31.12.06

Visión

Estoy por consultar a Sergio, un vidente que durante la semana atiende en un local de una galería céntrica. El dato me lo pasó mi suegra: ella forma parte de su clientela fija y lo visita con cierta periodicidad, al final de cada cuatrimestre. En mi caso, creo que decidí “hacerme ver” para aprovechar la falta de equilibrio que produce el final del año. Pedí un turno hace unos días y aquí estoy siguiendo las instrucciones de la espera, sólo para escuchar alguna certeza de alguien que no asegure ser parte de mi familia.

El escritorio donde Sergio recibe a sus clientes es bastante angosto, y la sala, ahora, está llamativamente oscura. Lo primero que se me viene a la cabeza en este asiento es el chiste clásico de la profesión: dos videntes se encuentran en la calle y uno le dice al otro: “Qué alegría encontrarte, negro. Vos andás bien, ¿y yo?”. Sergio no es negro ni está contentísimo con mi visita, pero así y todo me recibe con un gesto sereno, casi amigable. Y me invita a charlar.

Tiene un hermoso sillón de oficina, con el respaldar alto. Se acomoda la vincha que le tapa la frente, se frota los dientes con las yemas de los dedos y, antes de saber mi nombre, me pide que le detalle los datos más importantes que fui a buscar a su local.

Según el procedimiento del manual de videncia, es el profesional el que decide el rumbo del diálogo. Por eso Sergio elige una de mis preguntas al azar, luego de hacer unos movimientos en círculo con la cabeza, y dice que me voy a quedar definitivamente pelado el 7 de septiembre de 2010, cerca del mediodía. Yo le digo que no, que no puede ser, porque esa misma noche tengo que ir, como todos los 7 de septiembre, al cumpleaños de mi mejor amigo. Pero él repite la fecha con tanta seguridad que, de un momento a otro, me da miedo de que mi amigo no llegue vivo a su propia fiesta. Le pregunto si el festejo de esa noche lejana corre algún peligro: me dice que no, que una cosa no tiene nada que ver con la otra. Y me aclara que ese tipo de digresiones también cuentan como preguntas y respuestas.

Sergio pone los ojos blancos y repite: 7 de septiembre de 2010. El último de los pelos. Al mediodía.

—Pero cómo —le digo—, ¿Vos me querés decir que voy a llegar a esa fiesta sin un solo pelo en la cabeza?

—No —dice Sergio—. Ese mediodía se te va a caer el pelo del final. Lo que aguante hasta esa fecha, allí quedará.

—Todo lo que quieras, Sergio —insisto—, pero con eso no hago nada. Si esa noche tengo la fiesta, necesito saber de última cómo va a ser la forma de mi pelada. El dibujo de lo que quede, la orilla entre la piel y el pelo.

—Pero eso no es relevante —me dice Sergio.

—Y eso no es más que tu opinión —lo interrumpo—. El que decide lo que importa y lo que no, soy yo. Para eso te pago.

—Estás equivocado, Ernesto. Lo que tiene que importarte es la forma de lo que va a quedar adentro —dice.

Me quedo callado, para no complicar aún más las cosas. Parece que Sergio, cuando discute, te adivina el nombre. Aprovecha mi silencio para volver a frotarse los dientes (en esos dedos tiene algo blanco que no es dentífrico) y también se acomoda la vincha, con delicadeza. Espera que yo le siga hablando.

—Yo te pago por vidente, no por psicólogo —le digo.

—Vos me pagás para que te dé respuestas.

—¿Y no podés saber la forma que va a tener “todo esto” del lado de adentro?

—Por supuesto —dice Sergio—. Va a tener la forma de tu pelada.

—Pero fijáte si podés dibujar el contorno de esa forma —le pido por última vez, y señalo unos papeles apilados sobre el escritorio.

Pero me dice:

—Para eso tenés que abonar otro pack de preguntas.


Sergio, como tantos otros tipos talentosos que conocí en mi vida y que también trabajan en negro, me está tomando el pelo. Festeja en silencio sus palabras y deja escapar una sonrisa diabólica, llena de dientes frotados con algo blanco en las yemas de los dedos. Yo me convenzo, frente a ese último gesto, de no pagarle un solo peso por las respuestas que hasta aquí me ha dado. Ya tengo algo de lo que vine a buscar y, si quiere cagarme a trompadas por no pagar la consulta, va a tener que romper toda su oficina. Nos guste o no, él tiene la certeza de una discusión ganada. Yo, la de una fiesta dentro de tres años, en la que voy a estar vivo, acompañado y coleando.

Al mechón que tengo en el lugar del flequillo también le auguro mucho más tiempo y frondosidad que la que supuestamente me indica el destino. Después, en todo caso, llegará el momento de descubrir mi nueva forma.

29.12.06

Empezó el baile

Llegué al bar de la galería Jardín (hermoso sitio para comenzar con esto) y allí estaban los primeros en llegar, Funes, Oyola, Levin y novias, junto al Chimango y un par de cervezas. Los chicos, en el viaje, tuvieron que parar en Brown para después cambiarse de colectivo y desde allí viajar a Bahía Blanca, en vez de cortar derecho por el desierto. Pero poco les importó, porque se adaptaron a las primeras brisas de la ciudad con una tranquilidad envidiable.

A eso de las siete caminamos hasta la casa tomada que oficiará de recepción del evento, Arpillera Cultural. Tocamos la puerta. Recién entonces, desde la vereda, asistimos al comienzo de los Villancicos: en vez de recibir la invitación a pasar de la señora encargada del lugar, nos recibió un viejito hecho mierda, camisa abierta y pecho desvencijado, que tenía cara de un largo, larguísimo sueño de siesta.

