19.12.08

Murió el "cachorro fumador"


El perro consumía medio atado de cigarrillos diariamente. Falleció atropellado.

Redacción LAVOZ.com.ar

Un perro llamado General Edi, más conocido como el "cachorro fumador", no murió a causa del tabaco. El pobre animal tuvo un final trágico cuando murió atropellado en Graz, Austria, durante un paseo, según indica la edición digital de The Sun y Globo.com.

El dueño del can, Wolfgang Treirler, informó que el animal tenía unos 24 años, edad hombre, y que masticaba la mitad de un atado de cigarrillos desde cachorro.

El comía tabaco y, en seguida, masticaba un tiempo antes de escupirlo", dijo Wolfgang Treirler. "En promedio, el comía cerca de diez cigarrillos por día, aunque todos sus dientes estaban bien", explicó.

Por su parte, el veterinario Harald Mayr indicó que la "nicotina normalmente produce intoxicación en los perros, aunque en este caso, el animal obviamente se volvió vicioso, lo que aumentó su nivel de tolerancia".


13.12.08

Penal y gol es, por supuesto, gol

Pasen por la videoteca, después de mucho tiempo, que puse un video estremecedor del afamado programa (ya extinto) denominado Penal y Gol es Gol. Que lo disfruten.

11.12.08

Lo que sueño

Hace unas semanas, en un colectivo –larga distancia– del lado de ventanilla, celebridades. Luis Alberto Spinetta me llevaba a jugar al golf en tierras neuquinas, vestido con su tradicional ambo de recital en vivo. Camisa aleopardada, pantalón angosto aleopardado, el flaco me conversaba entre tiro y tiro, estaba dulce como un beso, y jugaba relativamente bien. Llevaba el carro con los palos. Reía y levantaba la cabeza. Jugaba con lentes.

Un instante después Spinetta desapareció y dio lugar a una cama de una plaza, esqueleto de metal, en una habitación tan blanca que no se le veían las paredes. Una habitación que estaba enteramente moldeada por las novelas de la tele abierta, o por las películas cómicas de Hollywood: era exactamente igual a todas las habitaciones de las novelas donde alguien muere y sube al cielo y es recibido por Dios. Llámese Dios a Julián Weich, Alfredo Alcón o Morgan Freeman que, sin duda, por cómo tiene la cara, es lo más parecido a Dios que habita nuestro planeta tierra.

En la cama había dos personas, un hombre y una mujer. La mujer, platinada y bizca. El hombre, soberbio y vestido con bijouterie. Ella, Susana Giménez. Él, Cacho Castaña. El protagonista del sueño era quien les habla y, tal como me sucede en la vigilia, no sólo miraba la cama, sino que también controlaba cada pedazo de blanco, cada detalle inexistente de esa habitación. Hasta que miraba a Susana y a Cacho. En esos momentos, ellos sonreían y a mí se me bloqueaba el aire. Cuando los miraba no podía respirar, y era tan desesperante que ellos reían más, y luego más, y yo me ahogaba. Me desperté de un salto, el hombre que viajaba a mi lado dormía y tenía los brazos cruzados. Respiré hondo.

Antes de todo eso, en mi casa, también de madrugada, me encontré en una fiesta de alguien que, por supuesto, era conocido pero yo no reconocía. Conocer a alguien en un sueño y al mismo tiempo reconocerlo, creo que es de puto. A mí no me pasa, porque soy peronista, cacique y un estimado semental. Estaba entonces en una casa antigua, gente por todos los ambientes, música de lejos, y mi director de tesis, acodado en una barra pequeña, tomando un Contreau con limón. Mi director de tesis había pasado unos días en General Deheza, y en su teléfono había documentos de esa visita. Me lo mostró. Miré la pantalla de su celular y allí comenzó a rodar un pequeño video, donde se veía la pista del aeropuerto de General Deheza. Delante de la pista, a no más de cincuenta metros, había una casa inmensa, ladrillo visto, ventanas blancas y techo azul Francia. Una casa de country pero sin country.

Llegué a ver tres despegues. El primero fue un avión que parecía liviano ya en el carreteo, y que cuando se despegó del suelo giró inmediatamente hacia un costado y de ahí cagando para arriba. Como una rata voladora. O, para ser un poco más poético y original, como un gato volador. El segundo avión fue el más normalito de todos. Despegó con la potencia y la soltura de un avión tradicional. Pero el tercero no. El tercero fue, lejos, el más grosso de todos. Un loro rojo despegó del aeropuerto de General Deheza; un loro rojo que tenía el tamaño de un Boeing 747.

Sé que es al pedo aclararlo, pero el loro era claramente un avión. Tenía plumaje natural, aunque debajo de las plumas se notaban los detalles en metal, el caparazón que le permitía volar. Es decir, un avión-loro. Despegó en la pantalla del celular y se elevó con estilo y poderío de ave; dio unas vueltas allí mismo, apenas sobre la pista, y movió la cabeza para un lado, después para el otro, y epa: volvió a aterrizar. Genio. Creí que era un modelo nuevo, y que lo estaba probando.

El aterrizaje fue realmente impresionante. Desplegó unas patas inmensas de metal semejando a una araña en celo, y derrapó cientos de metros, y rompió todo: el asfalto de la pista, los pastos de las banquinas, la pulcritud del aire, el poco silencio que había en el lugar. Derrapó, derrapó, y naturalmente tuve que aparecer con el japonés en una estación de trenes, queriendo ver al loro por las ventanillas. Nos asomamos por un ventanal gigante de la estación de trenes y pudimos ver un despegue, pero resulta que era el más normal: el segundo. Faltaban unos minutos para que despegara el loro.

Quisimos ir a otro sector de ventanales pero allí, en esa parte de la estación que ya era el interior del tren, no había butacas –clase turista, tapizados bordó–, y por lo tanto pasaban autos en dirección contraria a la nuestra. Podían atropellarnos sin ningún tipo de problema.

El tren era larguísimo, pero larguísimo en serio, y estaba lleno de gente, y junto a nuestra fila de butacas pasaban los autos, que no hacían mucho ruido. Parecían autos muy nuevos, de esos modelos ABC1 que ahora vienen tan desarrollados en cuestiones de insonoridad y seguridad vial. Esperábamos el vuelo del loro, con el japonés, el plumaje ocupando las ventanas, y entonces, ahí sí, despegamos.

