galo.

Dolores se suena los mocos.

Yo levanto la vista hacia el café y justo alcanzo la repetición. Ricardo le sostiene la nuca y ella inclina la cabeza. Después separan los labios pero se quedan juntos, se acarician, y sonríen.

–Ahí se dieron otro, papá –dice Juan Ignacio. Y me mira.

–Voy a entrar para escuchar lo que hablan –digo–, pero necesito que me ayuden.

–Qué querés –dice Dolores.

–Nada mi amor, solamente quedate acá con los chiquitos –le digo.

–¿Y cómo te vas a camuflar?

–Me saco la campera y me tapo con la boina. ¿Se quedan?

–Sí –dice Galo. Y Juan Ignacio vuelve a mirar.

Dejo la campera en el banco y cruzo la calle. Si me descubre todo esto se va a la mierda, pienso. Abro la puerta y camino rápido hasta la barra. Pido un cortado en jarrito y me siento atrás, en una mesa contra la pared. Nos separan unas cabezas. Ellos no miran nada en especial.

Estoy sentado en el mismo café donde mi mujer está con un tipo, en la avenida más ancha de la ciudad de Neuquén, y lo puedo explicar. Acá pasé los quince años más importantes de mi vida. Desde esta mesa escucho lo que ella dice y al mismo tiempo puedo ver las caritas de mis hijos, sentados en la plazoleta, que también me miran. La señora se toca con un tipo cerca de la ventana y le dice que ayer soñó conmigo. “Estuve toda la noche con Diego, adentro de la cama, como siempre”, dice. Y Ricardo se ríe.

Ahora me sale, ahora puedo, porque es la lejanía lo que confunde, en una mezcla con lo que está cerca y no se alcanza. Es eso. Lejanía y cercanía, en la misma ráfaga, en estas esquinas donde el viento pega más fuerte, en los colores que prenden a la tarde, y que después de un rato se apagan.

Este lugar está lejos y está cerca.

8.8.08

home sweet home

Primero tenía todo arreglado para irse a México. Imaginenselón: pensó en los bares, calorcito, gente enana y de su mismo temple, una botella de tequila arriba de la tabla todas las noches, y que René Houseman muera de envidia, y todo a la mierda, total con un par de enganches harto conocidos cerca del córner ya estaba listo, con faltar a sólo a dos entrenamientos por semana se aseguraba tres noches de clueca.
Pero la operación falló.
Después vinieron los jeques de los Emiratos Árabes. Faaaaaaaaaaaaaaaa el burro se levantó de la silla, esa mañana, completamente en pedo y dijo allá le entro directo a los barriles de crudo y que me paren los turcos (ah, no, se arrepintió en el instante: nada que tenga que ver con los turcos, por favor, que ya estuve ahí, me escapé y me salió carísimo), y a la concha de su madre, vení Van der Sar a mi equipo que te cabeceo de nuevo la pera, otario!
Pero en los Emiratos Árabes está prohibido consumir alcohol.
Entonces sacó el auto y se llevó puesto un surtidor, no fue a la práctica, el técnico lo separó del plantel, "ese flaquito no entiende nada", dijo, y apareció el dueño de Mendoza y le ofreció una vuelta.
¿Mendoza? ¿Dónde queda?
¿Y hay para chupar?

6.8.08

Invitación

Ediciones Recovecos

presenta

"MADE IN CHINA"

de Federico Falco

Pablo Natale y Gustavo Crembil acompañarán al autor.

Viernes 8 de agosto. 19,30 hs. Casa de Pepino (Fructuoso Rivera y Belgrano)

Quedan todos invitados.

1.8.08

Nuevo libro de un grande, este domingo en Casa 13

Editorial Funesiana presenta…




San Francisco / Córdoba
de Luciano Lamberti

El escritor y editor Lucas Funes Oliveira cae con todos sus libros desde la Gran Ciudad.
Ejemplares únicos, numerados, cosidos a mano con el sudor de su frente.
La escolástica peronista, de Carlos Godoy, Grunge de Alfredo Jaramillo, Música para rinocerontes de Juan Terranova y muchos más.

Pablo Mariño, de Esencia, amenizará la velada con un unplugged exclusivísimo.


Domingo 3 de Agosto > 18:30 horas
Casa13
(Pasaje Revol casi, eh, esquina Belgrano - Paseo de las Artes)

Más información:
www.casa13.blogspot.com
www.editorialfunesiana.blogspot.com

ESCRUTINIO DEFINITIVO

Escrutinio definitivo con nombre y cantidad de sufragios

Charly García, 10

Luis Alberto Spinetta, 10

Pappo, 6

Pedro Aznar, 4

Andrés Calamaro, 3

Luca, 2

Miguel Abuelo, 2

Gustavo Cerati, 2

Fito Páez, 1

Federico Moura, 1

David Lebón, 1

Cachorro López, 1

María Gabriela Epumer, 1

Ariel Minimal, 1

Ricardo Iorio, 1

Diego Arnedo, 1

Raúl Porchetto, 1

Boom Boom Kid, 1

Luis Almirante Brown, 1

Lito Nebbia, 1

Alejandro Lerner, 1

Jazzy Mel, 1

Javier Martínez, 1

Quique Guzmán, 1

El guitarrista de los Crazy Boys, 1


Gente votada de otras veredas:

Dino Saluzzi

Cuchi Leguizamón

Astor Piazzolla

Daniel Baremboin


Muertos:

Pappo

Ciro Pertusi


Cachalote ladrón de música insaciable:

Mercedes Sosa


De los que roban un poco menos que otros:

León Gieco