Todos: nos miramos.

Luego procedimos a reconocer el terreno de juego: lamparitas quemadas a reemplazar, asientos rotos que sobran, escaleras y sonido, empanadas y porcentajes de las birras. Descubrimos que Arpillera tiene un primer piso con invernadero, donde seguro fermentaremos el sábado. También descubrimos un baño abierto, un par de zapatillas de tenis por ahí tiradas, y antes de retirarnos, lo mejorcito: una cortina de tela blanca que tapaba a nuestro viejito que, después de abrirnos la puerta, volvió a dormir sobre un catre –mientras nosotros gritábamos la organización– igual de hecho mierda, con camisa abierta, y el pecho desvencijado.

Hoy a la tarde descubrimos que el 30 de diciembre –exacto, una fiesta para el 30 de diciembre– vamos a recibir a muchas más personas que lo que aguanta el lugar, con luces, telas de arpillera y bandas. Sólo nos faltarían las bengalas.

Los villancicos ya empezaron. Brindo por ello.

26.12.06

Por todo eso

Yo siempre te espero imaginándote
a vos, que sos tan clara como tu nombre
que te mordés la sonrisa de la alegría
que me empujás los finales hacia delante

tené en cuenta eso
de la imaginación
antes de que mañana me despiertes

13.12.06

Para hacerle sombra

El Pato Fontanet, su hermana menor y el tenista ruso Marat Safin en la despedida de Pinoshit, buscando un solo objetivo: hacerle un poco de sombra.
(Nótese que el cuerpo yace encuadrado por un paspartú blanquecino: chilenos de ultra derecha afirman que esa imagen será vendida en láminas, en todos los museos de Santiago. "Es su mejor foto desde que ha nacido", dijeron).

12.12.06

Play of the week: La gran MACARRÓN


Así como la Doble Nelson exigía un gran esfuerzo de piernas, La Gran Macarrón exige una Norita Dalmasso, sonriente y entrenada. Pero no es lo único. Para su ejecución también se necesita desnudar una situación corriente en un país como Argentina, sumado a los reflejos carroñeros de los multimedios, y una ciudad relativamente pequeña, si es posible cordobesa, y ni hablar si se consigue un country o la variante de un barrio cerrado. Del otro lado se necesita un médico perfecto que ama a sus hijos y a su mujer por más que “haya roto el contrato matrimonial”, un chalet de tres o cuatro dormitorios, y algunas amigas de la víctima que no abren la boca, por miedo a ventilar aquellos mismos nombres que también solían “ocuparse” de ellas.
Recién entonces se la toma a Norita, se la hace quedar como la única esposa cogedora del universo que no perdona a nadie, se la mezcla con un deporte afrodisíaco como el golf, un par de mensajes de texto, albañiles acusados de entrar a la casa y acogotarla, el marido consternado pero cuidando sus formas –por respeto a su profesión–, y una buena cantidad de tapas en las revistas de investigación periodística. Toda esa mezcla se revuelve en una habitación con la ropa bien dobladita y luego se deja arriba de la cama, reposando. Por último se analiza un poco de la leche que quede dando vueltas y un par de pendejos anónimos desparramados sobre la cama. Y se ejecuta.

Lo único que se me ocurre respecto del homicidio es que Norita pudo morir en bolas. ¿Cuánto pagaríamos nosotros por morir así? ¿Y cuánto pagaríamos por morir en bolas después de una refrescadita? Ayer dijeron que la leche encontrada no era suficiente para encontrar al asesino. Con los pendejos tampoco vale la pena intentar, porque todos bien sabemos que nuestras camas están llenas de pendejos; muchas veces uno se acuesta y lo primero que hace es desconocer a los pelos que por allí andan dando vueltas.
Así la gran Macarrón persistirá en el tiempo, como la Doble Nelson. Hasta que alguien también la convierta en un mito.

¿Te pone mal la navidad? Teléfono, oveja


Feliz, feliz en tu día, ojalá que te pise un tranvía



No lo juzgaron

Vivió demasiado

Pero sólo nos queda pensar

que ahora está

bien pero bien muerto

Ea ea pepé por otro

Hijo de una gran puta

Al final

Fue un buen año

Made in Hong Kong 7


Capitalinos: aprovechen ustedes que tienen subte.

6.12.06

Lectura del viento / 29 de diciembre / Invitados especiales

Jaramillo se ha puesto las pilas, Funes y el Quinteto de la Muerte parecen tener ganas de viajar a la estepa, otros que todavía no sabemos también van a ir y, aunque nada de esto suceda y, aunque sólo seamos cuatro o cinco, cosa que no va a pasar y, aunque seamos todos los que creemos que vamos a ser, se hace la lectura de fin de año en el bajo neuquino, según comentan los que saben.
Hablamos de una lectura con muchos amigos, mucha bebida, literatura y buena música, donde habrá alegría, barriles de petróleo al precio que lo vendía Felipe Sapag, viento, calor y, por sobre todas las cosas, esa sensación que produce Neuquén cuando termina el año y, si alguien entiende de esto, puede intuir ese raro impulso de sentarse en el cordón de la vereda y, si somos muchos, la chance de poder tapar todo el cordón con los culos, todo el cordón de una cuadra.
Neuquén en el verano se convierte en un pueblo raro. Rejuvenece como todos los que volvemos para comenzar de nuevo y, como somos siempre los mismos, estaría bueno que los que quieran ir a la lectura avisen y, de paso, inviten a quienes quieran para que, como queremos, esa tarde-noche choquen los planetas y, si leen esto, llenen esas últimas hojas inútiles de la agenda.