26.11.08


Hace rato que no tengo un carajo de ganas que escribir acá pero hoy robo de mi hermano Chimango esta foto, y digo, grito al cielo, achino los ojos, me hago malo: ¡Hétore, pedazo de miserable querido, te has tenido que guardar en la selva chilena y el affaire mediático no te ha permitido ni comprarte unos de esos respuestos Bic con una sola gillete que no sólo no afeitan una mierda, sino que además se parecen a las afeitadoras viejas, viejas, pesadas, doradas, con un tornillito en la capocha y una chapita que se le salía y ahí la gillete, una sola hoja, que tiraba como la gran puta, que alguna vez arruinó mi tez blanca de niño para hacerme hombre!
¡Kalama querido (Kalama, nombre de boliche por antonomasia), dónde estarás ahora, predicando alguna milanesa por la tierra nuestra, cuán nostálgico me siento al verte allí, en la cornisa de un ladrillo visto, con la línea sin pulso de fondo, la sequedad transparente, los fresnos de la ciudad, concha de su madre!
Héctor, comandante en jefe de la generación de escritores neuquinos de la que ninguno integrante es neuquino, ojalá te encuentre cuando termine el cero ocho para tomar una Schneider fuerte en la esquina de Elordi e Irigoyen, oliendo pizzas inasibles y empanadas aterciopeladas. Piedra Libre, y un abrazo desde acá, te manda el pastor más soplanucas del continente americano, excluyendo a Heath Ledger, por supuesto.

12.11.08

Todo vuelve

Murió aplastada por el ataúd de su marido
La mujer viajaba en un coche fúnebre. Por accidente, el cajón la golpeó.

Agencia EFE

Una mujer brasileña murió hoy después de que el coche fúnebre en el que se dirigía hacia el cementerio al lado del cuerpo de su fallecido marido sufriera un accidente de tráfico y el ataúd golpeara su cuerpo, informaron medios locales.

Marciana da Silva Barcelos, de 67 años, viajaba en el asiento del copiloto cuando un turismo que circulaba en la misma vía que el coche fúnebre golpeó al vehículo por atrás haciendo que el ataúd se desplazara y la golpeara, según fuentes policiales.

El coche transportaba el ataúd desde la localidad de Tapes, donde la pareja vivía, hasta Alvorada, en donde el fallecido sería enterrado, ambas son localidades del estado de Río Grande do Sul, en el sur de Brasil y fronterizo con Argentina y Uruguay.


28.10.08

pedido al público

Hace ya un tiempo, los que pasan por acá se habrán dado cuenta con ceño fruncido y boca arrugada, que los títulos de las cosas que muestro aquí aparecen con una letra capocómica en desgracia, firulenta, movida al pedo, circularmente cubista, o en otras palabras, con una tipografía de mierda. Que da asquete. Y que no tiene nada que ver con esta habitación en la que escribo. El origen de ese cambio funesto fue un día de joda con mi gran amigo el japonés: él me dijo que con un toque de magia html se podían cambiar algunas cositas del blog para que quede más pijudo. Y me mostró algunas tipografías que se podían adaptar a los blogs de blogspot. "Mirá", me dijo, "yo le puse ésta a la Mulánima". La letra pegaba con la Mulánima. Entonces le dije: "yo quiero hacer eso, quiero una letra linda". "Bueno, elegila y la ponemos".
Todas las que había elegido, fallaron.
Entonces el japonés, Juan Pablo Hamada, puso en mi blog la única tipografía que se podía poner sin modificar alguna mierda del código y del formato y no sé qué otra cosa. Pusimos la tipografía más fea de todas.
Y dijo, el japonés: "ponemos ésta. Después me bajo el flash en casa, te arreglo la letra que más te gusta, esa que tiene acentos, y la ponemos, no te preocupes". Y nunca más pasó, y nunca lo hizo, y ahora me evita.
Cambia de tema.
Lo único que tiene que hacer, en definitiva, es lo que prometió. Mejorarme la vida. Hacerme mejor tipo. Pensar en ustedes, los lectores que no leen su blog.
Les pido por favor a los que pasen por acá que le dejen un mensajito a Juan Pablo Hamada, el japonés. Para que sepa, para que conozca el violento deseo de los lectores, el poderío masivo de este lugar, y para que entienda que es necesario el cambio, es necesario volver a una letra digna, y no darle más vida a esta cagada mortal que aquí dice "pedido al público" con las mismas formas que Obama y McCain rechazarían, juntos, al mismo tiempo.
Alguien que pase por aquí me ayude a que este ser detestable me arregle el blog. Y también las puteadas para mí, por favor, por querer consumir todo lo que muestran, por creer que en el mundo digital también existe la duda y la vuelta atrás. Gracias.

21.10.08

pablo natale presenta su libro


Gentes de Córdoba, mañana miércoles 22 de octubre a las 19:30 horas, el queridísimo Natale presenta su primer libro: Un oso polar. El evento se liebará a cabo en el Centro Cultural España Córdoba, capital provincial de los anteojos de carey. Y tengo algunos deseos. El primero de todos es que el libro comience a moverse, porque es un libro distinto. El libro es buenísimo y distinto. No es buenísimo sólo porque es distinto, no: es un libro de cinco cuentos buenísimos, que cuando uno lo termina se dice a sí mismo: este libro es distinto de lo que se hace acá, y en varios lugares más. Otro de mis deseos es que la gente vaya y lo compre. Para que puedan ver, con los ojos que a cada uno le tocó cargar, un libro distinto. Y desde aquí hago lo que el clima de época exige: felicitar al autor desde la Web, más allá de hacerlo personalmente.

Un oso polar, España Córdoba, mañana miércoles 22 a las siete y media. Y salute.

13.10.08

¿Cómo te gustaría morir?


Se durmió sobre un muro, cayó y murió

La víctima tenía 25 años y, tras una salida nocturna, se había acostado a dormir en un paredón que hacia uno de los lados tiene cinco metros de altura. En un momento dado cayó, dio de lleno con la cabeza en el suelo y falleció. Un amigo fue testigo del hecho, ocurrido en Bariloche.


SAN CARLOS DE BARILOCHE (AB).- Un muchacho de 25 años cayó desde lo alto de un muro situado junto al Paseo de las Colectividades y murió casi en el acto al sufrir una importante fractura en el cráneo.

Otro joven que lo acompañaba dio la señal de alarma, se presentó como testigo del hecho y descartó cualquier acción homicida, pero no obstante las autoridades anunciaron que investigarían todas las hipótesis probables.

El trágico episodio se produjo aproximadamente a las 8:30 en el sector de terraplenes denominado "Paseo de las Colectividades", que sostiene el pronunciado desnivel entre las calles Elflein y Moreno y está situado entre las calles Palacios y Beschetd.

Todo indica que poco antes de esa hora, Alberto Castillo, de 25 años, y Juan Carlos Manquenahuel, de 29, se dispusieron a descansar después de una madrugada donde habían consumido bebidas alcohólicas, pero mientras Manquenahuel aprovechó la existencia de un sólido banco de mármol, Castillo se recostó sobre el remate del amplio muro de piedra de cinco metros de altura que contiene la pendiente.

El día amaneció fresco, pero el sol brilló diáfano en la mañana y habría motivado que Castillo se durmiera a su abrigo. Eso, por lo menos, es lo que sospecha Manquenahuel y otro testigo que esperaba el colectivo sobre la calle Moreno, justo frente al escenario de la tragedia. Ambos declararon haber observado la pacífica caída de Castillo al vacío, quien golpeó con su cabeza sobre el piso de piedra del Paseo, quedó con su cuerpo extendido hacia la calle y falleció prácticamente en el acto, ante la desesperación de su amigo y los vecinos que a esa hora esperaban los colectivos que pasan por el lugar.

Manquenahuel fue retenido en la comisaría Segunda hasta que mejorara su estado, para que pudiera brindar precisiones sobre el acontecimiento, porque el personal de Criminalística y los agentes que recorrieron la zona en busca de indicios hallaron manchas de sangre y un teléfono celular roto en las inmediaciones.

Sin embargo, ni la sangre resultó ser contemporánea con la perdida por Castillo, ni el teléfono hallado le pertenecía, dado que tenía el suyo intacto en el pantalón.

Las autoridades sospechan que Castillo estaba con cierto grado de alcoholización cuando se desplomó y, aunque ese dato surgirá de las pericias que comenzaron a realizarse momentos después de su muerte, servirá para descartar cualquier hipótesis de violencia en torno del suceso.

Lo de siempre, traé

Develan menú de "La última cena"

Un historiador analizó el célebre cuadro de Da Vinci y rompió siglos de misterio


El historiador John Varriano concluyó que el plato principal de la última cena, que Jesús tuvo con sus discípulos antes de su muerte, fue anguila a la parrilla decorada con rodajas de naranja.

El resultado de la investigación, publicado en la revista estadounidense "Gastronómica", demostró que la cena retratada por Leonardo Da Vinci era típica del Renacimiento italiano (1460-1500).

El dato salió a la luz después de cinco siglos desde que la obra maestra fue terminada (1495-98), ya que muy pocos amantes del arte prestaron atención a los alimentos servidos en la mesa.

(Télam)


9.10.08

Uy, me cagué encima

"Estamos al borde de una recesión global", advirtió el titular del FMI

Dominique Strauss-Khan instó a adoptar medidas conjuntas porque "no existe una solución nacional" para esta crisis. Y sostuvo que es fundamental recapitalizar los bancos de las naciones desarrolladas. Este fin de semana, ministros de Economía de todo el mundo se reunirán en el encuentro anual del Fondo y el Banco Mundial.

7.10.08

Ass no

AMORES QUE MATAN EN CATAMARCA

Un hombre está grave tras tener sexo con un burro

Es el segundo caso en una semana en la provincia. Antes, una mujer fue mordida por un perro.

Un hombre se encontraba internado en estado grave tras haber mantenido relaciones sexuales con un burro, en un curioso episodio ocurrido en la localidad catamarqueña de Andalgalá.

El insólito caso terminó con el hombre internado en el Hospital San Juan Bautista de San Fernando del Valle de Catamarca, hacia donde fue trasladado por la complejidad del cuadro que padece.

El hecho no es el único de zoofilia que se conoció en la misma provincia, ya que una mujer se encontraba internada en el mismo centro asistencial tras ser mordida por su perro mientras se hacía practicar sexo oral por parte del animal.

La mujer, oriunda de la localidad de Valle Viejo, reveló que no era el primer acto sexual que cometía con su mascota.

En tanto, el diario provincial El Ancasti informa que el hombre, de entre 40 y 50 años de edad, sufrió graves lesiones en el ano, por lo que padecía graves problemas fisiológicos.

Según se supo, cuando fue a atenderse al centro asistencial por las serias lesiones en la región anal, el paciente indicó que era homosexual y que había mantenido relaciones sexuales con varios hombres al mismo tiempo, aunque finalmente confesó que, en realidad, había sido penetrado por un burro.


28.9.08

Qué lindo es sacar fotos



No sé en qué anda el affaire Kalamicoy, pero hace un par de mañanas observé estas fotos en la cabecera de mi cama y dije: quiero escribirle a Héctor. Voy a escribir sobre lo que pasó con Héctor. Efectivamente, mi abuela Flora y mi abuelo Chon tenían, sobre su cama matrimonial, un rosario hecho con nudos de madera de árbol que debía medir algo así como tres o cuatro metros y que, después de reproducir algunas arcadas, parábolas invertidas y panzas con forma de gotas, dejaba a la vista de todos, en el mismísimo centro simétrico de la cama matrimonial­ y con inmejorable relieve y textura, a la figura de un Jesucristo excesivamente bronceado, rugoso, incómodo y clavado, que oficiaba, como es costumbre, de vigilador. Mis abuelos dormían con uno de los objetos más incómodos que se han creado en la historia de la ropa de cama: una almohada doble, una almohada matrimonial.


En mi cama no hay almohada matrimonial. Y en la cabecera, tampoco hay un rosario. Hay, en su lugar, una gigantografía de Héctor Enrique Kalamicoy, el único hombre en toda la ciudad de Neuquén que, hoy, aunque cueste creerlo en medio del contexto que nos rodea, parece ostentar una extraña cualidad: es alegre y triste al mismo tiempo.


¿Qué? Kalamicoy es un enfermo mental que escribe literatura y ensaya milanesas a diario en una ciudad como Neuquén y que, llamativamente, según se ha dicho y analizado en los medios de las últimas semanas, parece ser…


Raro.


Alegre y triste.


Al mismo tiempo.


Entonces insisto, tengo algo para revelar. Mi posición. Creo que Héctor Kalamicoy tiene momentos de alegría y momentos de tristeza, que a veces no logra separar del todo. Por lo tanto, es un tipo alegre y triste al mismo tiempo.


Y me arriesgo a más: yo tengo momentos en que estoy alegre y tengo momentos en que estoy triste. Soy un tipo alegre y triste al mismo tiempo.


Y entiendo que con esto ya puedo ser peligroso, por la violencia de mis declaraciones, pero me juego la cabeza a que mi hermano, médico en un puto lugar seco en crecimiento, tiene momentos buenos y malos. Y lo digo así, carajo: mi hermano es un tipo alegre y triste al mismo tiempo.


Y Norma, mi mamá.


Quizás no alcance el nivel de profundidad de análisis con mi posición, ¿no?


Tengo hasta ahí.


Estas cosas me hacen pensar en pocos profundos. En medios.

26.9.08

Memorable


Haciengo gala de todas las pelotudeces que ahora me dan de comer, como los hipervínculos y las citas y el espíritu común que algunos sostenedores de blogs quieren imponer o juegan a reproducir, esto es, aprovechando esta movida del blog para recuperar cosas memorables, maravillosas, apoteóticas, les dejo aquí una clasificación precisa, evidentemente empírica y concreta sobre cómo cogemos nosotros, los vergas. La autora se llama Adriana Battu y no la conozco. O sí, la conozco a partir de ahora. No la conozco porque no la había leído, porque nunca la crucé en una fiesta ni tampoco en algún partido de literatura, pero puedo asegurar, hoy, ahora mismo, que debe ser un caño de mujer, una hermosura total, debe estar buena desde los callos hasta el alma, y al mismo tiempo puedo asegurar que jamás cogería con ella. No por miedo a su belleza esssuberante, sino por miedo a la marginalidad. No soportaría quedarme afuera de su cánon. Disfruten.


En la cancha se ven los pingos

por Adriana Battu

Me agarró la fiebre clasificatoria y empecé por ordenar mis zapatos, después mi biblioteca, después los papeles que daban vueltas hace meses, y ahora quiero terminar etiquetando los estilos sexuales de los hombres. Algunos los conocí, otros me los contaron. Todo esto fue hace mucho tiempo, en la etapa disipada de mi vida.

El locutor
Te va comentando lo que te hace o te está por hacer. "¿Estás lista para que te pegue una tremenda chupada de concha?", dice. O por ahí te la empieza a meter, te hace ese amague de la puntita y un poco más, y cuando soltás un gemido, él te susurra al oído: "Y todavía no te metí ni la mitad de la pija". El locutor a veces gusta, a veces no. A veces calienta y a veces causa un poco de gracia. Es vulnerabe. Al "todavía no te metí ni la mitad de la pija" se le puede retrucar un "no me había dado cuenta que me la habías empezado a meter". Pero tampoco da ser tan bruja.

El dj
Un clásico. No puede saltar a la cama hasta que no encontró la banda sonora de su performance. El dj crónico puede llegar a sincronizar los movimientos pélvicos con el ritmo de la música. Suelen ser medio rapperos, o rockeros jovatones. Conocí a uno que se jactaba de durar todo un disco de Bon Jovi. Nunca lo comprobé. Algunos se distraen cuando se les acaba el disco y tienen que interrumpir todo para poner otro. Si te le subís encima y te le hamacás al compás, podés quedar grabada a fuego en su corazón melómano.

El mal masajista
Asocia directamente el sexo con el masaje, y lo hace mal. Confunde pasión con fuerza bruta, caricia con fricción, y lo peor es que es súper voluntarioso. Te clava los garfios en la espalda con una violencia innecesaria. Te masajea al revés, por ejemplo, en círculos concéntricos que no disipan ni dispersan los nudos sino que los concentran en un mismo punto. Sin querer, te hace tomas chinas milenarias y te deja medio tullida. Estás rengueando, te dicen tus amigas. Es que tengo un pinzamiento. Ah, lo volviste a ver al masajista.
Es como si en lugar de masaje muscular te hiciera masaje óseo. Es casi un quiropráctico pero alienado y sin licencia. Tiene tan buena voluntad que no te animás a decirle nada. Cuando cae, te dice "mirá lo que traje" y saca la botellita de aceite.

El invasor
Te invade en el baño por lo general. Se te mete en la ducha. Es muy de enjabonarte. Si llega a iniciar un polvo de parados en el vapor, suele ser bueno frenarlo a tiempo, porque algunos terminan con ataques de asma, o les baja la presión. Ya les pasó antes, pero son insistidores, aventureros, incluso un poco escatológicos. Te quieren ver haciendo pis. Cosas así. Para frenarlos basta cerrar el baño con trabita.

El porno star
Es agotador. Por alguna razón tarda en acabar y en ese largo interin quiere hacer todas las poses en todos los ambientes. En el primer encuentro, por ejemplo, cuando te ponés en cuatro, el muy zarpado, en lugar de hacer de rodillas el aceptable perrito, te bombea en pose quarterback de futbol americano parado atrás tuyo con las gambas abiertas sobre tu tímido Suavestar. Un papelón. Puede ser bueno para una noche de hambre acumulado, pero en lo cotidiano terminás pidiendo por favor que alguien le dispare el dardo de Daktari.

El león
Es medio sofocante. Aplastador. Mordedor de cuello. Prefiere cogerte boca abajo, mientras él se apoya con los puños sobre la cama. Para él, sexo y humor no se mezclan. Es solemne y soberano. Hace unas pausas raras: de pronto para de bombearte, te apuntala bajo su peso, y no sabés si te está cogiendo o si está esperando que des las últimas pataditas antes de devorarte. Es muy gritón cuando acaba, rugidor. Te puede traer problemas de consorcio.

El mañanista
Es tempranero. La noche anterior empezó a babear la almohada a las 10:30 justo cuando vos te sentías divina y conectada con todas las constelaciones del placer. Y ahora cuando vos te despertás atropellada por la mala noche, tarde y con ganas de aullar como un vampiro bajo el sol, el tipo se amanece entusiasmado, juguetón, lleno de propuestas. Eso sí, duro. Hay que saber aprovechar al mañanista porque puede valer la pena.

El martillo neumático
También llamado conejito Duracel. Tiene una sola velocidad. Como un motor que trabaja siempre a fondo. No tiene cambios. Te bombea sin piedad y a todo fuego. No conoce los matices, los increcendos, las mesetas, los paroxismos, la calma que precede a la tormenta. Es veloz y eficaz. Alguien lo convenció de que coge bien y no hay forma de hacerlo salir de ese apuro del que está orgulloso. Mejor apretar stop y dejarlo que él siga en su fast forward.

El original (si vale la idea) acá y acá.

19.9.08

7 + 6 = 13

Detienen por exhibicionismo a 7 travestis y a 6 "novios"
Hacían una fiesta de alcohol y sexo en el patio de una vivienda del barrio La Merced y los denunciaron.


Cuatro de ellos estaban teniendo relaciones a cielo abierto, mientras los demás les hacían ronda y aplaudían.

Un grupo de 13 desaforados sujetos, siete de los cuales se hallaban disfrazados de mujeres y son conocidos travestis que ejercen la prostitución en General Enrique Mosconi, fueron detenidos en la mañana del lunes 15, cuando protagonizaban una desenfrenada orgía en el fondo de una vivienda precaria del barrio La Merced, en la zona norte de la localidad.

Era tal el griterío y el volumen de la música que tenían los participantes de la fiesta, que la mayoría de los vecinos, incluso los niños, salieron de sus casas -eran cerca de las 8.30 y el sol alumbraba a pleno- y observaron el deprimente espectáculo: dos "hombres" mantenían relaciones sexuales con otros tantos travestis, mientras los restantes, les hacían palmas y danzaban a su alrededor.

Las llamadas cayeron con efecto cascada en la Comisaría 41, de parte de los vecinos indignados, en su mayoría profesantes del culto católico y que habían adornado sus viviendas con las enseñas blanquiamarillas del Estado Vaticano, en honor a los patronos de Salta, el Señor y la Virgen del Milagro, cuya procesión principal se iba a realizar ( y se realizó) ese mismo día por la tarde en la capital provincial.

Rápidamente el titular de la dependencia, Oscar Liendro, se movilizó junto a un contingente hasta el lugar de los acontecimientos y comprobaron -atónitos- la veracidad de las denuncias telefónicas.

"Eran totalmente ciertas y no había exageraciones: cuando arribamos a la vivienda no tuvimos problemas para observar que dos travestis de esta localidad, conocidos como "La Ivonne" y "La Tatiana", estaban manteniendo relaciones sexuales a cielo abierto con dos sujetos que estaban fuera de control, al igual que el resto", dijo el oficial.

Todos los participantes de la orgía fueron detenidos, además de la dueña de la casa donde se produjeron los sucesos, identificada como Norma Mamaní, quien les alquilaba el lugar como casa de juerga y les vendía bebidas alcohólicas, aunque sin tener permiso para comercializar estos productos.

De acuerdo se pudo establecer, los homosexuales y sus ocasionales "novios" se habían encontrado en la noche anterior en una bailanta conocida como "El Patio de la Coya", donde estuvieron celebrando hasta las cinco de la madrugada, luego de lo cual y ante el cierre del boliche, decidieron trasladarse hacia la casa de Mamaní, que funciona como "caidero" habitual de los prostitutos.

Cuando los uniformados se hicieron presentes, numerosos residentes se habían agolpado en el área para esperarlos, ya que los "enfiestados" no cesaban en su accionar, pese a los gritos e insultos que se les habían lanzado, tal era su grado de intoxicación alcohólica.

Los transgresores, fueron conducidos hasta la sede de la Comisaría 41 bajo el cargo de exhibicionismo impúdico, pero recuperaron su libertad poco más tarde -cuando recuperaron la sobriedad-, ya que la ley califica tal tipo de actos como una contravención y no como un delito.

Los participantes

La policía informó que los travestis detenidos reconocen como líder del grupo a un sujeto oriundo de Buenos Aires, de 35 años, identificado como Jesús Deolindo Ponce, pero cuyo alias es "La Ivonne".

Los otros son Antonio José Rojas "Vanesa Vampiresa", de Coronel Cornejo; Luis Javier Campos "Luciana Salazar", de Tartagal; Jorge Francisco Salcedo "La Turca de Fuego", de Tartagal; Fabián Arturo Salinas "Gaby, la Tragona", de General Mosconi; Oscar Argentino Benítez, "Gisela", de General Mosconi; y Germán Roberto Espinoza, "La Tatiana", de Tartagal,

No fueron proporcionados los nombres de los "novios" ya que, según explicó el comisario Liendro, se trata de personas conocidas, padres de familia y trabajadores.

"La única manera de justificar lo que estaban haciendo, especialmente aquellos que fueron sorprendidos manteniendo relaciones sexuales con "La Ivonne" y "La Tatiana", es pensando en que el alcohol los enloqueció", dijo el jefe policial.

Indignación vecinal

Los vecinos de la calle Catamarca del barrio La Merced no podían disimular su enojo con lo sucedido. "Siempre hacen fiestas en la casa de Norma Mamaní y concurren estos tipos disfrazados de mujeres, pero nunca habían llegado a tanto.

Todos hacíamos la vista gorda porque si bien sabíamos que adentro bebían hasta más no poder, nunca se habían pasado de la raya como ayer en la mañana y justo para el día del Señor y la Virgen del Milagro", comentó uno de los residentes que llamaron a la policía.

Los prófugos

Cuando llegó la policía al lugar de la orgía, algunos sujetos huyeron saltando la tapia de madera de la vivienda donde se realizaba.

Los policías que participaron del operativo, no podían salir de su asombro por el espectáculo que les toco observar.

Los vecinos de Norma Mamaní la dueña de la casilla donde se desarrolló la orgía, dijeron que los travestis le llaman al lugar "El Palacio del Placer".

(El Tribuno de Salta, versión online)

12.9.08

¿Alguien puede pasar por acá y firmar, o dejar un comentario, como esta chiquita que firmó y comentó en un Metro Flog? ¿Es mucho pedir, la concha de su madre?



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pasate

9.9.08

Sergio Bizzio, "Lloraría"



Por el vasto territorio de la manija, marchemos!
¡Por los radios de lo que es liso, por la espiral
de los que no serán hombres ni aunque los castren,
marchemos, marcianos!

¡…!

¿La verdad?
No quiero escribir más.
(No vivo).

¡Lo bien que haría!

¿Pasarme el día encerrado
escribiendo,
riéndome de a ratos como un loco,
encerrado como un loco,
solo como un loco?

¡Si me va tan bien cada vez que salgo!

La gente es feliz “por momentos”
y con “pequeñas cosas cotidianas”.
¿No es para llorar?
Les das algo y te agradecen,
les das más y hacen silencio.
El mismo desconcierto
siento yo
cuando pienso
en el tiempo
que pasé
escribiendo.

¡Y lo poco que guarda uno!
¿Ven esa montaña?
Es lo que escribí.
Al pie de la montaña hay un hombre.
Soy yo. Es lo único que queda.

Y eso que yo era un niño quemado por el cielo
(¡marchemos!),
brillante de vanidad…

(No es para llorar
pero lloraría).

Lloraría por el tiempo que pasé escribiendo.
A los gritos,
cubriéndome la cara,
en medio del living,
en tu baño,
en un baño cualquiera,
en el asiento reclinado del auto de un amigo
-si es que se acuerda de mí,
si es que me lleva-
lloraría,
lloraría como un hongo,
como un remo,
como un vidrio.

Lloraría acostado,
dormido,
pálido,
inactivo.
Pero me levanto y escribo.
Pongo un pie en el suelo y voy y escribo.

La gente sale a buscar trabajo,
a comer,
a bailar,
a gastar,
a ver un eclipse mientras yo escribo.
Mi hijo juega solo mientras escribo.
Mientras escribo se encuentran los amigos,
se hacen negocios,
política,
dinero,
sexo,
trampas,
guerras,
matrimonios,
puentes,
atentados,
juicios,
“relaciones”.
¿Qué es lo que no se hace mientras escribo?
¿Qué es lo que se hace
aparte de no escribir?

Lloraría
y lloraría
y lloraría, cómo que no.
Lloraría por lo que perdí
(¿vos no?)
pero más por lo que evité.
¿Por qué lo perdí, por qué lo evité?
¿Qué estaba haciendo?
¡Escribía!

Ahora mismo, en lugar de llorar, escribo.
Pero llorar no es lo mismo que llorar.
(¡Ya ni escribir es lo mismo que escribir!)
Escribo en lugar de cualquier otra cosa.
Escribo en lugar de todo
menos de…

También voy a comprar pescado para la cena.
El vendedor pone los filetes en una bolsita de nylon y,
mientras la hace girar en sus manos enguantadas,
me pregunta si quiero algo más –“¿Algo más?”-,
lo pregunta tan amablemente que lloraría.

¡Eh, no!
Sí, también.
También lloraría por eso.
Lloraría por las palabras compuestas
-superhéroe, ciberespacio-
¿cómo no voy a llorar por la amabilidad?

Lloraría cuando bebo (pero no lloro).
Descorcho una botella “con frialdad calculada”,
es cierto, pero cualquier otra cosa que diga
sería exagerar.
Qué feo es no ver, no saber
¡y encima exagerar y no beber!

—¿Por qué te vas?
—¿Holá?
—¿Por qué?
—¿Por qué qué?
—¿Por qué te vas?
—Porque no como desde temprano: estoy muerta de
hambre.
—¿Me cortás para ir a comer con otro?
—¡Voy a comer con una amiga!
(Siempre hay una china
en la gran llanura de la excusa).

¿Lloraría?
Y, sí.
Lloraría por la que está,
por la que no está,
por la que estuvo,
por el que fui cuando estuvo y por el que no seré con la
que no estará.

¡Marchemos!

¿Llueve?
Llovizna.
Lloraría.

Me hace llorar la luz,
pero igual lloraría.
Lloraría siempre, pero también a veces.
¡Qué lastima me da!
Matan a un joven y veo una foto de su madre llorando.
Lloraría con ella.
Un chico me pide una moneda.
Lloraría.
Una anciana cruza la avenida con pasitos de hormiga.
Lloraría.

Leo la frase “un provocador de la política posmoderna” y
lloraría.
Lloraría cuando leo que “una invasión de bibliotecarios
disparó las ventas”.
Lloraría cuando leo en el diario el título “tres para soñar”,
o “una mirada sin prejuicios”, o “el destino de occidente”.

Cuando se apuesta a la claridad o a la oscuridad,
cuando es diferente pero igual
también:
lloraría.

¿Te agredo?
Lloraría.
¿Te hago falta?
Lloraría.
¿Llorás?
Lloraría.
¿Me querés?
Sí, te juro: lloraría.

-Papi ¿los bebés piensan?
(Digo que sí con la cabeza).
-¿Y entonces por qué ese bebé llora en vez de pensar?

¿Lloraría de qué?
¿De tristeza, de furia, de amor, de arisco, de miedo, de
enfermo, de genio, de vivo, de muerto, helado y ardiente,
rabiosamente,
verdaderamente,
lloraría mentalmente?

¿Y con qué?
¿Con los ojos, el alma, los dedos, el paso, la obra, la voz,
la ropa, con qué
marcharía?

¿Y por qué?
¿Y por qué, si escribo, lloraría?
¿Y si ya no escribo?

¿Y si son los otros los que no escriben más?
No quiero que ella sea algún día una señora
que de joven publicó una novela.
¡No!
Quiero que sepa, que sienta, que siga.
(Saber, sensibilidad y continuidad).
Pero si yo no estoy
no está mi fe.
¿Y quién es ella?
¡No sé, qué se yo, la Mujer!
¿Lloraría?

Ay, mi Dios, qué difícil: a veces, sin quererlo…

Noto, por ejemplo, que no considero
llorar de risa (de la risa)
ni reirme de dolor o de tristeza.
¿Por qué? ¡Porque no!
¿Qué tiene la tristeza que dé risa?
No sé los otros, pero yo no me reiría de la tristeza
y mucho menos hasta llorar.
¿Me reiría de un hombre que medita?
No. Y tampoco de quien descree de lo que piensa.
(Todo lo contrario: si tuviera manos aplaudiría).
Puedo reirme de mi tristeza, de mis aplausos, pero no de la
tristeza de los demás.
(aunque sí de sus aplausos).
Supongo que eso es algo que “no se me da”,
de la misma forma en que no se me da la esgrima.
Si se me diera lloraría.
Lloraría por las cosas que se me dan.
Lloraría por las cosas que no se les dan a los demás:
talento y alimento, principalmente.
Lloraría (de emoción, esta vez) por el talento,
pero también por las zanjas, los atajos y la interminable
espiral de lo menor.

El otro día, sin ir más lejos, una chica, en la calle, me
preguntó:
-¿Vos no sos Bizzio?
Dije que no con la cabeza y terminé en su casa.
Me había leído bien, pero yo fumé y me fui: empezó
a hablar de cine.
Todos los enemigos del arte están en la Industria, dijo.
¿Lloraría por un vendedor de penicilina adulterada?
¿Y por la chica chica que buscaba impresionarme?
Pienso en ella y lloraría:
se desprendió un botón de la camisa,
mi lectora con ojos de almendra bañada en miel
se desprendió un botón de la camisa y dijo, dijo, dijo.
Yo escuchaba lo que ella misma no oía.

Lloraría por los que suben el sonido y enseguida lo bajan.
Lloraría por la gente que ve tres globos y una luz y va.
Lloraría por los que creen que lo que molesta es la ropa.

Es peor estrellarse contra la nada que contra el dolor.
De eso no hay duda.
Así que lloraría por la timidez del tímido,
pero también por la ilusión del iluso.
Lloraría por los que tienen miedo.
Yo mismo tengo miedo.

“No pensé (pensé, pero no sirvió),
“no escribí (escribí, pero me esforcé),
“no amé (amé, pero aquí estoy),
“no fui siempre justo, ni honesto, ni bueno, ni responsable, y ni hablar de cosas como la tolerancia o la humildad”.
¡Lloraría!

¿Lloro?
Quién sabe…

Lloraría, pero escribo.
La pregunta “¿Por qué escribir?” se ha mejorado a sí
misma en su doblez:
“¿Por qué volver a escribir?”

—Volvé, volvé, por favor, vení…

Son las tres de la mañana
aunque el reloj indica que es mucho más…
Amanece.
Escribí.
No lloré.
Y con la misma suficiencia,
con la misma dudosa soberbia,
amigos (chicos),
amanece.


(Publicado en Nación Apache)

4.9.08

El final de un poema que se llama "Torcazas", es de Gelman y me llegó desde lejos.


(...)
La emoción entre mi vida y
la conciencia de mi vida
es una continuidad que no
me pertenece. Agradezco
el saltito del pájaro en la rama
que abriga cuando
el cuarto que abandono navega
en sales, brumas, el espanto y
mi pecho metido en el polvo.
y yo al revés.

22.8.08

El amor en los tiempos de Córdoba


–¿Lo vas a mirar hasta que se oculte?
–Ya se ocultó.
Dos que acaban de limpiar el baño
y se quitaron los pantalones
por una razón particular: la lavandina.
Calzoncillo y bombacha sobre acolchado de plumas,
era verdad que todo en el Universo se movía,
salvo la caldera del departamento que comparten
la arreglarán por cien pesos a pesar del
relativo primer nivel del inmueble
con preeminencia de molduras en los vértices
madera donde las curvas no llegan.
Llenan de baba la cama, ni las bocas dan ganas de cerrar
en el piso diez de un aliento simultáneo que llora soja.
–Mirá, se me cayó una lágrima:
–Es baba.
El mundo así dura un mundo, creen.
No se van a tapar.

14.8.08

Filos de invierno (del libro Grises, verdes, 2004)

Es difícil, por eso de convivir con las explicaciones, pero ahora estoy sentado en una plazoleta y puedo ver todo, y así como lo veo también puedo explicarlo. Estoy con mis tres hijos en la avenida principal de una ciudad que no voy a nombrar, porque no creo que valga la pena, y en la vereda de enfrente hay un café, y en la puerta, sin que lo haya tocado, está estacionado mi auto. Adentro del café, a unos dos metros de la ventana, está mi mujer. Está sentada en una mesa con un tipo. Desde acá la miro con Galo, Juan Ignacio y Dolores, mi hija mayor.

En este mismo banco yo me sentaba antes de ir a bailar, cuando era adolescente. Mi mujer también se llama Dolores, y sonríe. El tipo que la divierte se llama Ricardo, y lo conoce –y lo conozco– desde esa época de los bailes. Fue su primer novio. Sé que lo quiso mucho.

–¿Qué hace mamá? –me pregunta Galo, el más chiquito.

–Me pidió el auto para visitar amigas –le digo.

–¿Y ese tipo quién es? –pregunta Dolores.

–Ricardo –respondo.

Ahora miro a mi mujer que está sentada en una silla de madera oscura, con su tapado de pana marrón, y pienso en todo lo que podría haber sido. Nosotros llegamos ayer de Córdoba, para visitar a los abuelos. Ordenamos el equipaje, pedimos algo de comida y nos acostamos por el cansancio del viaje. Hoy ella se levantó rápido y me dijo que quería aprovechar la mañana para visitar a las chicas. Para avisarles.

Estoy mirando como Ricardo le hace cosquillas en la cara con un sobrecito de azúcar y de golpe se me aparecen todas las tardes ventosas, las mañanas heladas, los locales de mi viejo, el monumento y la rotonda que lo abraza, las heladerías que cerraron y las que a pesar del frío aguantan. Ricardo le acaricia las orejas y yo vuelvo a comprar el primer monito peludo que le llevé de regalo, a los diecisiete años, y me acuerdo de mi mamá envuelta en su bata cuando me veía entrar a la casa con otras mujeres. Tenés que ser más franco, me decía. Pero no la escuchaba.

Mi mujer le toca el pelo con sus dedos finitos y yo me escapo hasta un lugar en la bardas, cerca del río, donde siempre me quedaba esperando que anocheciera. Es una puntilla en lo alto que deja ver la mezcla de nubes, rayos de sol y viento. Yo me sentaba en la arcilla seca y esperaba el momento justo. De vez en cuando llevaba amigos para que pudieran ver los colores. Después, cuando el sol desaparecía, caminaba rápido hasta mi casa. Si podía arrancaba un cactus para enterrarlo en mi sector del pasto.

–Tendríamos que entrar y decirle que la estamos mirando –dice Dolores.

–Ni en pedo –dicen los chicos.

Yo los abrazo. Están atentos a lo que pasa adentro. Cuando Ricardo se le acerca, ellos me aprietan las manos. Mi hija me mira desde la punta del banco. Los chiquitos ni siquiera cierran los ojos. Están por llorar del cansancio, por mantener los ojos abiertos. No por la tristeza. Acá, en este lugar, cuando el viento pega en los ojos dan ganas de llorar.

–Me gustaría escuchar lo que hablan –dice Galo.

–A mí me gustaría decirle a ese viejo puto que lo vamos a cagar a trompadas –dice Juan Ignacio.

–Ni se te ocurra –le digo-. Dejá que pase.

–¿Y no pensás reconquistarla? –dice Dolores–. Qué poco romántico.

Yo la miro y estiro un brazo para tocarla. Después me paro.

–Agachate, pá, que te van a ver –dice Galo.

Les digo que no se muevan del banco. Voy al quiosco a comprar golosinas, digo. Y empiezo a caminar.

Avanzo por la plazoleta hacia la diagonal 25 de Mayo. Cruzo la avenida y llego al quiosco Hugo. Cuando yo tenía que comprar chicles, antes de salir, veinte años atrás, iba a ese quiosco. Me atendía un colorado que nunca supe si era el dueño del local o un empleado. Ahora me atiende de nuevo. Está viejo, con muchas líneas en la piel y un tono anaranjado en el cuello. La costumbre le robó el color, pienso. Y lo saludo.

–Hola Hugo –le digo.

–Hola –dice–. ¿Lo conozco?

–Sí, me conoce. Pero no se acuerda.

–¿Necesita algo?

–Déme unos chicles y algunos caramelos. Déme unas DRF y un chocolate con almendras.

Hugo apoya la bolsa con chicles y caramelos sobre el vidrio y pregunta:

–¿Chocolates?

–DRF y chocolate con almendras.

–Diego –me dice con voz ronca–. Vos sos el pelotudo de Dieguito.

–Sí –le digo.

–Vos llevabas con almendras para una minita. Tu viejo era un santo, pero vos un pendejo hijo de puta –dice, y sonríe. Mueve el cuello hacia atrás y luego hacia delante, muchas veces, y se queda sonriendo.

Por esa combinación de sonrisa y movimiento siempre tuve que alejarme del mostrador en silencio. No había otra forma. Hugo todavía es de esas personas que no se acomodan con el tiempo.

–Hijo de mil putas –repite, y mueve el cuello.

Me alejo del quiosco y camino por la diagonal. Acá había un café que se llamaba Fedra, me digo en voz baja, y acá la empresa de turismo de papá.

Me paro en la puerta del local. Desde el primer piso yo siempre bajaba corriendo la escalera, cruzaba la calle, escalaba el monumento a San Martín y después me sentaba en ese banco donde ahora están mis chicos. Hace veinte años me sentaba en un banco donde ahora están mis hijos. Tres hijos. Mirando cómo desayuna su madre, sin que ella lo sepa. Dolores, mi mujer, en el medio de todo esto, esperándome en cada mesa de todas las confiterías posibles, acurrucada en los canteros filosos del invierno. Con el insulso de Ricardo. Y los chicos.

Cuando llego al banco los tres me miran, y no dicen nada. Entrego los chicles, los caramelos, las pastillas, y me guardo el chocolate en el bolsillo de la campera. Después les pido que hagan lugar. Galo y Juan Ignacio abren un espacio para que me siente. Dolores sigue en la punta del banco.

–Se dieron un beso –dice Galo.

Dolores se suena los mocos.

Yo levanto la vista hacia el café y justo alcanzo la repetición. Ricardo le sostiene la nuca y ella inclina la cabeza. Después separan los labios pero se quedan juntos, se acarician, y sonríen.

–Ahí se dieron otro, papá –dice Juan Ignacio. Y me mira.

–Voy a entrar para escuchar lo que hablan –digo–, pero necesito que me ayuden.

–Qué querés –dice Dolores.

–Nada mi amor, solamente quedate acá con los chiquitos –le digo.

–¿Y cómo te vas a camuflar?

–Me saco la campera y me tapo con la boina. ¿Se quedan?

–Sí –dice Galo. Y Juan Ignacio vuelve a mirar.

Dejo la campera en el banco y cruzo la calle. Si me descubre todo esto se va a la mierda, pienso. Abro la puerta y camino rápido hasta la barra. Pido un cortado en jarrito y me siento atrás, en una mesa contra la pared. Nos separan unas cabezas. Ellos no miran nada en especial.

Estoy sentado en el mismo café donde mi mujer está con un tipo, en la avenida más ancha de la ciudad de Neuquén, y lo puedo explicar. Acá pasé los quince años más importantes de mi vida. Desde esta mesa escucho lo que ella dice y al mismo tiempo puedo ver las caritas de mis hijos, sentados en la plazoleta, que también me miran. La señora se toca con un tipo cerca de la ventana y le dice que ayer soñó conmigo. “Estuve toda la noche con Diego, adentro de la cama, como siempre”, dice. Y Ricardo se ríe.

Ahora me sale, ahora puedo, porque es la lejanía lo que confunde, en una mezcla con lo que está cerca y no se alcanza. Es eso. Lejanía y cercanía, en la misma ráfaga, en estas esquinas donde el viento pega más fuerte, en los colores que prenden a la tarde, y que después de un rato se apagan.

Este lugar está lejos y está cerca.